Al turismo debe otorgársele su verdadera dimensión como fenómeno sociocultural.
El turismo debe ser mucho más que el “nuevo petróleo” de Colombia
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El entusiasmo que suscita el turismo en el gobierno nacional que está comenzando es una apuesta en la dirección correcta. Acertadamente, Juan Pablo Franky, responsable de la cartera de turismo, ha permitido entrever que el nuevo Plan Sectorial 2018-2022 tendrá un andamiaje mucho más robusto y acorde con el promisorio horizonte de esta actividad en Colombia. Ojalá también sea la oportunidad para propiciar un debate profundo sobre qué queremos obtener como país del turismo y a dónde queremos llegar con esta actividad que es mucho más que una industria.
En el entretanto, hay un sinsabor con la acuñada idea del turismo como “nuevo petróleo” de Colombia. Por supuesto que el sector puede inyectarle dinamismo a la economía nacional. No en vano el turismo ya representa el segundo generador de divisas, superando incluso los ingresos percibidos por el conjunto de las exportaciones de flores, banano y café. No es descabellado pensar un escenario en el que el turismo supere al petróleo y sus derivados, que hoy constituyen la piedra angular de la estabilidad financiera del país.
Sin embargo, la invitación es otorgarle al turismo su verdadera dimensión como fenómeno sociocultural y reconocer su naturaleza como vector de desarrollo, cohesión social y que va mucho más allá de lo que le aporta al país un recurso no renovable. El turismo debe ser mucho más que el petróleo.
El turismo, por algunos catalogado como “la industria sin chimeneas”, es tal vez la más interdependiente de las actividades económicas. En su gestión y aprovechamiento no podemos equivocarnos en realizar equivalencias con el petróleo, que es una industria limitada en sus posibilidades de generar empleo, mucho más propensa a desencadenar conflictividades sociales y que riñe con la preservación de la vida misma. Tomar en serio el impulso del sector turístico en Colombia parte por desmarcarlo del petróleo y la extracción de minerales.
La discusión debe virar más hacia lo cualitativo, de modo que el indicador de éxito no sea el mero incremento en el número de turistas. Lo deseable es propiciar impactos en el bienestar de los territorios y sus gentes. De acuerdo con ProColombia, los turistas que visitan un destino por motivo de reuniones o para el avistamiento de aves gastan respectivamente 376 y 400 dólares diarios, mientras que un viajero vacacional solo invierte 80.
En este orden de ideas, el objetivo no debe ser atraer más turistas, es la calidad de estos y cómo se aprovecha su visita. El turismo de nicho no solo trae más ingresos sino que se traduce en impulsar y mejorar el capital humano, la infraestructura y, en general, la capacidad instalada del país. Al mismo tiempo que se mitiga las externalidades negativas, como es el caso del denominado “overtourism” que ya está generando dolores de cabeza en puntos tan disímiles como Taganga y Tokio.
El marco de las políticas públicas que orienten el sector turístico y las decisiones de sus múltiples actores deben incorporar visiones integrales y coherentes que irriguen beneficios de forma transversal.
En primer lugar, el turismo debe ser reconocido como un elemento que, bien encaminado, puede permear agendas de desarrollo, tal y como la Organización de las Naciones Unidas ha documentado ampliamente en relación con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.
El turismo, más allá de crecimiento económico, puede contribuir a mejorar las condiciones de calidad de vida de las personas e impactar la posibilidad de fortalecer frentes tan diversos para el bienestar como la inclusión social, la generación de empleo, la reducción de la pobreza, la protección ambiental, la preservación de valores culturales y patrimonio, entre otros.
La irrupción del turismo en marcos de política pública es evidente en múltiples planes de desarrollo local que cada vez le otorgan mayor espacio como vocación del territorio. El interés que origina la actividad turística entre autoridades y comunidades puede aprovecharse para promover espacios de diálogo democrático que conduzcan a desencadenar condiciones de mejor gobernanza local, que, a la vez, tiene efectos positivos en la convivencia, promoción de liderazgos y desarrollo de visiones de largo plazo.
La apuesta debe ser por articular actores y emprendimientos locales como elementos de la cadena de valor del turismo que permitan activar el mercado en el territorio, estimular la resiliencia de las familias, y apropiarse del cuidado del medio ambiente.
En últimas, los habitantes del territorio se deben constituir como la base de experiencias turísticas únicas y que realmente cambien las vidas (para bien) de las comunidades receptoras.
Un segundo efecto del turismo bien hecho puede ser la construcción de visiones compartidas que ayuden a atenuar la polarización y débil cohesión social que dominan la sociedad colombiana.
Como se vio en la pasada contienda presidencial, el turismo encarna una oportunidad para el país sin distinción de orilla política. Desde la particularidad de posiciones ideológicas y diversidad cultural, el turismo puede servir como una plataforma de encuentro, promover mejor capital social y catalizar la génesis de una verdadera identidad nacional. Del turismo podría provenir la esquiva fórmula para lograr unir a Colombia entorno a una empresa común en la cual la diversidad es justamente el eje articulador y que serviría para apalancar un renovado sentido de pertenencia y orgullo por lo nuestro.
El Pacto por Colombia del que tanto se ha hablado recientemente se puede vigorizar desde la implementación de proyectos turísticos, los cuales tienen la virtud de conducir a efectos mucho más visibles en la cotidianidad del ciudadano.
Comunidades resquebrajadas y polarizadas, tras décadas de conflicto armado, ya están encontrando en el sector turístico un proyecto convocante y motor de desarrollo que pone el acento en proyectos a futuro, no en el pasado dominado por la desconfianza. Lo que acá se sugiere es aprovechar el impresionante potencial del turismo que permite soñar que sí es posible construir dentro de la diversidad cuando las propias comunidades locales son protagonistas y beneficiarias de su progreso.
Finalmente, los viajes son en su esencia una oportunidad, como pocas, para propiciar espacios de aprendizaje y crecimiento de los actores que se encuentran en un espacio determinado.
El turismo es un canal que debemos aprovechar más decididamente para que los colombianos nos reencontremos y construyamos lazos de hermandad, así como medio de difusión hacia el mundo de una nueva identidad nacional que corte con los estigmas que acompañan a Colombia.
Cada viajero es potencialmente un embajador del país, de sus diversas regiones y comunidades. Igualmente, el diálogo entre visitantes y anfitriones debería servir como una fuente que enriquezca a los segundos más allá de la remuneración económica. El turista, además de cliente, es fuente de saberes y redes profesionales, que bien aprovechados pueden aportarle al país, servir como puente a experiencias positivas de su lugar de origen y un aliado que puede mantenerse en el tiempo.
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