Masificar las pruebas de Covid-19 para salvar la salud y la economía
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Este texto, que hace parte de la publicación Nota Macroeconómia, fue escrito por David Bardey con la colaboración de Andrés Álvarez y Jimena Hurtado y los aportes de nuestros colegas de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes.
La pregunta fundamental que todos nos hacemos hoy es cómo combatir la propagación del virus que parece tan contagioso: una persona con covid-19 puede transmitirlo a más de dos personas, es decir, si no hacemos nada el número de contagiados aumenta de manera exponencial. Necesitamos implementar las acciones más eficaces en cuestión de días. Como el camino farmacológico, el de la vacuna, es largo, debemos encontrar otras medidas.
En la mayoría de países se han intentado diferentes combinaciones de cuatro políticas para lograr el “aplanamiento de la curva” de progresión de la pandemia: el distanciamiento físico, el aislamiento voluntario, la cuarentena obligatoria y el monitoreo sistemático de los contactos entre personas.
Estas cuatro medidas se inscriben en dos diferentes estrategias: mitigación o supresión del virus. La mitigación busca desacelerar la propagación del virus y reducir la velocidad de transmisión para que cada persona con el virus contagie a menos de una persona en promedio. De esta manera, se controlará su progresión exponencial. La estrategia de supresión es más ambiciosa, e implica eliminar cualquier contacto social entre la gente. Ambas estrategias buscan reducir el volumen diario al que los pacientes llegan al sistema de salud para evitar su colapso. Y, en el desespero por frenar la expansión del virus, muchas voces llaman a volcarnos a la forma más extrema posible de estas estrategias.
Pero aún la forma más extrema de aislamiento no podrá cercenar del todo el contacto entre personas: alguien tiene que salir de su casa para atender a los enfermos, alguien más para producir la comida que requerimos. Así las cosas, no será posible detener del todo los contagios. Basta recordar, como lo hizo hace pocos días Noah Hariri, que en un mundo tan aislado como el del siglo XVI, sin aviones, carros, ni siquiera burros en el continente americano, la llegada de un solo contagiado de sarampión a estas tierras generó una epidemia que al parecer mató a un tercio de la población centroamericana. En adición, entre más extremo y prolongado el aislamiento, más familias se quedarán sin sustento y menos sostenible serán las políticas de mitigación o supresión.
Pero hay una salida a la aparente disyuntiva entre la salud y el bienestar económico de la población, y a la imposibilidad de cortar la epidemia solo a punta de aislar gente. Una pista prometedora nos la dan las medidas adoptadas por los dragones asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Hong Kong) para contener y disminuir la propagación del virus sin encerrar a tanta gente en sus hogares.
Estos países, a pesar de su cercanía geográfica y contacto cercano con China, lograron disminuir muy rápidamente el número de personas infectadas por el virus gracias a su campaña masiva de pruebas de coronavirus para detectar a las personas infectadas y enfocar en ellas y sus contactos el aislamiento total. Para fijar ideas, mientras que en Estados Unidos se han realizado en promedio 74 pruebas por cada millón de habitantes, en Corea la proporción es de 5.200 tests por cada millón. La mortalidad asociada al virus, en proporción al tiempo desde que llegó al país, es muchísimo menor en Corea, donde también son menores las restricciones a la movilidad. Esta campaña masiva, combinada con herramientas de inteligencia artificial, permite pescar el virus donde se encuentra para poder detenerlo más rápidamente.
Frente a la incertidumbre y la falta de información sobre dónde pescar exactamente, encerrarnos a todos puede ser como pescar con dinamita. Una parte muy importante de la población, la que no está contagiada, pierde su capacidad productiva, reduce su consumo y, por lo tanto, se contrae la actividad económica agregada. Además, aquellos que están infectados pero que no cumplen con el aislamiento por estar aparentemente sanos, siguen siendo un vector de contagio incontrolado y hacen la tarea interminable, una especie de castigo de Sísifo.
El reto, para el que nos estamos armando con la colaboración de los equipos científicos de varias universidades, es destinar los recursos necesarios para masificar las pruebas, hacerlas a domicilio, identificar a quienes están contagiados y a todos aquellos con quienes han estado en contacto. El 19 de marzo, el Instituto Nacional de Salud (INS) informó que tiene capacidad para realizar 1.600 pruebas diarias. Y se suma a esto la red de universidades que ya están preparadas para hacer las pruebas en sus laboratorios.
Pero en alguna parte hay un cuello de botella. Informa el INS que está recibiendo menos de la mitad del número de muestras que es capaz de procesar. Numerosas personas denuncian que, teniendo síntomas compatibles con el virus, no encuentran respuesta en las líneas de atención y pasan días con síntomas y sin atención ni prueba.
Es urgente masificar las pruebas, garantizar su transporte y recepción en los laboratorios de análisis y tener resultados en menos de un día (como ha dicho el INS que es posible hacerlo). Es incomprensible que no se le haga ya caso a la indicación de la Organización Mundial de la Salud: “Tenemos un mensaje para todos los países: pruebas, pruebas, pruebas”. Seguir ese consejo prioritario podría sacarnos de la disyuntiva: estaríamos en capacidad de aislar y tratar a los contagiados, hacer seguimiento a quienes han tenido contactos cercanos con ellos, y tratar a quienes no presentan síntomas o tienen síntomas leves en sus casas, resguardando los valiosos recursos del sistema de salud únicamente para los casos más delicados. Las ganancias en lo sanitario serían así también ganancias en lo económico, en el corto como en el largo plazo, y nos alejarían de tener que enfrentar una complicada disyuntiva en la que parece encerrarnos este túnel.
Contexto
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