En Cúcuta los jóvenes usan el arte como primera línea

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Mural 'todo está muy caro' en Cúcuta. Foto: Ruben Cafu Agudelo.

En una ciudad que tiene todos los problemas sociales más agudos del país, no se han visto enfrentamientos de los jóvenes con la policía

Cúcuta concentra como pocas capitales los problemas sociales más agudos de Colombia: es la ciudad con más informalidad del país y su economía está basada en el contrabando hacia Venezuela. Es la cuarta capital más pobre y la segunda con mayor desempleo. En su periferia hay redes de narcotráfico de al menos cuatro bandas criminales fronterizas. Está apenas a dos horas del Catatumbo, la región con más hectáreas de coca sembradas del país, controlada por tres guerrillas. Además, las redes de trata de personas están creciendo. 

Sufre todos los problemas que se han usado para explicar la agitación social que se ha visto en estos días en Cali, Bogotá, Medellín o recientemente, Bucaramanga. Sin embargo, en las calles de Cúcuta no se han visto enfrentamientos con la Policía. Hasta ahora, la movilización la protagonizan los jóvenes a través del arte. 

Raperos, graffiteros, deportistas, estudiantes, barristas, feministas y bailarines —que se reúnen bajo el rótulo de Movimiento Juvenil de Cúcuta— están convocando a plantones con música, jornadas de muralismo y eventos culturales en barrios marginados. 

Convocatorias que no son multitudinarias comparadas con otras ciudades, pero que en el marco de una protesta social eran impensables en una ciudad en la que muchos sienten que la violencia paramilitar, aunque silenciosa, sigue viva. 

El inicio

Unos setenta jóvenes, algunos representando colectivos preexistentes y otros a título personal, están haciendo asambleas semanales en Cúcuta. En parques, a veces sentados en andenes y sin micrófono.  

 

En el Movimiento Juvenil de Cúcuta no hay ningún cuadro directivo ni voceros. Son un espacio aún en gestación, sin más que un logo que ponen en la publicidad de las actividades que coordinan y promueven en redes sociales. Todo en el marco del paro nacional. Lo que sucedió el 28 de abril los encausó. 

Ese día, la pequeña marcha que usualmente convocan estudiantes de las dos universidades públicas en Cúcuta, resultó siendo multitudinaria. 

“Decidimos hacer otra ruta. No la tradicional que no incomoda a nadie. Entonces arrancamos del parque Mercedes, pasamos por el centro y terminamos en Atalaya”, nos dijo Isaac García. 

García tiene 26 años y es el presidente de la junta de acción comunal del barrio Escalabrini, de la comuna 7. Junto a la 8, conforman la ciudadela Juan Atalaya, el sector periférico y más vulnerable de Cúcuta. Allí convergen la pobreza y el control silencioso de bandas criminales. 

“Llegamos a Atalaya y ahí tengo una imagen que nunca borraré de mi cabeza: Miré la vía hacia adelante y lleno de gente. Atrás, también. La Séptima, que es otra vía que llega ahí, también. Yo dije ‘mano, a qué hora Cúcuta abrió los ojos’”. 

Ríos de gente es una escena obvia en el marco de un paro en ciudades como Bogotá, Medellín o Cali. Pero no en Cúcuta. Salvo por reuniones políticas o caravanas apoyando al Cúcuta Deportivo —el equipo de fútbol de la ciudad—, allí difícilmente una marcha logra sumar mil personas y menos paralizar el tráfico.  

Y aunque la foto del 28 de abril en Cúcuta es pequeña si se le compara con otras capitales, fue sorpresiva para su propia historia, tal y como nos lo dijeron dos periodistas y dos políticos de la ciudad, y como quedó registrada en la portada del diario de la región del día siguiente. 

Atacar con arte

Como contamos en esta historia, la violencia está recrudeciendo en Cúcuta. La zona rural de la ciudad es escenario de desplazamientos masivos por enfrentamientos entre ELN y bandas criminales. 

El año pasado en la ciudadela Juan Atalaya, una zona que integra más de 40 barrios de estratos uno, dos y asentamientos urbanos, hubo denuncias de patrullajes nocturnos, una de las modalidades de control social que el Frente Fronteras de las Autodefensas Unidas de Colombia, al mando de alias "Iguano", instauró en la ciudad a principios de los 2000.

La limpieza social también sigue viva. En los últimos tres años la Fundación Progresar, ONG defensora de derechos humanos en Norte de Santander, documentó 45 asesinatos selectivos a jóvenes por presuntamente consumir drogas. Y de los 238 homicidios que hubo en Cúcuta en 2020, 168 fueron por sicariato. 

“Cúcuta vive cegada por el miedo. Teníamos un alcalde que mandó por muchos años desde La Picota por aliarse con paramilitares. Apenas estamos saliendo de eso —dijo Jennifer López, estudiante de derecho y miembro de la Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios—. Estamos empezando a dar pasos y vamos a nuestro ritmo”.

A quien se refería es Ramiro Suárez Corzo, el poderoso exalcalde de Cúcuta condenado por ser el autor intelectual del asesinato de un abogado, perpetrado por paramilitares en 2003. Como contamos, el periodo pasado Suárez Corzo, desde La Picota, fue alcalde de Cúcuta en cuerpo ajeno; hacía reuniones por Skype con secretarios, políticos y líderes. 

Jennifer tiene 19 años y pertenece a la red de movilización feminista de Cúcuta que articula 22 grupos feministas de la ciudad. Existe hace siete meses y su capacidad de movilización se ha hecho visible durante el paro. Son cerca de setenta mujeres que también coordinan actividades culturales desde el Movimiento Juvenil de Cúcuta. 

El 7 de mayo organizaron un plantón musical y con ayuda de Les Lokes del Ritmo, un grupo de casi 30 muralistas y graffiteros que se unieron en el marco del paro, hicieron dos murales contra la brutalidad policial. Uno de ellos fue borrado. 

En Cúcuta ya hay más de ocho murales. Hay uno que dice "Estado Psicópata" en el puente San Mateo, que escogieron por estar frente al Comando de la Policía: querían protestar contra la brutalidad policial. 

Este ha dado de qué hablar porque lo han pintado tres veces, ya que en dos oportunidades miembros del Centro Democrático de la ciudad lo borraron. Un escolta de la UNP que ayudó a tapar el mural dijo que los que lo hacían eran guerrilleros y que “bala es lo que les vamos a dar”. 

Según nos dijo Viruzs, artista de 29 años que lleva cinco haciendo graffitis y murales en Cúcuta, ellos estaban esperando una reacción. 

“Queríamos ver cómo Cúcuta responde a lo que queremos expresar. Es atacar pero con la verdad, a través del arte”, dijo y agregó que a cada una llegan decenas de jóvenes. Pero no solo a pintar. 

Aportan plata para la pintura y herramientas, consiguen hidratación y refrigerios o presentan su arte. Mientras unos pintan, otros bailan, rapean o practican su deporte al frente y así desvían el tráfico. Y Viruzs, a quien la Policía le ha sacado comparendos graffiteando solo, dice que hacer arte juntos los legitima. 

Al mural que se ha replicado en distintas regiones, con el nombre de la ciudad y el complemento "antiuribista", la red feminista le agregó "Cúcuta antiuribista y antipatriarcal".  

“Ahí pasó algo muy curioso. El antiuribista también lo borraron pero no el antipatriarcal. Nosotras decíamos ‘o no saben qué es ser patriarcal o no les incomoda ser patriarcales’”, comenta Jennifer. 

Esas reflexiones hacen parte de lo que han ganado con el Movimiento Juvenil. También acercarse a barrios marginados, en espacios que denominaron asambleas populares. 

Hacen colecta para alquilar un sonido y costear transporte, y llevan las muestras artísticas a las comunidades. Han hecho cerca de diez.

Juan Camilo Pérez, estudiante de trabajo social en la Universidad Francisco de Paula Santander de 21 años y quien ha ayudado a organizar dos de esas, nos explicó que la idea en esos espacios es hacer pedagogía sobre el paro a un público más adulto. 

“Hemos llegado hasta 300 personas y eso es bastante porque los barrios populares de la ciudad están muy reprimidos por las maquinarias políticas, y no hay espacio para pensar en un cambio social”, dice Pérez, quien a su vez lidera el colectivo juvenil del barrio Nuevo Horizonte. 

Ese barrio hace parte de la ciudadela Juan Atalaya, que mencionamos antes. Además de ser un fortín político del condenado Ramiro Suárez, también fue víctima de uno de los eventos de violencia más crueles en la época paramilitar en Cúcuta.

Una noche de 1999, 15 paramilitares obligaron a todos los habitantes a salir de sus casas. Señalaron a cuatro de ellos de ser guerrilleros, los asesinaron delante de todos y se fueron.  

El mural que hicieron en el barrio de Nuevo Horizonte, que dice territorio de paz, carga esa historia.

“Cúcuta ha sido fuertemente golpeada por la violencia y eso debilita el movimiento social. Estamos en una dinámica de construir nuevamente pero evitando que sucedan hechos violentos y nos amenacen o nos maten”, dice Pérez. 

Hasta ahora no ha habido enfrentamientos con la Policía ni violencia de ningún lado. 

El comandante de la Policía en Cúcuta, el general Óscar Moreno, dice que eso ha sido gracias a la coordinación interinstitucional y a que la Fuerza Pública no se ha dejado provocar. “Insultos ha habido, provocaciones, pero hemos tenido un nivel de tolerancia alto”, dijo. 

Los jóvenes con los que hablamos reconocen que la Policía no los ha atacado. Pero para ellos, la explicación es que el arte los blinda. También evitan que las protestas se alarguen hasta la noche. 

“Es un trabajo silencioso, un poco aplicando un ‘Fajardazo’”, dice uno de ellos.

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