La movilidad también es un problema de género

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Las políticas públicas de movilidad no pueden pensarse únicamente en clave de puentes y carreteras.

Es importante ampliar nuestra forma de entender “la movilidad”. Ésta parece estar reducida solamente al acceso a los medios de transporte, pero es mucho más que eso. Los problemas que se relacionan con la movilidad no se resuelven únicamente con más buses, más rutas y mejores vías. Hablar de movilidad es hablar también de la forma en la que vivimos, nos movemos y nos sentimos en estos espacios.

Los espacios son escenarios que condicionan, reproducen y dan cuenta de las relaciones de las personas y, en este sentido, los cambios y transformaciones que se hacen en estos impactan en las dinámicas sociales. Estos espacios influyen en la construcción de las mujeres como determinados sujetos, limitados a ciertos medios de transporte, ciertas zonas, horarios y actividades.

Tiempo, costos económicos, necesidad de usar determinado medio porque es el único disponible, y seguridad, son algunos de los factores que se analizan al momento de desplazarse. Hablar de movilidad debe implicar también un ejercicio de comprensión de los riesgos al momento de movilizarse por un territorio. Si bien el “riesgo” que consideran los hombres puede estar relacionado con la accidentalidad y los hurtos, entre otros aspectos, las mujeres, además de estos aspectos, deben considerar los posibles hechos o actos de acosos y abusos a los que pueden estar expuestas.

Así como las razones, las horas y los recorridos de cada persona son diferentes, la forma en la que las –diferentes- mujeres se mueven por la ciudad también lo es; decidir o pensar en aspectos como el tiempo que tengo para transportarme o el dinero que me cuesta hacerlo, va acompañado de un constante miedo por la seguridad: ¿qué hora es? ¿Dónde queda? ¿Es una zona segura? ¿Es una zona peligrosa? ¿En qué medio de transporte puedo llegar mejor (“mejor” significa “seguro” y no necesariamente “más rápido”)? Sumado a esto, los trayectos y actividades a realizar por las mujeres están supeditados también a las necesidades de otros miembros de sus familias, hijos(as), adultos mayores, etc.

La movilidad es masculina, pensada y diseñada por hombres -y en algunos casos “para mujeres”- considerando e intentando responder a los problemas de manera técnica con metodologías científicas sin considerar la importancia de los espacios de discusión y participación social y comunitaria. Las “soluciones” a los problemas de movilidad no consideran factores como el género o la discapacidad -más allá de las rampas en los buses- y tampoco responden a problemáticas que derivan de la planificación y del diseño de cada ciudad, equiparando las problemáticas que se tiene Bogotá con las que tienen Cali, Barranquilla o Bucaramanga.

Es necesario pensar en una movilidad que se sitúe y considere los problemas, sujetos, interacciones, instituciones particulares; que reconozca que las decisiones de movilidad van más allá del simple desplazamiento, y que determinan en gran medida la forma de relacionarnos e interactuar; que considere las necesidades y las dificultades de las mujeres y que brinde los espacios para conocer verdaderamente las problemáticas de quienes las viven a diario.

Las políticas públicas de movilidad no pueden pensarse únicamente en clave de puentes y carreteras. La movilidad es también un asunto de género.

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*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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