Una pandemia permanente
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Estamos viviendo la pandemia más extendida que recuerde la historia reciente de la humanidad. Esto ha puesto a prueba no solo nuestros sistemas de salud y asistencia social, sino también la forma en que entendemos la vida. La humanidad está replanteándose muchos aspectos dentro de los que se encuentran la forma en que entendemos las labores de cuidado y las dinámicas laborales.
El covid-19 también ha agudizado otra pandemia con la que la humanidad ha convivido por siglos: las violencias contra las mujeres.
Esa pandemia se lleva cientos de mujeres al año en nuestro país, y la cifra no tiende a bajar. En 2019, según el informe Forensis de Medicina legal, 799 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas. Si bien hay esfuerzos de las autoridades para proteger a las mujeres, tales como la creación de casas refugio y la activación de líneas de atención, las violencias contra las mujeres son profundamente complejas de combatir, porque el lugar en donde ocurren es la misma casa de las mujeres, en donde el Estado tiene poca injerencia a menos que invierta en cultura y pedagogía ciudadana.
Imaginen una pandemia inversa a la que vivimos, en donde el “virus” está principalmente alojado en su casa, y las autoridades no han podido eliminarlo. Si a eso le sumamos que hay una situación externa que le obliga a pasar más tiempo justo allí, en su hogar, el riesgo de “infección” es infinito.
Eso es exactamente lo que le está pasando a cientos de mujeres que viven en sus casas sometidas a diversas formas de violencias con las que tienen que convivir forzadamente a cuenta de la pandemia. Aún no tenemos cifras oficiales de feminicidios en el marco de la cuarentena nacional, pero en estos pocos días, un rastreo en medios nos deja ver por lo menos 6 asesinatos de mujeres por parte de sus parejas en los primeros días de asilamiento, casi igualando las víctimas que dejó el coronavirus en ese mismo periodo de tiempo. (1 en Cauca, 3 en Cartagena, 1 en Medellín, 1 en Bogotá)
El mundo no estaba preparado para atender esta pandemia, sus impactos sociales y de salud; mucho menos para abordar la forma en que el covid-19 le cambiaría la vida y pondría en peligro a las mujeres y las niñas.
Esta pandemia está evidenciando a su vez las profundas desigualdades que hay en la distribución de las tareas de cuidado. La primera línea de atención en el marco de esta emergencia (enfermeras, anestesiólogas, encargadas de la limpieza de hospitales, cuidadoras de hogares de adultos mayores, etc), está compuesta en su mayoría por mujeres, que se dedican a profesiones encargadas del cuidado, sin que tengan apoyo estatal para hacerse cargo del bienestar de sus propias familias, o por lo menos medidas sanitarias adecuadas para no contagiarles.
¿Qué puede hacer una enfermera, cabeza de familia, que no tiene guardería abierta para dejar a su hijo/a y no cuenta con una red de apoyo?. ¿Qué hacen las mujeres que viven de la economía informal y no cuentan con sustento para sus hijos/as? El covid-19 ha tenido un impacto cruel en la vida y salud de las mujeres, que no puede ser ignorado y requiere un cambio profundo en las políticas estatales de apoyo a profesionales en labores de cuidado y personas en situación de vulnerabilidad.
Esta pandemia debe llamar a los Estados a tomar medidas concretas para atender a las mujeres y las niñas en peligro de vivir violencias, tomándose en serio esta pandemia de vieja data. Es el momento de dejar de ignorar “el virus” que vive en muchas casas colombianas y es tan grave como el covid-19: Las violencias contra las mujeres.
Twitter: @alejandracollag
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