En vos confío, pero en ustedes no
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En una sociedad muchas cosas de nuestro día a día pueden depender de la confianza que nos tengamos. Por esta razón, la confianza ha llamado la atención de investigadores en diferentes áreas del conocimiento, pero con preguntas comunes: ¿qué es confianza? ¿Cómo se forma? ¿Qué la determina? ¿En quién confiamos? ¿Cuánto confiamos? ¿Cómo una mayor confianza puede beneficiar a una sociedad? En esta entrada escribo sobre estas cuestiones, las relaciono con nuestra sociedad y planteo algunas pocas ideas muy generales sobre cómo mejorarla.
No hay un consenso sobre qué es la confianza. Una definición usada en algunas áreas es la dada por Coleman en su libro "Foundations of Social Theory". Allí la define como una acción en que la gente deposita algo valioso en manos de otro sin que haya ningún compromiso explícito por parte de este sobre su cuidado o uso. Lo que hacemos, por ejemplo, cuando dejamos a nuestros hijos al cuidado de otro o cuando pagamos impuestos. Esto implica que confiar nos hace —de cierta forma— vulnerables.
Hay varias formas de medir la confianza. Una es preguntándonos si en términos generales confiamos en la mayoría de las personas en nuestra sociedad. En Colombia, este dato da lástima. Según la Word Value Survey (una encuesta que se hace a nivel mundial), no más del 5 por ciento de las personas en el país están de acuerdo con esta afirmación. Confiamos muy poco en los demás. Y si nos comparamos con otros países, somos quizás el país en el que hay menor confianza en el mundo. El mapa que está abajo lo muestra claramente: entre más claro el color, menor la confianza (para países en color gris no hay datos).
Fuente: www.ourworldindata.org
Y hay más. Según una encuesta hecha por Usaid y Acdi/Voca en 2019, solo el 21,7 % de las personas confía en la mayoría de sus vecinos. Ojo, vecinos, aquellos que nos rodean en nuestro día a día. En cuanto a la confianza en las instituciones la cosa es mucho peor. Según esta misma encuesta, solo 10,6 % de las personas confía en su Gobierno local y 9,1 % en el Gobierno nacional. Se confía un poco más en los empresarios (12,7 %) —sí, aquellos que generan empleos que muchos buscan—. Por último, el 47 % confía en las iglesias —independientemente de la religión—. Altísimo para los niveles de confianza que tenemos. Adenda: ya que confiamos tanto en ellas, bueno sería que nos contribuyeran con algo de impuestos si pudieran.
Sobre cómo se forma la confianza hay varios estudios, aunque aún falta mucho por entender. Unos estudios han mostrado que las mujeres y la gente religiosa —aunque depende de la religión— tienden a confiar más. Además, que la confianza es mayor entre grupos étnicamente más homogéneos y con una menor distancia social entre sus miembros. Otros estudios han mostrado que los rasgos de la cara de una persona y su voz son fundamentales. Mirando y oyendo a las personas decidimos en tan solo cuestión de segundos si confiamos en ellas o no. Por último, algunos plantean que confiar en una persona puede depender de los niveles de una hormona llamada oxitocina.
Dejando rostros, voces y hormonas de lado, relacionemos esto con nuestro país. En Colombia hay mucha gente religiosa. Sin embargo, los estudios muestran que la relación entre la confianza y la religión católica —con la que más personas se identifican— no es muy grande. Así, tener muchos católicos no afecta negativamente la confianza, pero tampoco la aumenta mucho.
Así las cosas, la baja confianza entre nosotros podría explicarse por el distanciamiento social y/o cuestiones étnicas. Somos un país muy desigual y multiétnico. Nos vemos unos a otros como personas distantes en quienes no podemos confiar. Un ejemplo hipotético y extremo de esto podría ser el siguiente. Consideremos lo que algunos llaman “pueblo” y “élite”. Parte de la “élite” desconfía de los pobres: la idea de que ellos no trabajan y por eso son pobres hace parte de esta desconfianza. Parte del “pueblo” también desconfía de la “élite”: la miran como personas iguales que se ganaron una lotería sin trabajar ni esforzarse y que han robado algo que les pertenece. El resultado de esta falta de confianza es que cada grupo considere que el otro no merece nada.
Por último, se ha argumentado que la confianza tiene muchos efectos positivos en una sociedad. Efectos positivos sobre decisiones colectivas más armónicas, participación electoral, crecimiento económico, emprendimiento de empresas, funcionamiento de mercados, comercio electrónico, pago de impuestos, cambio climático y muchas otras dimensiones que se me escapan. Muchas de estas ideas han sido soportadas adecuadamente con datos reales.
Dicho todo esto, bueno sería mejorar la confianza entre nosotros y en nuestras instituciones. Algo que nos vendría bien en estos momentos.
¿Cómo hacerlo? No es fácil y aún hay cosas por entender. Es claro que la desigualdad de ingresos no ayuda para nada y que la pandemia complicó más las cosas en este frente. Seguir trabajando en reducir esta desigualdad —a través de un mejor sistema de impuestos y una mejor asignación del gasto público— podría ayudar mucho a recuperar la confianza entre las clases sociales. Entre tanto, bien haríamos si cada uno trabaja en cambiar sus creencias —en la mayoría de casos sesgadas— con respecto a los demás.
Algo en esta misma línea, pero relacionado con las instituciones. Si los políticos tuvieran salarios más acordes con los ingresos de la mayoría de la gente del país y anduvieran por ahí —más al estilo Mujica, sin caravanas de carros blindados y con escoltas, consumiendo más recursos públicos— la gente los sentiría más cercanos y quizás confiaría más en ellos.
Un caso puntual donde se requiere con prontitud reconstruir la confianza es en la relación ciudadanía-Fuerza Pública. Podría recuperarse buscando intermediarios creíbles para adelantar cambios que se requieren en estas instituciones y que demanda la gente. Algunos estudios han mostrado que contar con mediadores cuando la confianza es baja puede funcionar. Es parecido a cuando una pareja que está en conflicto busca apoyo externo, o cuando en negociaciones de conflictos hay mediadores en los que las partes confían.
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