¿Los TLC no son buena papa?
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Fuimos testigos de la preocupante imagen de los campesinos en las carreteras vendiendo su cosecha de papa por la drástica reducción de sus ingresos, la solidaridad en redes sociales, el oportunismo de los políticos, el dedo señalador culpando a las importaciones de papa congeladas provenientes de Bélgica, y el juicio concluyente: “Los TLC están acabando con el campo colombiano”. Esa frase resume cómo en Colombia se simplifica lo complejo.
Es obvio que las importaciones perjudican los ingresos de los productores nacionales, pero esta no es la única causa, tal vez ni siquiera sea la más determinante: en 2019 las importaciones de papa correspondieron al 2,1 por ciento de la producción nacional aunque, al ser procesada, su participación es más significativa. Hubo una causa coyuntural que pudo haber tenido un mayor impacto que las importaciones: la fuerte contracción en la demanda por los cierres de colegios y restaurantes.
A esto se le suma un gran problema estructural: los campesinos, ante la falta de distritos de riego, deben aprovechar la temporada de lluvias para la siembra de papa, lo que genera sobreoferta en el momento de la cosecha. A parte de esto, el sistema agroalimentario es centralista y deficiente, perjudicando los ingresos de los papicultores, y en general de los pequeños agricultores.
Pero en esta época nadie tiene tiempo para escuchar matices. Hay que decirlo en 144 caracteres o mejor con una imagen. Los políticos solo tienen pocos segundos para sentar su posición, deben dar un mensaje simple, contundente y repetitivo. Señalar una única causa como la culpable de todos los males. Por eso algunos insisten en repetir lo mismo: "los TLC acabaron con el campo colombiano" o "los TLC están acabando con el campo colombiano".
De tanto repetirse y escucharse este juicio, la gente se lo empieza a creer. Al exponerse una causa simplista se da una solución simplista: cerremos las importaciones. De forma miope se vende la idea de que, al hacerlo, la mayoría de nuestros problemas de desarrollo agropecuario estarán resueltos. Como si antes de la apertura económica no hubieran existido los mismos problemas estructurales que aún persisten.
En aras de poner en entredicho esa causalidad simplista, comparto tres observaciones para complejizar/matizar el debate entre la producción agrícola nacional y los TLC.
1. Los grandes problemas del campo son estructurales y anteceden a los TLC. La ilusión era que con la apertura se diera el tan anunciado cambio estructural, y así lograr que el sector agropecuario fuera competitivo. Cambio que es más que evidente que nunca se dio.
Acá repetimos una breve lista de los problemas de siempre: fincas pequeñas (el 52,8 por ciento de las Unidades Productivas Agropecuarias -UPA- son menores a 2 hectáreas, y el 70,4 por ciento son menores a 5 hectáreas) de baja productividad, escasa transferencia de conocimiento, sembrando productos de bajo valor. A lo anterior se le suman muchos limitantes para comercializar sus productos (ninguna ayuda real de comercializar sus productos mediante un programa de compras públicas), bienes públicos escasos o en pobres condiciones (10 por ciento de las vías terciarias están en buen estado. Sólo 6 por ciento de las hectáreas con aptitud agropecuaria tienen distrito de riego) e incertidumbre en la tenencia de la tierra.
2. Colombia no ha aprovechado los TLC. Lo poco que se ha hecho ha sido incipiente en cuanto a diversificación exportadora, y consolidar nuevas cadenas agropecuarias ganadoras, que generen empleo y jalonen el desarrollo rural. Prácticamente seguimos exportando los mismos productos desde antes de la apertura: café, banano y flores.
Tabla 1. Participación productos en exportaciones agropecuarias y agroindustriales 1991-2019. Fuente: Dane-Dian
El único producto a destacar es la palma, que pasó de no tener participación en 1991 a 5 por ciento en 2019 (el aguacate que ha sido muy mediático sólo participó con el 1,8 por ciento en el primer semestre de 2020). Pero esto es muy poco si nos comparamos con Perú, ellos desde el 2000 ofrecen un gran clima de inversión para los agroexportadores, se convirtieron en el principal productor mundial de espárrago, quinua y alcachofa; en el segundo mayor de aguacate, mandarina y arándanos y, el cuarto de palmitos en conserva.
Lo anterior se tradujo en encadenamientos productivos que son motores y dinamizadores de la economía. Cinco empresas agroindustriales están entre las veinte mayores empleadores. Pasó de 131 mil empleos directos en 2004 a 418 mil en 2017. Así mismo, la integración de pequeños agricultores independientes (vía contratos con la agroexportación), ha incidido en la reducción de la pobreza en 15 puntos porcentuales en la zona costera peruana de 2000 a 2010 (ver más).
3. Cada cadena agropecuaria es muy distinta y compleja. Algunas se ven seriamente amenazadas por los TLC (ejemplo: el sector lácteo en un posible TLC con Nueva Zelanda). Otras cadenas tienen en los TLC una gran oportunidad (ejemplo: cítricos en el TLC con Unión Europea. En un supermercado de Barcelona tres limones tahití cuestan €1).
El mejor ejemplo es la paradójica relación entre el sector avícola y los TLC. Esta cadena, para ser competitiva, necesita como insumo que las importaciones de maíz de EE.UU. tengan un arancel bajo o incluso de cero. Pero, por otro lado, si se reduce el arancel de las piernas y perniles (quarter legs) que en EE.UU. son despreciadas (pues sus consumidores tienden a elegir la pechuga), entraría un competidor tan poderoso que podría significar el fin parcial, e incluso total, de la producción nacional.
Los TLC son el juego, hay que enfocarse en el jugador; entonces, nos encontramos que el gran cuello de botella del campo colombiano es la indolencia y miopía de nuestra clase dominante. Esa que nos metió en un marco de competencia global sin tener las condiciones básicas, ni ningún tipo de estrategia real. En otras palabras, nos metió en un juego en que no contamos con las condiciones necesarias para jugar, y por ende, no sabemos a qué jugamos, ni cómo jugarlo. El resultado no puede ser distinto a la derrota.
Pero insisto, el problema no se limita al juego per se. Dejarlo de jugar tampoco solucionaría los problemas estructurales. La solución está en cumplir con la Constitución (Artículos 64 y 65), las leyes agrícolas, el punto 1 del Acuerdo de Paz, y las recomendaciones de la Misión para la Transformación del Campo, y los Conpes. Pero esto parece poco probable que ocurra en el corto plazo. En consecuencia, en pocos meses volveremos a ver la misma escena: campesinos rogando que les compren su cosecha para no perderla, y políticos en pocos segundos simplificando la causa y la solución.
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