Relatar el dolor, una y otra vez, ayuda a sentirlo con menos intensidad. Recontar las historias de los ausentes ayuda a que no se nos vayan del todo. Tratar de explicarse qué pasó, encontrar alguna lógica en la tragedia, ayuda a mantener cierta cordura. Esto lo sabemos todos los que hemos pasado por un duelo. Cualquier duelo. El libro que lanza esta semana La Silla -su cuarto 'hijo de papel' en seis años de vida- es, si se quiere, una pequeña resistencia del lado de los vencidos. Es una grieta en los relatos de los que ganaron esta guerra.
De vidas se hizo el conflicto
Relatar el dolor, una y otra vez, ayuda a sentirlo con menos intensidad. Recontar las historias de los ausentes ayuda a que no se nos vayan del todo. Tratar de explicarse qué pasó, encontrar alguna lógica en la tragedia, ayuda a mantener cierta cordura. Esto lo sabemos todos los que hemos pasado por un duelo. Cualquier duelo.
En un país con tantos muertos sin enterrar hace falta un duelo colectivo y hay poco espacio público para hacerlo. Los victimarios ya coparon la atención que había para escuchar la narración del terror. Las víctimas llegaron tarde a esa cita con la historia. Sus historias ya no formaron parte de la historia.
El libro que lanza esta semana La Silla -su cuarto 'hijo de papel' en seis años de vida- es, si se quiere, una pequeña resistencia del lado de los vencidos. Es una grieta en los relatos de los que ganaron esta guerra.
Es también una mirada microscópica a los procesos desatados por la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, presentada en 2011 por el gobierno de Juan Manuel Santos.
A través de estas historias, contadas por los periodistas de La Silla Vacía desde que fue aprobada la Ley –y gracias a la financiación de la National Endowment for Democracy, Oxfam, la Unión Europea y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo- ha habido una evolución entre las personas que han padecido la guerra: ganaron una identidad como víctimas, un reconocimiento a la injusticia de su sufrimiento. Después vino su empoderamiento para obtener los beneficios creados por la Ley. Ahora comienzan a verse los primeros esfuerzos de varios líderes de víctimas por ganar una voz en el escenario electoral.
A pesar de lo positivo de esta evolución, las historias que aparecen en este libro muestran que –aún en los casos más exitosos– la institucionalidad creada para reparar a las víctimas es todavía precaria y frágil. Las expectativas creadas por el bombo con el que se anunció esta ley no han sido satisfechas todavía.
Quizás el proceso de paz en La Habana le dará a las víctimas una segunda oportunidad para obtener lo que más desean: la verdad sobre lo que ocurrió.
Mientras esto ocurre viviremos con los relatos parciales, pero poderosos, de quienes sobrevivieron y resistieron un conflicto armado que con suerte será pronto un hecho del pasado. Este libro es un homenaje de La Silla a estos colombianos como Pastora Mira, Rosa Amelia Hernández, Carmen Palencia, Rugero y Olis Ruiz, Darío y María Doris Morales, Hernando Chindoy o Constanza Turbay.