Nuestra tarea es hacer memoria para la reconciliación

Nuestra tarea es hacer memoria para la reconciliación

Las palabras de Íngrid Betancourt en el evento de reconocimiento de responsabilidades de secuestro de las ex-Farc organizado el 22 de junio de 2021 por de la Comisión de la Verdad aún retumban en mis oídos. El padre Francisco de Roux resumió su gran significado en una frase: “Hay que transformar la memoria, mantenerla viva, con todo su dolor”.

A propósito de la importancia de la memoria para la reconciliación comparto algunas reflexiones producto mi participación en el proyecto de investigación Memorias desde las Márgenes de la Universidad de Bristol y el Iepri de la Universidad Nacional de Colombia. Estas reflexiones son profundamente personales y muestran la importancia de que todos en Colombia hagamos memoria. Una reflexión más extensa será publicada pronto en la página web de Mempaz. 

La memoria es azarosa. En marzo de 2020, una imagen intensa de cuando tenía diez años abrió el camino para permitir que las memorias de lo que había sido mi niñez y mi adolescencia emergieran libremente, sin intentar darles sentido y contarlas coherentemente. Tras esa imagen siguieron miles de fotos instantáneas que fueron armando un collage que había que traducir en palabras. Las palabras se convirtieron en herramientas para ir encontrando el sentido, pero la fragmentación de los recuerdos muchas veces se convirtió en un abismo que solo podía atravesar recurriendo a la música. Canciones que hacía muchos años no escuchaba se convirtieron en puentes para unir retazos que parecían pertenecer a universos paralelos con pasados distintos. 

Mis días se llenaron de memorias. Los asesinatos de Jaime Pardo en 1987, Luis Carlos Galán en 1989, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro en 1990 se mezclaron con mis navidades, con la muerte de mi abuela materna, con las tensiones familiares, con el desamor, con mi irreverencia, con amistades que aparecían y desaparecían y, sobre todo, con diálogos con mis padres. Me di cuenta de que mis memorias reconstruían una historia de Colombia: fracturada por la guerra, dividida frente a la paz y conformada por regiones aisladas y desconectadas entre sí. 

Al empezar a escribir descubrí que mis recuerdos le hablaban al centro desde las márgenes porque crecí en Pasto, pero con una profunda conexión con Bogotá. Desde las márgenes, porque muchas memorias estaban relegadas a la esquina más remota de mi mente, al punto que encontré muchas que no sabía que estaban ahí. Y más aun que las estaba escribiendo desde las márgenes, sentando en Londres, al otro lado del océano donde viven miles de colombianos que añoran su país.

La separación voluntaria de Colombia me permitía tomar distancia del frenético ritmo de la política colombiana y parar el día a día para dejar emerger mi reconstrucción del pasado. Al pasar de los días las memorias desde las márgenes se trasladaron al centro de mi cotidianidad. El centro estaba en las márgenes y yo me había descentrado.

El volcán Galeras se convirtió en el epicentro de un mundo que empezaba a abrirse ante mis ojos en círculos concéntricos que me llevaban al Barranco —la vereda dónde nació mi papá—, a Tumaco —el puerto del Pacífico nariñense donde vi por primera vez el mar—, a Ecuador —mi primer destino internacional— y, desde ahí, hacia el norte de Colombia pasando por Popayán y Cali en innumerables viajes terrestres que hacíamos anualmente para visitar a mi familia bogotana con quienes exploramos el Caribe colombiano, pasando por Boyacá, Santander y Antioquia.

Mas allá de esta cartografía de mis memorias, el descubrimiento fue asombroso. Detrás del silencio, habitaba el dolor; junto al dolor había plenitud; entretejida con la plenitud se escondía la frustración; a la par de la frustración se retorcía la vida cotidiana; en medio de la vida cotidiana saltaban amores apoteósicos; en el trasfondo del amor estaba un país que me rehusaba a ignorar que en ciertos aspectos parecía haber cambiado muy poco. 

Recordé una frase que mi padre repetía de alguien más: “Colombia un país donde todo cambia para que todo siga igual”. Vi que ese niño que creció tratando de darle sentido a su vida en medio de la incertidumbre que generaba la violencia y el sentimiento de indefensión que dejaba cada muerte de miembros de la Unión Patriótica seguía vivo. Mi memoria era también presente.

Hacer memoria es como unir continentes que antes estaban juntos y ahora los separan océanos. Es como reconstruir un jarrón que se destroza en mil pedazos y se convierte en parte de las baldosas sobre las que caminamos, uno se agacha a recoger los grandes pedazos y termina aceptando que gran parte es el polvo que respiramos; el jarrón ya no existe como antes, no puede reconstruirse, pero en el proceso mismo de pegar los pedazos y respirar su polvo, la vida misma cobra sentido. La memoria no solo son retazos del pasado es el espacio-tiempo de nuestra existencia. Hacer memoria es un ejercicio de resignificación del presente porque nos permite ver los hilos invisibles que constituyen la madeja de lana que somos hoy.

Hacer memoria tiene un componente profundamente sanador. Plasmar página tras página los recuerdos de un pasado complejo lleno de alegrías y tristezas, de dolores y satisfacciones, de cariño y cuidado, de rencor y perdón, me ha permitido mirarme hoy con más compasión y sentirme parte de una construcción social que empieza en mi cuerpo y termina difuminada en el mundo en el que cientos de personas, que por azar y por destino se cruzaron en mi camino, habitan hoy, a pesar de que no compartimos las mismas memorias. 

En un mundo dominado por las tendencias de la redes sociales, el escepticismo frente a los expertos y las noticias falsas, la memoria se convierte en un ejercicio revolucionario; una estrategia para, a través de la introspección, entender nuestros procesos mentales y disponernos a desmontar la geopolítica del odio antes que ser su presa; para reparar los lazos sociales rotos; para reconectarnos con nuestra humanidad, que es indefectiblemente afectiva, es decir producto de nuestro encuentro con otras personas y nuestra interconexión con la naturaleza.

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Paz

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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