Decisiones o anuncios que apuntan a la derecha y al centro, sin un hilo conductor claro, marcan el inicio del gobierno.
Duque demostró su equilibrismo en el primer mes
Hoy Iván Duque cumple un mes como Presidente. Un mes en el que ha demostrado que es un mandatario equilibrado o equilibrista, según el lente con el que se le mire, pero que en todo caso da cuenta de decisiones y mensajes que molestan o alegran a sectores muy diversos.
Eso puede ser complejo para un mandatario que empieza con poca favorabilidad, que se enfrenta a tensiones no solo con la oposición sino con la clase política y sectores de su propio partido y sin una bandera clara que le dé un hilo conductor a su gobierno.
Con esos retos, que Duque logre mantener la capacidad de caminar por una línea delgada sin caerse, que mostró desde antes de posesionarse, puede ser crucial para avanzar en las metas que propuso en campaña.
El yin y el yang
El Gobierno hasta ahora ha mostrado un delicado equilibrio entre elementos del uribismo de vieja data y otros más liberales, reflejando que el título de su más reciente libro, "El futuro está en el centro", refleja su posición política.
Por ejemplo, en temas económicos ha pasado de las propuestas duras, ortodoxas, del MinHacienda Alberto Carrasquilla, a las heterodoxas como la de Duque de reducir el aporte a salud que hacen los pensionados o al aumento del salario mínimo que propuso Uribe - que Duque hasta ahora ha dejado de lado, pero que muestra la presión hacia ese lado.
De hecho, que Carrasquilla haya salido a decir que sus propuestas son a título personal, a pesar de ser el ministro de la plata y una de las principales influencias programáticas de Duque, muestra hasta dónde hay un equilibrismo entre los dos lados.
Algo similar ocurre en temas de paz y seguridad, algo que refleja el eslógan “ni trizas ni risas” que Duque usó en campaña para referirse al Acuerdo con las Farc.
Las trizas se manifiestan al nombrar como Ministro de Defensa a un fuerte crítico del Acuerdo, Guillermo Botero, en no haber presentado ninguno de los proyectos de ley pendientes para aterrizarlo (como el de las curules de víctimas o el del catastro multipropósito), en haber eliminado la palabra paz al referirse al Acuerdo o proponer quitárselo a la Alta Consejería de ese asunto
Las risas en darle espacio a gente que votó Sí en el plebiscito de 2016 en cargos clave para esos temas como Emilio Archila e incluso Jorge Mario Eastman, en haberle dado un compás de espera (que está a punto de terminar) al proceso con el ELN, en haber invitado a alias Timochenko a Palacio o en no mover de entrada una cúpula militar que estaba jugada con la política de posconflicto de Santos.
Incluso en temas más sociales hay mensajes contrarios: el decreto para confiscar incluso la dosis mínima de droga refleja un reclamo de la derecha mientras que el de eliminar Ser Pilo Paga se alinea con las voces de izquierda que lo criticaron desde su nacimiento por no privilegiar.
De hecho, ese equilibrio o equilibrismo está tan en el ADN del Gobierno que la idea de los pactos nacionales que ha reiterado recientemente el Presidente y podrían darle una narrativa a su gobierno, serían exitosos justamente si logran crear un equilibrio entre opuestos.
Lo que ha salido bien, con sus propios equilibrios
En medio de esos ires y venires, Duque logró salir vencedor de la Consulta Anticorrupción que encabezaron opositores a su gobierno, encabezados por Claudia López y Angélica Lozano.
Lo hizo presentando tres proyectos legislativos que retomaban otros tantos puntos de la Consulta, anunciando y publicitando su voto por ella, y reivindicando ese apoyo en su discurso tras el anuncio de los resultados, hace menos de dos semanas.
Sin embargo, no fue un ganador absoluto, pues apoyar una iniciativa de los verdes le costó críticas en el uribismo y lo puso en la orilla opuesta a Álvaro Uribe, tuvo que retirar uno de los proyectos por problemas técnicos y no ha logrado cosechar su apoyo, ya que otros políticos se montaron en ese mismo bus, varios, como Gustavo Petro o Claudia López, con más recorrido en esa lucha que él.
Otro frente en el que ha logrado cosas es en diferenciarse de su antecesor y némesis del uribismo - con el equilibrio, potencialmente costoso entre sectores del uribismo y la derecha, de no mostrarse antisantista.
Además de arrancar con la obvia diferencia de venir de hacerle oposición cuatro años en el Senado, como uribista, se ha diferenciado, por ejemplo, en regresar a las regiones con los llamados talleres “Construyendo País”, o en tener un equipo más joven, más paritario en términos de género y con un carácter menos político que Santos.
En ese último punto, el de no dar burocracia, Duque parece estar empezando a recorrer un camino empinado pero que puede darle una bandera política y una victoria, pues si efectivamente logra navegar los cuatro años dejando un legado, haciendo reformas y sin negociar el apoyo en el Congreso con puestos, sería revolucionario.
En esa posible victoria Duque también parece estar haciendo equilibrio. No solo en la duda sobre el futuro de sus reformas sino en que, sin jugar a la repartija, sí le está dando juego a su propio partido.
De hecho, aunque ha nombrado muchos funcionarios no políticos e incluso una buena cantidad de ex funcionarios del gobierno Santos, le ha dado puestos políticos a uribistas y cristianos, en un equilibrio entre lo técnico y lo político.
Por ejemplo, nombró a la ex senadora uribista Susana Correa en la cabeza del Departamento de Prosperidad Social, uno de los grandes botines burocráticos porque maneja los principales programas sociales del Estado; al uribista 1A Luis Miguel Morelli en la Agencia Nacional de Hidrocarburos; a Victoria Restrepo en la Agencia Inmobiliaria Virgilio Barco; a Carlos Mario Estrada en el Sena; a Alicia Arango en el Ministerio de Trabajo, a Nancy Patricia Gutiérrez en el de Interior y a Carlos Holmes en la Cancillería; a personas cercanas a la senadora María del Rosario Guerra en varios altos cargos.
La lista sigue, y sigue creciendo, pero no ha sido óbice para que entre algunos uribistas haya molestias por sus nombramientos no políticos, como le dijo la senadora María Fernanda Cabal a la revista Semana - que además se pueden sumar a otras molestias de parte de la base uribista.
Encima, los rumores de que miembros del gobierno habrían ofrecido puestos regionales, ya sean nuevos o mantener los que tienen, a congresistas de La U para que no se declararan independientes, ponen a su gobierno a defenderse de la acusación de tener un doble discurso.
En todos esos puntos, la capacidad de Duque de mantener el equilibrio se probará en los próximos meses. Especialmente porque aún tiene por definir cuál es la bandera, la impronta que espera dejar.
Equilibrio sin destino claro
Los gobiernos más exitosos en términos de opinión de la historia reciente de Colombia, los de César Gaviria y Álvaro Uribe, mantuvieron un discurso claro desde su día uno (la renovación y la seguridad, respectivamente), mientras que una de las grandes debilidades del de Juan Manuel Santos fue haber tardado en encontrar una, la de la paz, y haber buscado otras que no cuajaron, como las locomotoras o el país justo, moderno y seguro.
Duque no ha definido la suya.
Elegido más como “el que dijo Uribe” que directamente por su trayectoria que no era muy conocida, desde que empezó a calentar motores para la campaña en 2016 tenía un discurso uribista pero más centrado en lo económico que en la seguridad y menos ideologizado.
Ese discurso es el que le ha costado aterrizar. En campaña hizo énfasis en su idea de incentivar en Colombia la economía naranja, la de la creatividad, pero ésta no tuvo mucha fuerza en los debates, no fue el motor de su triunfo y, como política pública, sigue biche.
En este mes ha encontrado otras dos posibles improntas: los pactos nacionales y la anticorrupción.
Los primeros hasta ahora arrancan, con su logro de reunir a voceros o cabezas de todos los partidos hace una semana para sellar un acuerdo de lucha contra la corrupción.
Sin embargo, por ahora Duque no ha dejado claro hacia dónde irían esos pactos y esa primera experiencia no arrancó tan bien, pues al día siguiente Angélica Lozano y Claudia López aclararon que lo que se pactó fue tener una mesa de trabajo para llegar a un acuerdo y desmintieron a la Ministra de Interior, con lo que el pacto, por ahora, es mecánico y no de fondo.
En la segunda bandera posible, que es justamente la anticorrupción, Duque podría tomar ventaja sobre los otros que la ondean si demuestra que definitivamente va a ser el Presidente que logre gobernar sin darle puestos a los partidos.
Ese discurso, que ha repetido en campaña y a lo largo del mes, lo tiene en dificultades para armar una coalición robusta, que le asegure que pasen sus reformas, que no pintan fáciles.
La política, que ya presentó, porque al eliminar el voto preferente va en contravía de los intereses de la clase política tradicional; la reforma a la justicia, porque el pasado ha demostrado que cualquier cambio en el poder de la Rama se enfrenta a una dura oposición; la pensional, porque es un asunto políticamente sensible; y la tributaria porque arrancó con mal pie en la opinión por las propuestas de gravar con IVA la canasta familiar y aumentar la cantidad de declarantes de renta, aunque pinte mucho más compleja que eso.
Ese panorama puede cambiar si Duque cambia sus prioridades, si cede a la tentación de repartir puestos o mantener cuotas que ya existan, o si enamora a la opinión con una narrativa que cuaje. Con apenas 31 días de gobierno, todavía es mucho lo que puede pasar.
Al final, lo propio de cualquier equilibrio es ser inestable.