¿Se agota la energía social del Paro?

¿Se agota la energía social del Paro?

En su breve texto “El avance en colectividad”, el economista Albert Hirschman, en tono de desbordado optimismo, afirmó que la energía social de la acción colectiva muta, pero no se destruye. La contundente evidencia empírica de algunos movimientos agraristas colombianos que fueron aplastados en los setentas para, después, renacer en los ochentas como, por ejemplo, cooperativas de pescadores que al no poderse tomar la tierra incursionaron en la mar, pareció darle la razón.

En realidad, la energía social —como la materia y la energía de la naturaleza— está sujeta a las dos leyes de la termodinámica: se transforma, incesantemente, pero está sometida a la degradación y dispersión debidas a la creciente e ineluctable entropía. Hay momentos de alta energía social que permiten una acción colectiva fuerte y sostenida (como el actual paro que ya completa más de cuarenta días). También existen largas temporadas (de décadas enteras) de acción dispersa de individuos y pequeñas colectividades que, cual llaneros solitarios, buscan salvarse a sí mismos. Existen —en la vida social— ciclos de alta energía social (avance en colectividad y entrega a lo público) y otros de alta entropía y dispersión (avance competitivo de individuos egoístas que mutuamente se perjudican). 

Algunas veces, repetir —persistentemente— una misma rutina o modalidad de protesta puede tener impactos importantes. Las madres de la Plaza de Mayo, durante más de una década, se congregaban en el epicentro de Buenos Aires para denunciar la desaparición de sus hijos y nietos en los turbios tiempos de la dictadura militar. En nuestro país, la señora Fabiola Lalinde invirtió más de una década de su vida para “persistir y joder” como un sirirí en la tarea de denunciar la desaparición de su hijo a mediados de los ochenta del siglo pasado. 

En Colombia, desde fines de abril hasta casi mediados de junio se vive una guerra de desgaste: el Gobierno de Duque no cede y además persiste en la brutal represión de la protesta; aunque, provisoriamente, se le han caído importantes reformas (la tributaria de Carrasquilla con ministro y todo, la de la salud, la copa américa de fútbol, etc.), también se consolida la injusticia como una política pública.

A su modo, el denominado Comité del Paro ha sido también una rémora, pues varios de sus integrantes —con edades casi octogenarias— hacen parte del pasado y de las generaciones que han sido cómplices con el malestar acumulado que carcome al país. La juventud no está representada en tal comité ni tampoco en los partidos políticos. 

Quienes protestan han persistido en las marchas, los bloqueos y en diversas formas de arte callejero. Muchos de estos son jóvenes, sin oportunidades de estudio y sin opciones de empleo digno y, posiblemente, los niños que pronto llegarán a la juventud, a su turno se sumarán a las protestas futuras. 

La lucha de estas juventudes —arropadas, espontáneamente, con la bandera de Colombia— evoca movimientos como la revuelta de los negros en Estados Unidos, hace casi sesenta años. Martin Luther King en su discurso “Tengo un sueño”, afirmaba que las negritudes, en materia de derechos, tenían un cheque sin fondos y, por tanto, se debería reformar la constitución de ese país. Hoy, con razón, muchos protestan clamando un pacto social que incluya al futuro, es decir, a la niñez y a la juventud, pues sus derechos —apenas mencionados en la Constitución— son también un cheque sin fondos.
 
Lamentablemente, hay quienes, como la tecnocracia de Fedesarrollo, llevan las cuentas de las pérdidas diarias del paro, ignorando los enormes daños —en gran parte irrecuperables— de una prolongada crisis, larvada durante las últimas décadas,  que tiene los siguientes componentes: en lo ambiental, el calentamiento global, el cambio climático, la escasez de agua, la pérdida de biodiversidad, etc.; en lo económico, a nivel mundial,  la hecatombe del modelo neoliberal que, durante medio siglo, ha contribuido al daño ambiental y a daños sociales (pobreza, desigualdad, mercantilización de relaciones sociales, etc.); en lo político, en países como Colombia, la consolidación de una democracia ultra-presidencialista que, con letales policías y militares,  se aproxima a una dictadura (por el debilitamiento de los poderes legislativo y judicial, y la cooptación de los controles horizontales de contraloría, defensoría del pueblo, procuraduría, etc.); en lo social, la consolidación de una sociedad clasista, racista, autoritaria y machista, que durante décadas ha permitido diversas formas de violencia directa y estructural tan o más nocivas que las de los grupos armados de la violencia política; y en lo cultural, el arraigo de una cultura del atajo que consolida la corrupción y el narcotráfico que, desde sectores de la insurgencia izquierdista hasta la extrema derecha, ha afectado la acción política. 

Ante una crisis de enormes magnitudes es apenas imperativo no solo mantener la energía social del paro, sino, además, aumentar la participación y propender por un enriquecimiento en cuanto a los repertorios del pacifismo y de la acción política no violenta. La no violencia es entendida como la acción de no cooperación que, por lo mismo, se traduce en suprimir las fuentes de poder económico, político, social y cultural a los actores, empresas y gobiernos que han sido causantes de la grave crisis actual.   

Enseguida expondré algunas pautas, derivadas de investigaciones sobre la acción colectiva no violenta, ver: Acción Política No Violenta : una guía para estudiosos y practicantes.

No cooperación económica con quienes dañan el medio ambiente: rehusarse a comprar bienes y servicios cargados con una alta huella ecológica, debido a que son producidos y mercadeados con insumos nocivos (combustibles fósiles, agrotóxicos) y tienen una obsolescencia programada por la moda. Esto implica dejar de comprar en grandes superficies (centros comerciales y grandes almacenes de cadena y de marcas importadas). Supone, también, hacer mercado en las plazas y pequeñas tiendas y, en el mejor de los casos, comprar directamente al campesinado, retornar al campo y/o propender por la agricultura urbana y orgánica. Además, implica moderar el consumo de carne debido a la enorme huella ecológica del ganado y de otros animales. Esto incluye también las luchas sociales y ambientales en contra de la minería y del fracking (nocivo y contaminante fracturamiento hidráulico para extraer petróleo). 

No cooperación económica con quienes promueven la desigualdad: huelgas de trabajadores, sabotaje o deserción definitiva de consumidores y ostracismo social en contra de los grandes grupos económicos (propiedad de los ultra-ricos) que sin pagar salarios justos y sin tributar se han enriquecido en las últimas décadas. Apoyo a sectores del Gobierno nacional y/o de diversas administraciones locales que propenden por un mayor gasto social y con iniciativas de un salario digno y mínimo vital (muy por encima de los actuales salarios mínimos de hambre). Cooperación con sectores del empresariado y del Gobierno (nacional o local) que propendan por generación de empleo, apoyo a las pequeñas y medianas empresas y salario decente. 

No cooperación política con un Gobierno autoritario, antesala de una dictadura: desobediencia civil e insumisión administrativa contra el ejecutivo que, en contra de la Constitución, como lo plantean algunos juristas, ha propendido por una brutal represión policial y una militarización para suprimir bloqueos y aplacar la protesta. Esto implica promover espacios locales para abrir un diálogo con los manifestantes, con gobernantes locales que pretendan autonomía y dignidad, y con diversos sectores de la sociedad, para ir hallando soluciones rápidas y coherentes a una problemática tan compleja y generalizada. En un mediano plazo, el reto es el de propender por una profundización de la cultura política y un ejercicio de memoria histórica, para no volver a votar por políticos y colectividades políticas que han hecho tanto daño al país y durante tanto tiempo. 

No cooperación social ni cultural con líderes tóxicos y con valores dañinos: dar un tratamiento de completo olvido e indiferencia, de abandono masivo, a espectáculos culturales y deportivos y también a eventos académicos y políticos de líderes y de caudillos que han fomentado la violencia, la discriminación, el clasismo y la cultura del atajo durante las últimas décadas. Grandes personalidades de la política, de la cultura, de la farándula y del deporte deberían perder, por completo, su electorado, sus seguidores, sus barras, sus fanáticos y, obviamente, los compradores de los bienes y servicios de nociva calidad que venden o publicitan. 

No cooperación (no seguimiento) de medios de comunicación y de líderes de diferentes redes sociales que han implementado el odio, las falsas noticias y una diversidad de valores mezquinos y antidemocráticos.

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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