La Cenicienta que nunca le llega su príncipe
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La historia no se repite, pero rima. La frase es de Mark Twain, y con ella se puede describir lo que ocurre cada año cuando se presenta el presupuesto del sector agropecuario. Con pandemia o sin pandemia, sin importar el gobierno de turno, todos los años por estos meses la historia rima: el Ministro de Hacienda presenta su proyecto de presupuesto a la Comisión V del Senado, y tras un primer debate, algunos congresistas y la mayoría de los gremios alzan la voz, se quejan que el presupuesto asignado al sector agropecuario es insuficiente.
El ministro promete una revisión, luego evidencia que no hay recursos, pero igual se compromete a realizar un esfuerzo. Paso a seguir, mejora la propuesta. Aunque en algo aumentará el presupuesto, seguirá siendo significativamente insuficiente. Al menos este año se justificarán en la sincera excusa de que el covid ha mermado en $24 billones el recaudo tributario.
Tal vez cansado de esta historia, Roberto Vélez, Gerente de la Federación de Cafeteros escribió un Tweet sin la aburrida precaución diplomática de los gremios:
El tratamiento presupuestal de “Cenicienta” para el sector agropecuario, es desconocer el papel fundamental que ha jugado para la economía colombiana en esta pandemia. Queremos ser el verdadero motor de la economía, pero necesitamos suficiente combustible para poder jalonar.
— Roberto Vélez Vallejo (@robertovelezv) August 27, 2020
Lo cierto es que el sector agropecuario, junto al de medio ambiente, son esas Cenicientas a las cuales nunca les llega su príncipe.
Por ahora, la propuesta de 2021 para el sector agropecuario es de $1.08 billones. Lo que significaría una reducción de 18.3 por ciento en inversión (al compararlo con los $1.32 billones asignados en 2020). Siendo paradójicamente la Agencia de Desarrollo Rural la entidad más castigada en la asignación de presupuesto.
Es acá donde nos podemos remitir a columnas del pasado para transcribir los reclamos de siempre: “Con este presupuesto el Ministerio de Agricultura y sus entidades adscritas tienen la titánica tarea de invertir en: transferencia de conocimiento; acceso a crédito; incentivar el aseguramiento de cultivos; proveer infraestructura agropecuaria; asociatividad; promoción a la comercialización; mitigación al cambio climático; creación de distritos de riego; sanidad, aprovechamiento de mercados externos; formalización de la propiedad, restitución de tierras, entre otras. Con este presupuesto el resultado no va ser el otro que la frustración y el desamparo.
Al ministro de agricultura no le queda otra que resaltar logros coyunturales, pedir espaldarazos políticos a los gremios tradicionales y lanzar programas pilotos con nombres sugestivos.
Acá hay otra rima que se repite con la historia: la brecha entre el discurso y la asignación de presupuesto. El presidente de turno se refiere al sector agropecuario como prioritario, estratégico, fundamental, motor de la economía. Pero a la hora de asignarle presupuesto, le dan un tratamiento de Cenicienta. Para 2021 el sector agropecuario solo significaría el 0,54 por ciento del total del presupuesto. Esta participación, aunque parece alarmante, es lo mismo que lleva ocurriendo por años.
Si el presupuesto para el sector agro va a seguir siendo tan raquítico como siempre, al menos se debería realizar un cambio en dos temas fundamentales: i) Construyan y mejoren las vías terciarias (como se dijo aquí); y ii). mejoren los temas regulatorios. Aunque esto último da para una extensa columna, voy a señalar un ejemplo: por la ausencia de regulación para cultivar y exportar la flor seca del cannabis para fines medicinales, los inversionistas deben irse a otros países. Cómo es posible que ante la ausencia de regulación se pierde inversión privada, generación de empleo formal, transferencia de conocimiento, y en fin, la oportunidad que el desarrollo rural sea una realidad.
Pero retomando la misma triste historia del presupuesto, acá hay que decir algo que suena infantil, pero no por ello deja de ser cierto: Así como el que quiere saca tiempo, en la asignación de presupuesto el que quiere encuentra los recursos para ser invertidos.
La mayor demostración que si hay recursos, es lo que hace poco expuso el senador Iván Marulanda, “Entre 2005 y 2015 se gastaron en erradicación de hoja de coca $88 billones de pesos, equivalentes a 55 años del presupuesto de agricultura de Colombia". Si entramos a ver los detalles de esa cifra, nos encontramos que en un cuestionario contestado por la Presidencia de la República que en el periodo de 2005 a 2014 el promedio de inversión por hectárea fue de $23 millones por erradicación manualmente, y de $72 millones por erradicación por aspersión aérea.
¡Plata invertida en el campo si hay! Pero no para fortalecer el sector agropecuario. El sector se ha convertido en una Cenicienta que trabaja en silencio, que entre mayo y junio de 2020 ocupó al 17.1 por ciento del total de colombianos ocupados, y que en 2019 participó con el 6.7 por ciento del PIB. Es un sector al que se le asignan recursos raquíticos, es una Cenicienta en que su historia todos los años termina por rimar pues el príncipe nunca llega.
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