La política migratoria está a medias
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Esta columna fue escrita en co-autoría con Diego Chaves.
En el plano internacional, se ha venido reconociendo con mayor fuerza las políticas adoptadas por el gobierno colombiano para hacer frente a la oleada de millones de migrantes venezolanos que empezaron a arribar desde el año 2015. Ningún país en el mundo puede estar preparado para recibir un volumen tan alto de migrantes y mucho menos en tan poco tiempo. Aun así, se puede decir que, si se compara el caso colombiano con otras crisis migratorias a nivel global, Colombia ha respondido de forma creativa, solidaria y pragmática. Dicho esfuerzo ha logrado sacar el mayor provecho de la situación y mitigar los efectos negativos que se asocian a la misma.
Históricamente, Venezuela fue un destino migratorio para muchos colombianos. La bonanza petrolera venezolana en la década de los 80, que coincidió con un recrudecimiento de la violencia en Colombia, llevó a que miles de colombianos pasaran y se radicaran al otro lado de la frontera. No obstante, recientemente, los movimientos migratorios colombo-venezolanos comenzaron a revertirse.
La salida de los venezolanos de su país ha venido en aumento en los últimos cinco años, donde el número de migrantes con vocación de permanencia aumentó de menos de 39 mil, a finales de 2015, a 1.8 millones para junio de 2020. Sin embargo, estos números no están teniendo en cuenta ni el casi medio millón de colombianos que retornaron al país, ni el millón anual de venezolanos que cruzaron a pie o en transporte las carreteras de Colombia en tránsito hacia otros países.
Además, ha habido unos 5.2 millones de venezolanos que son “migrantes pendulares”, aquéllos que viven del lado venezolano de la frontera, pero que, a menudo, demandan servicios del Estado colombiano. En especial en ciudades como Maicao, Riohacha, Cúcuta, Villa del Rosario, Arauca y Puerto Carreño. Consecuentemente, estamos hablando de una migración de un volumen poblacional casi del mismo tamaño de una ciudad como Bogotá.
Lo interesante, es que el Estado colombiano ha logrado, a pesar de múltiples dificultades, dar un viraje para recibir lo que hoy representa el segundo flujo de migración más alto del mundo—después de los sirios en Turquía—, habiendo encontrado recetas ingeniosas para dar respuesta y atención a la población migrante y a las comunidades de acogida. Se puede calificar a Colombia como un ejemplo a nivel mundial, en donde en algunas esferas entre expertos internacionales se ha acuñado, incluso, el término “Modelo Colombiano”, para referirse a la manera de cómo deben acogerse a personas en situación de movilidad humana en el mundo.
Se pueden destacar cinco elementos de ese tal llamado “modelo colombiano”, los cuales son las claves del éxito obtenido hasta el momento. El primero es la consistencia, que han tenido los distintos niveles de gobierno y demás instituciones del Estado, para responder a esta crisis. Desde la Presidencia de la República tanto en la administración anterior como en la actual, junto con su cúpula de ministros, los liderazgos de todos los partidos políticos de gobierno y oposición, y otras áreas como el ministerio público, han hecho de este esfuerzo un ejercicio colectivo para acoger e integrar a los migrantes venezolanos. Aunque ha habido algunos brotes de xenofobia, tanto en la población como en los líderes políticos locales, ha habido un consenso, en general, en cuanto a la solidaridad con los migrantes venezolanos, que pocas veces se ha visto en crisis similares en otros países.
En segundo lugar, hay que destacar la coordinación que la Presidencia de la República ha liderado con la creación de una oficina central de coordinación que cuenta con la capacidad de integrar los distintos esfuerzos de los ministerios y de las agencias del gobierno. Recibir un volumen de migrantes en tan poco tiempo, requiere una respuesta integrada del gobierno que va, desde Cancillería y Migración Colombia, hasta los ministerios de Educación, Salud, Trabajo, Vivienda y Medio Ambiente, entre otros.
De igual manera, dicha oficina ha logrado articularse con los gobiernos departamentales y municipales, actores no gubernamentales y organismos internacionales a fin de brindar una respuesta coordinada y oportuna a la población. La respuesta colombiana a la crisis contrasta mucho con las acciones fragmentadas que se tienden a dar en estas crisis migratorias en otros países, donde una sola agencia tiene toda la carga y no puede incidir en otras áreas del gobierno.
En tercer lugar, la decisión de optar por la regularización de la situación migratoria de los migrantes a través de varias rondas del Permiso Especial de Permanencia (PEP) ha sido clave para su integración. Esta medida práctica permitió que los migrantes venezolanos tuviesen un proceso de integración expedito en la vida nacional, especialmente, en el mercado laboral, la salud y la educación. Este proceso de regularización permite que los migrantes venezolanos sean productivos y contribuyan a la economía y a la sociedad nacional, sin generar distorsiones innecesarias en el mercado laboral.
En cuarto lugar, Colombia ha garantizado, en gran medida, el acceso a servicios básicos como son la educación y salud para los recién llegados, por lo menos educación básica y servicios de salud de primer nivel. Además, los migrantes provenientes de Venezuela que cumplan los requisitos, habitualmente los que tienen PEP, pueden afiliarse al régimen contributivo o subsidiado de salud (que les ofrecen casi que a los mismos servicios que a los demás colombianos). Ambos ejes han sido fundamentales para promover la integración en términos de igualdad de los migrantes con el resto de la sociedad colombiana. En medio de una pandemia, se ve la importancia de estas medidas, y de la importancia de lograr cobertura universal.
Finalmente, Colombia, al estar adherido al marco internacional y a la Convención para Reducir los Casos de Apatridia (1961), resolvió se les otorgara la nacionalidad a los niños venezolanos nacidos a partir del 19 de agosto de 2015 en el territorio colombiano.
Lo anterior muestra que la respuesta colombiana ha tenido el objetivo central de recibir a migrantes venezolanos en condiciones de la mayor igualdad posible, logrando su integración en la sociedad y mercado laboral colombiano. Este enfoque no solo es humanitario, sino tiene una lógica clara diseñada a beneficiar a la sociedad colombiana en su conjunto. Al tener una población migrante bien integrada en el país, favorece el crecimiento económico y productividad para el país a largo plazo. Un creciente número de estudios a nivel global muestran que, si bien puede haber impactos negativos a corto plazo de un cambio demográfico abrupto, hay beneficios a mediano y largo plazo para todos, incluyendo los integrantes de la sociedad de acogida.
Sin embargo, quedan algunos desafíos pendientes para el futuro. Si bien el PEP ha sido una medida excepcional para regularizar el estatus de los migrantes venezolanos, la mayoría de los venezolanos que viven en el país no cuentan aún con dicho documento. El número masivo de llegadas sobrepasaron la capacidad del Estado para poder documentar a los recién llegados.
Ahora bien, por un lado, la decisión de otorgar un PEP laboral es una innovación importante que puede llegar a tener un impacto diferencial en el futuro, y por el otro, el PEP escolar, que todavía está por ser formulado, podría tener un efecto aún más significativo. También existe la necesidad de pensar cómo hacer un puente entre una condición migratoria temporal y otra más permanente, que represente la realidad donde hay unos migrantes en tránsito por el país, pero también hay otros que buscan quedarse a largo plazo.
Asimismo, hay una necesidad urgente de flexibilizar y hacer más eficientes los procesos para revalidar títulos profesionales, ya que muchos venezolanos han llegado a Colombia con dichos títulos, lo que los hace contar con la capacidad de contribuir al país si pudieran ejercer sus profesiones. En medio de una pandemia este tema cobra vigencia mayor en el sector salud, puesto que enfermeras y médicos extranjeros podrían ayudar en el servicio público de salud en alguna capacidad.
Finalmente, la situación de los servicios críticos — especialmente escuelas, clínicas y hospitales — que en algunas comunidades ya se encontraban saturados, necesita más atención ahora con la llegada de más personas del país vecino. Lo ideal sería que se dieran más inversiones que beneficien tanto a la población colombiana como a los recién llegados de Venezuela. En este punto, la solidaridad de la comunidad internacional es clave para inyectar nuevos recursos que se sumen a los esfuerzos para hacer frente a una crisis que puede resultar beneficiosa para todos y todas, y especialmente, para el futuro de Colombia.
Sin duda que existe un “modelo colombiano” que además goza de reconocimiento a nivel internacional. No obstante, es un modelo que necesitará de ajustes para seguir rindiendo los frutos que van de la mano de una agenda de desarrollo de mediano y de largo plazo.
Ahora bien, la pandemia y la crisis económica que la acompaña ha frenado el ritmo con el que se venían dando dichos flujos migratorios. Sin embargo, es de esperarse que esta pausa sea temporal antes que permanente, por lo que debe sacarse el mayor provecho a este hiato donde se pueda revisar, planificar y mejorar aquellos elementos que puedan seguir haciendo de este modelo, un ejemplo de sostenibilidad en el mundo.
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