Pronósticos de inflación del BanRep: una teoría conspirativa
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Dice la Constitución colombiana que el Banco de la República debe velar por mantener la capacidad adquisitiva de la moneda, un mandato que suele interpretarse como una directriz por mantener la inflación en niveles bajos y estables. Aclara, sin embargo, una sentencia de la Corte Constitucional que “La finalidad del Banco no es exclusivamente luchar contra la inflación” y que “no puede ser indiferente a los otros objetivos de desarrollo económico y social previstos por la Carta” como “la protección del pleno empleo”.
Si bien las decisiones que el Banco toma tienen efectos sobre muchas variables diferentes a la inflación como el desempleo, los ingresos e incluso la distribución del ingreso, si bien con certeza el Banco incorpora en sus decisiones algunas de estas implicaciones para atender esos “otros objetivos de desarrollo económico y social”, lo cierto es que la métrica fundamental con la que el Banco se juzga a sí mismo (y con frecuencia se le juzga) es la inflación.
Por ejemplo, la publicación más importante del Emisor es el “Informe de Inflación”; no hay un informe de esa relevancia sobre distribución del ingreso o sobre desempleo. Y el esquema de política monetaria que sigue el Banco se llama “Inflación Objetivo”, no desempleo objetivo o ingreso objetivo.
Puesto el énfasis en la inflación, las proyecciones de esta que elabora el equipo técnico del Banco son la variable clave en su toma de decisiones. La razón de la importancia de esas proyecciones radica en que las herramientas de política de un Banco Central no pueden cambiar la inflación de hoy ni la del mes entrante sino que empiezan a influenciarla con un rezago de más de un año.
¿Qué tan acertadas son las proyecciones de inflación a un año del Banco, aquellas que deben jugar un rol tan relevante en la toma de decisiones de la Junta?
El Banco de la República, contrario a otros Bancos Centrales como el de Inglaterra, no publica sus pronósticos puntuales de inflación (opino que debería publicarlos, pero eso no es el asunto de esta nota). Por fortuna publica (en los informes de inflación) una distribución de probabilidades del pronóstico. Usando el centro de esos intervalos, podemos inferir (con software especializado) una cifra cercana a la proyección puntual central de la inflación que tiene el Banco.
En el primer gráfico reporto la inflación calculada por el Dane desde el primer trimestre de 2004 hasta el último de 2018, junto con la proyección que había hecho el Banco doce meses antes. Así, por ejemplo, la inflación de junio de 2016 fue de 8,6 por ciento mientras que la proyección del Banco para esa fecha, hecha un año antes, no llegaba al 4 por ciento.
En el siguiente gráfico reporto la brecha entre las dos series (inflación menos su pronóstico, hecho doce meses antes). La distancia del “cero” indica qué tan lejos de acertar estuvieron esos pronósticos. Evidentemente, calificar de “descaches” todas las cifras diferentes a cero es un vara de excelencia imposible en un ejercicio de pronóstico de inflación a un año. Propongo una vara menos drástica: los “buenos” pronósticos son aquellos que tienen una desviación menor a +/- 1 por ciento, consistente con el hecho de que el Banco tiene como objetivo que la inflación sea 3 por ciento con una tolerancia de +/- 1 por ciento. Ese rango está diseñado justamente para lidiar con las variaciones inevitables del indicador.
La estadística que resume el gráfico: en 40 por ciento de los 60 trimestres analizados el desfase supera el +/- 1 por ciento. ¿Cómo leer esto?
La primera lectura: es un resultado muy flojo.
(i) Resulta difícil entender que la primera montaña grande del gráfico haya durado dos años, es decir, hubo tiempo de ver que los pronósticos tenían desfases fuertes y por tanto requerían revisiones de los modelos predictivos.
(ii) En el pico nevado del final de la gráfica, los desfases se acercan a ¡5 por ciento! Ese pico ocurrió en junio de 2016, es decir corresponde a proyecciones hechas a mediados de 2015. ¿No era previsible a mediados de 2015 que la inflación se iba a trepar a la vuelta de un año? ¿Ocurrieron eventos no previsibles que justifiquen una proyección tan errada?
Ese episodio inflacionario tuvo dos motores: por un lado una coyuntura climática compleja caracterizada por un fenómeno del Niño que suele empujar los precios de los alimentos temporalmente al alza. Pero el Niño no llegó sorpresivamente a mediados de 2016; el Niño avisa, y a mediados de 2015 ya había mandado señales de su llegada. El segundo golpe que empujó la inflación en 2016 fue la devaluación de la tasa de cambio. Pero ese fenómeno ya estaba presente a mediados de 2015: en junio la tasa de cambio se había depreciado 40 por ciento frente a la de mediados de 2014. Algún traspaso de ese mayor precio de los importados debería haber sido incorporado en los pronósticos.
A pesar de que esos dos motores ya estaban andando, las proyecciones del Banco seguían ancladas en cifras de inflación cercanas a 3 por ciento.
Hay una segunda lectura, más benevolente, de estos errores en las proyecciones.
(i) El primer valle que supera el umbral de -1 por ciento es atribuible a una sorpresa imposible de anticipar: la crisis financiera global que se desató en la segunda mitad de 2008 cuyas reverberaciones enfriaron súbitamente la economía colombiana en 2009 y con ella a la inflación.
(ii) Más en general, la literatura económica sugiere que las metas de inflación se establezcan sobre índices de precios que tengan mejor predictibilidad que el IPC, que está sujeto a variaciones en algunos de sus elementos que son imprevisibles.
(iii) Las proyecciones hechas por los analistas del sector financiero (que no muestro aquí), son aún más imprecisas que las del Banco Central. El Banco es el tuerto en un mundo de ciegos.
(iv) Estamos juzgando el centro puntual de esas proyecciones que en realidad reportan un rango más amplio de probabilidades diferentes a ese número.
Dicho eso, que en el 40 por ciento de trimestres las proyecciones tengan desfases superiores a +/- 1 por ciento resuena por encima de esos atenuantes. Más, si notamos que en la mitad de esos trimestres el desfase superó incluso el +/- 2 por ciento; más, cuando estamos hablando de proyecciones a solo 12 meses de distancia; más, cuando recordamos que el Banco toma decisiones considerando esas proyecciones y que esas decisiones tienen efectos sobre otros “objetivos de desarrollo económico y social previstos por la Carta”.
Hay una interpretación conspirativa de estos errores grandes en las proyecciones reportadas. Las proyecciones de inflación son también una herramienta de política monetaria. Me explico: al Banco le interesa que las “expectativas de inflación estén ancladas”, es decir que la gente y los mercados financieros no crean que la inflación futura se va a alejar de sus metas porque ese alejamiento se puede volver una profecía auto-cumplida: si todos creen que la inflación va a subir, esta puede subir empujada por esas creencias.
A su vez, esas expectativas de inflación del público y los mercados podrían estar influenciadas por los pronósticos del Banco Central. Dado que al Banco no le conviene que la gente crea que la inflación se va a alejar de la meta, el Banco enfatizaría proyecciones optimistas buscando que las expectativas también lo sean. Las proyecciones serían, en esta teoría, una herramienta de política monetaria que busca atenuar las expectativas de inflación. Si fuera cierta esta teoría, estaría enfrentada a una disyuntiva compleja: (ab)usar (de) esa herramienta mina la credibilidad en el Banco en sus proyecciones si estas presentan descalces grandes o frecuentes. Pero, por el lado positivo, explicaría por qué los pronósticos están desfasados con tanta frecuencia.
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