La deforestación en el 2018: ni fanfarrias ni abucheos, pero sí optimismo
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Como lo contó La Silla aquí, ayer el Ministerio de Ambiente y el Ideam presentaron las cifras de deforestación del 2018. El anuncio de que el año pasado se deforestaron 22.841 hectáreas menos que en el anterior es una buena noticia que, aunque nos regresa al optimismo al haber revertido una tendencia aterradora, no es motivo de celebración por tres motivos principales.
En primer lugar, se siguen deforestando cientos de miles de hectáreas en el país: 197.159 hectáreas en un año sigue siendo una cifra descomunal que equivale a Bogotá incluyendo a Soacha. Una superficie mayor a la isla de Jamaica. Como lo contamos hace poco, las consecuencias de la deforestación son muchas y muy graves y en esta escala resultan casi imposibles de valorar.
En segundo lugar, en 2018 se perdieron más de dos mil hectáreas de bosque dentro de los Parques Nacionales Naturales. Los Parques son una estrategia exitosa de conservación y eso se refleja en que dentro de ellos se deforesta menos que por fuera, pero como le escribimos recientemente desde Parques Nacionales Cómo Vamos al Presidente de la República, cualquier proceso de degradación dentro de los Parques Nacionales resulta inaceptable tanto por motivos ambientales, como por seguridad y soberanía.
El tercer motivo que no nos permite regocijarnos con las cifras es que son un mal síntoma de la implementación de los Acuerdos de Paz. Meta, Caquetá y Guaviare, los departamentos más afectados, suman 126.004 hectáreas deforestadas. Esos son los antiguos territorios de las Farc, a donde aún no llega el Estado en pleno, mientras que las disidencias y los acaparadores de tierras forman una peligrosa alianza que costará mucho trabajo desmantelar.
A pesar de esos bemoles, y de que es imposible saber qué es lo que está teniendo resultado, algo sí está funcionando.
Se deforestó menos que en el año anterior por primera vez desde 2015. El programa Visión Amazonía, las operaciones militares en el marco de la estrategia Artemisa (con todo y sus cuestionamientos) y los muchos recursos que países como Noruega, Alemania y Gran Bretaña han puesto al servicio del país, pueden ser algunos factores de éxito.
La deforestación es muy compleja como para poderse atribuir de manera directa y a la ligera y mucho menos para asumir que los resultados se deben a políticas nuevas con tan solo unos meses de existencia.
Más cuando la forma de revelarlas se pudo interpretar como una ambición innecesaria por darle crédito al actual gobierno terminó por reflejarse en un error de comunicación que, ante el ojo desprevenido, pasa por ser tramposo.
Ante quienes participaron activamente en la discusión sobre las metas del gobierno en materia de deforestación, el anuncio es resultado de una inexplicable terquedad en defender y validar el modelo de pronósticos que hizo el gobierno a finales de 2018 para responder a las muy criticadas metas incluidas inicialmente en las bases del Plan Nacional de Desarrollo.
Para varios analistas y expertos en políticas públicas, la manera en que se publicaron las cifras es desconcertante: es antitécnica y parecería un error de principiantes entre funcionarios que tienen muchos años de experiencia en el sector público precisamente en temas técnicos.
Estas discusiones, que le pesan solamente a ese mínimo porcentaje de la población que está permanentemente conectado a Twitter, son relativamente irrelevantes. Su principal, y en mi opinión grave, consecuencia, es restarle credibilidad a un gobierno que la necesita con urgencia, aunque ciertamente en este caso la pierden entre un público relativamente reducido.
En todo caso, el Gobierno debe mantener un llamado a todo el país para que cada ciudadano ponga su granito de arena para detenerla. Y además, como diría el presidente Uribe, sería mejor que los compañeros cuidaran las comunicaciones.
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