Con el hundimiento de la ‘Ley Lleras’ quedó en riesgo el ingreso de Colombia a la OCDE. Pero lo interesante no es que el gobierno haya perdido, sino cómo perdió.
La agonía de la OCDE y el discreto encanto de legislar
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Antes de pasar a la acción, un contexto necesario.
Mr. Santos viene hablando del ingreso de Colombia al club de países ricos de la OCDE desde 2013; es quizá su promesa más importante después de la firma de la paz. Que ya nos invitaron, que los comités se están reuniendo, que faltan dos reformas, que una reunión más, que me fue muy bien la semana pasada en Bruselas… A cada anuncio del Presidente le seguía un viaje a Europa. O al revés: iba a Europa y traía algún anuncio de la OCDE.
En teoría estar en la OCDE le permitirá a Colombia acceder a programas y políticas públicas de alto nivel, y lo obligará a medirse con un selecto grupo de países desarrollados. Más allá de si eso sirve para algo, la OCDE se ve internacionalmente como un sello de calidad o un premio, lo cual en la tradición santista de ser internacional y tener sellos y premios, resulta fundamental. En la hoja de vida del futuro expresidente Mr. Santos, la OCDE es el vino fino de su cava.
La graduación de Colombia en la OCDE parecía inevitable hasta que llegó Donald Trump a la Casa Blanca. A partir de ahí, los mismos diplomáticos gringos que le sonreían a Colombia durante la administración Obama, empezaron a mostrarle los dientes. Estados Unidos aprovechó el proceso de ingreso a la OCDE –en el que en la práctica tiene poder de veto– para cobrar una cuenta pendiente: desde 2012, cuando se aprobó finalmente el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Colombia, nuestro país está en mora de expedir varias leyes que den cumplimiento a los compromisos que suscribió.
Algunas de esas leyes son sobre derechos de autor y propiedad intelectual. En general, las obligaciones que adquirió Colombia en el TLC frente a este tema no son otra cosa que copiar y pegar leyes gringas. Una de ellas es el Digital Millennium Copyright Act, que establece restricciones desproporcionadas para el acceso y uso de contenidos digitales (si le interesa saber más sobre esto, visite la página de Fundación Karisma).
En distintas modalidades y versiones, el gobierno ha tratado de pasar esas leyes por el Congreso. Siempre de afán, siempre sin discusión, siempre con presión gringa. Se conocen como ‘Ley Lleras’ porque el primero en intentar su trámite –pensando que le iba a dar réditos políticos– fue Germán Vargas Lleras, en 2011, cuando era ministro del Interior y de Justicia (acá puede leer más sobre el tema). Incluso una ‘Ley Lleras’ fue aprobada y expedida en 2012, pero la Corte Constitucional la declaró inexequible por vicios de trámite. Han sido cerca de cinco intentos fallidos.
Fin del contexto. Es miércoles 22 de marzo de 2018.
La ministra de Industria y Comercio María Lorena Gutiérrez está en París para hablar, oh sorpresa, del ingreso de Colombia a la OCDE. El proceso agoniza a menos de que demos muestras de buena conducta, por ejemplo con una nueva ‘Ley Lleras’. Gutiérrez espera poder dar la buena noticia de que el proyecto fue aprobado en el Senado y que solo tiene por delante un par de debates. Es prioridad para el gobierno y la máquina está aceitada en Bogotá.
O no.
El proyecto de ley, que había sido ‘pupitreado’ en comisión, está al final del orden del día en la plenaria. Milagro. Ahora el proyecto está adelante en el orden del día. Los activistas que se oponen a la iniciativa se resignan a ver desde la baranda una aprobación de trámite. El ministro del Interior Guillermo Rivera llega al Senado para mover el proyecto. No hay mermelada para nadie, la Unidad Nacional es un animal que se extinguió el siglo pasado y los senadores que se quemaron el 11 de marzo tiene el buen humor de un chofer de bus.
Algunos senadores critican el proyecto y dicen que necesita más discusión. El liberal Luis Fernando Velasco advierte que debe tramitarse como ley estatutaria (con lo cual su trámite tiene que reiniciarse).
Lo mismo dice Antonio Navarro Wolff. El ministro Rivera da una larga explicación y concluye:
Un senador dice que no entiende cuál es el afán; otro dice que ni siquiera encontró la ponencia para leerla. El gobierno insiste, y con los pocos amigos que le quedan logra que se abra la votación:
25-8 y contando. La votación se está perdiendo. El micrófono se queda prendido y el secretario le pregunta al ministro Rivera:
"Ministro... ministro...". Preocupado le muestra los números en la pantalla. Tiene pinta de goleada. "¿Estatutaria?". Se va el sonido mientras se confirma la derrota. Adiós OCDE, Mr. Santos. Adiós club. Ese club. Tanto esfuerzo, tanta planeación, tanto trabajo metódico. Se lee el balance final. El proyecto se votó negativamente, lo que por ley implica que queda archivado. Pero la mesa directiva se inventa un giro en la trama.
Nadie se dio cuenta. Y no sabemos si sirva, pero no importa. Al final es solo un sello de calidad, un premio. El vino fino en la cava de Mr. Santos.
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