Producir y padecer
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Ojalá este titular fuera tan solo un oxímoron, pero es la trágica realidad social de Colombia: quienes padecen hambre son en su mayoría quienes producen nuestros alimentos. Así lo evidencian los datos recién divulgados por el Dane, donde el 19,3 por ciento de los habitantes rurales son pobres extremos, es decir, alrededor de uno de cada cinco no tienen ingresos para adquirir la canasta mínima alimenticia.
Podríamos pensar que ya tocamos fondo, pero el panorama es aún mas desalentador. Los datos del Dane sobre pobreza extrema monetaria toman la foto de 2019. En consecuencia no captan los efectos perversos que ha tenido la pandemia en la economía. Fedesarrollo estima que la pobreza extrema se agudizará, pasando a nivel nacional de 9,6 por ciento en 2019 a 14 por ciento en 2020. Los expertos aseguran que esto será un retroceso que borrará los avances logrados en la última década.
Por ahora, el dato oficial es que en 2019 de cada 1.000 personas que viven en la zona rural 193 son pobres extremos. Desde 2017 esta situación se viene agravando. (Ver gráfica)
Gráfica 1. Incidencia porcentual de pobreza extrema. Fuente: Dane.
La paradoja es que la agricultura familiar es responsable del 70 por ciento de la producción de alimentos en Colombia, pero son ellos quienes sufren la angustia y el dolor de la inseguridad alimentaria.
Esta trágica situación no es exclusiva de Colombia. En el mundo dos de cada tres personas que sufren hambre viven en zonas rurales. Se calcula que en el mundo 690 millones de personas padecen de hambre. Se estima que por la crisis generada a causa de la pandemia otros 150 millones de habitantes pasarán a ser pobres extremos.
La razón de la pobreza en el campo, en gran parte se explica por ser fincas pequeñas, de baja productividad y con muchos limitantes para comercializar sus productos. De 570 millones de fincas a nivel mundial, 475 millones son menores a 2 hectáreas. En Colombia el 52,8 por ciento son menores a 2 hectáreas, y el 70,4 por ciento son menores a 5 hectáreas.
Las cifras evidencian que es urgente tomar medidas para poder cumplir con uno de los principales objetivos de desarrollo sostenible de la ONU: acabar el hambre en 2030. Por eso es urgente cambiar lo que se viene haciendo. Muy bien lo dijo Einstein: “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Los hallazgos y conclusiones del proyecto Ceres 2030 son vitales para cumplir la meta de cero hambre. El proyecto Ceres 2030 es un equipo de 78 investigadores de 23 países, quienes con ayuda de inteligencia artificial, revisaron la literatura disponible sobre agricultura y agronomía de los últimos 20 años, alrededor de cien mil artículos, donde se buscaban recomendaciones y soluciones concretas para pequeños agricultores, como la de identificar y rescatar las mejores prácticas con los objetivos de: i) doblar los ingresos de los pequeños campesinos, aumentando su productividad; ii) Que los cultivos sean más sostenibles ambientalmente, y resilientes al cambio climático.
El hallazgo fue fascinante y preocupante: sólo 2 por ciento de los artículos publicados tenían datos de calidad y ofrecían soluciones concretas para los agricultores de pequeña escala. Es decir, hay una brecha inmensa entre las necesidades de los pequeños productores y la manera como se han enfocado los recursos de investigación. En palabras más crudas: el dinero que los donantes han dado para investigaciones enfocadas en erradicar el hambre y la pobreza rural, en la gran mayoría de los casos se ha desperdiciado.
El proyecto Ceres 2030 estima que para lograr la meta de erradicar el hambre, se necesita que los grandes donantes se doblen, es decir, que se donen otros 14 mil millones de dólares. Estos recursos se deben invertir y enfocar en investigaciones pertinentes para pequeños productores agrícolas. Dichas investigaciones deben hacerse con enfoque de género. A pesar que las mujeres constituyen la mitad de la fuerza laboral en el campo, apenas el 10 por ciento de las investigaciones tenían en cuenta esta variable.
En particular estas investigaciones deben guiarse para complementar y profundizar los hallazgos que encontraron en la literatura:
- Los pequeños agricultores son mas dados a adoptar cambios hacia tecnología verdes, como por ejemplo sembrar un nuevo material vegetal mas resistente a las sequías, cuando se les brinda un buen servicio de extensión.
- Empoderar a los pequeños agricultores a que se asocien. Cuando lo hacen reducen los costos de la cadena, realizando economías de escala. También aquellos que venden a firmas grandes tienden a tener mejores ingresos, en gran parte por que reciben material genético y asistencia técnica. Se estima que estos campesinos asociados tienen 57 por ciento de mayores ingresos, y una producción entre 20-25 por ciento mayor.
- Reducir el desperdicio de alimentos. La FAO estima que un tercio de la comida que se produce a nivel mundial se desperdicia en el tránsito desde la finca hasta el consumidor final
Las conclusiones del Ceres 2030, aunque no suenen grandilocuentes ni innovadoras, pueden ser un punto de inflexión. Recursos robustos enfocados en investigaciones pertinentes, que luego se escalen a través de la política pública, nos pueden llevar a cumplir la meta de 2030: así quienes trabajan la tierra y producen nuestros alimentos, nunca vuelvan a padecer de hambre.
Nadie debería poder dormir tranquilo cuando hay otro ser humano que duerme con hambre.
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