En Tibú esperan que la tercera sea la vencida

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En Tibú, la capital del Catatumbo, esperan que la zona de concentración de las Farc que quedará en su territorio sirva esta vez para que llegue inversión y por fin cambie la cara de la región.

La noticia de que Tibú será una de las 23 zonas de concentración de las Farc no generó ni desconcierto ni alegría entre sus habitantes. Sin embargo, sí hay un comentario generalizado: los tibuyanos esperan que esta vez, la tercera en la que un grupo armado ilegal se desmovilice en su territorio, la promesa de inversión social se convierta en realidad.

 

Desde antes del jueves en el Catatumbo ya daban por hecho que alguno de los 11 municipios que lo comprenden sería una zona de concentración de las Farc. Con más fuerza que los demás sonaba Tibú.

El pueblo, en el que 18 mil de los cerca de 40 mil habitantes están registrados como víctimas, no solo está marcado por la violencia: además de convivir con las guerrillas desde hace más de 30 años y haber estado en medio de ellos y los paramilitares durante casi una década, ha tenido que soportar el abandono del Estado. Como nos dijo uno de los concejales, “es mucho territorio para un solo municipio sin inversión social”.

La Silla viajó a Tibú, hoy con presencia de las Farc, del ELN y de un reducto del EPL, para saber cómo cayó la noticia de que prestarán nuevamente una de sus 160 veredas como zona de concentración.

Tibú, entre la ciudad y la selva

Tibú es el municipio más extenso de Norte de Santander y el epicentro de la región del Catatumbo. A pesar de eso es de sexta categoría (de los que menos recursos reciben) y su hospital, que cubre a cuatro municipios más, solo atiende las necesidades más básicas, por lo que cualquier tipo de cirugía debe ser remitida hasta Cúcuta, a 125 kilómetros  y que, mezclados con el mal estado de una carretera destapada en su mayoría, representan tres horas largas de viaje.

En el camino desde Cúcuta, la capital del departamento, el territorio tibuyano inicia después de la primera hora de viaje. No hay un letrero que lo identifique pero la aparición de los puestos de control militar sobre la vía, con cuatro tanquetas parqueadas y cinco soldados visibles cada uno, son suficiente aviso de que ya se está en zona roja, en el Catatumbo.

A mitad de camino está Petrólea, un caserío del corregimiento de Campo Dos que, como lo sugiere su nombre, está lleno de oro negro. Precisamente ahí, en un lugar caliente y desordenado, fue donde inició la explotación petrolera que le dio vida a Tibú.

Y es que fue por el petróleo que nació el municipio. Varios nombres de las veredas, como P-30, Campo Tres o Refinería, recuerdan la vocación con la que se fundó un pueblo que llegó a tener refinería propia. Sin embargo, los tibuyanos dicen no tienen nada que agradecerle a la actividad petrolera, aparte del empleo que da en tiempos de bonanza.

Petrólea también es punto de referencia del control guerrillero. De ahí para adelante, según la gente de Tibú, solo hay guerrilla. Hacia atrás “huele más a bandas criminales, a paramilitares, no ve que es un pasito a Cúcuta y a Puerto Santander”, según un poblador que viaja constantemente.

Como en el resto de Tibú, en Petrólea la fuerza pública o no está o no ejerce autoridad. Allí hay una estación de policía -a la que las Farc le pusieron un carro bomba en 2012- y un puesto de control militar, pero a pocos metros se vende la gasolina de contrabando que pulula en el sector.

La vía es destapada y el sol arrecia. A menos de que se tenga un aire acondicionado, el viaje se hace más largo por el calor: cerca de 32 grados centígrados en los que vive la mayoría de los tibuyanos, salvo los de las veredas que están clavadas en lo más alto de las montañas.

Diez minutos más adelante está Campo Dos, un corregimiento en el que el ELN y el EPL ejercen control y se dedican al contrabando y el “pate’ grillo” (pegarse a los oleoductos con válvulas para robarse el petróleo y convertirlo en una gasolina de menor calidad).

En una de las 44 veredas de Campo Dos, llamada Campo Giles, en 1991 se desmovilizaron cerca de 140 guerrilleros del EPL. También en Campo Dos, en la finca Brisas del Sardinata, durante un mes de 2004 se concentraron 1.400 paramilitares del bloque Catatumbo de las Autodefensas Unidas de Colombia, para su desmovilización.

Desde esa época el paisaje ha cambiado y con éste la fuente de sustento de buena parte de sus pobladores. En ambas orillas de la carretera en línea recta, aparece un paisaje típico de municipios de la Costa o la Orinoquía: centenares de palmas de aceite. Más adelante hay dos plantas extractoras de aceite funcionando.

Tanto por los palmeros como porque ahí no hacen presencia las Farc, los tibuyanos con los que La Silla habló para esta historia - entre fuentes oficiales, líderes sociales y personas del común- descartaron de tajo que la zona de concentración vaya a ser de nuevo en Campo Dos.

Las opciones que quedan son otros dos corregimientos: La Gabarra y Pacelli.

¿Por qué no en La Gabarra?

Luego de cinco retenes militares en los que no pararon carros ni alguna de las tantas motos que transitan la vía -algunas con placa venezolana, otras sin placa y con pimpinas al hombro-, se llega al casco urbano de Tibú, que a diferencia de la mayoría de pueblos del país no tiene su centro en el parque principal sino en una avenida.

Sobre esa avenida que lo atraviesa de par en par y que vive con un desordenado y veloz tráfico de motos, se alzan el hospital, la alcaldía, la terminal de transporte y los principales comercios.

La Silla llegó cuando ya era oficial que en una de sus veredas quedaría una de las 23 zonas veredales transitorias de normalización.

Hablamos con el Alcalde por celular, ya que no estaba en el municipio, y nos aseguró que se acababa de enterar viendo noticias. Lo mismo dijeron cinco fuentes oficiales. Es decir, no los consultaron.

"Había un rumor fuerte de que éramos nosotros, pero entre la misma gente. Aquí no nos ilusionamos, no ve que mucha gente no cree de a mucho en el proceso de paz. No porque no creamos en la voluntad de las Farc o del Gobierno sino porque aquí hay ELN y EPL, entonces se acaba con uno pero no va a haber paz porque ¿y el resto?”, nos dijo un habitante.

Eso sin contar el miedo latente de que la desmovilización no sea completa porque, a fin de cuentas, los catatumberos albergan el único reducto de una guerrilla que no se desmovilizó en su totalidad, el EPL.

"El Gobierno dice que ellos (EPL) no son una guerrilla sino una banda criminal, pero acá nunca han dejado de ser considerados como insurgencia. Y entonces si no van a negociar con ellos estamos jodidos. De qué nos sirve que se vayan las Farc y probablemente el ELN por las buenas si a ellos les van a seguir dando plomo. Seguimos siendo zona roja”, dijo otro tibuyano.

La Silla encontró ese escepticismo en varios pobladores del casco urbano, y se notaba que lo han forjado a punta de hechos: además de la historia fallida con el EPL, las alarmas sobre incursión paramilitar en su territorio se han vuelto a encender.

Sumado a eso está el crecimiento vertiginoso de la producción de coca en la región, que hoy tiene a Norte de Santander convertido en el nuevo paraíso de ese cultivo ilícito y que ha alimentado una reciente ola de violencia.

Cuatro meses después de que desapareciera el líder comunal Henry Pérez, en la fachada de la Alcaldía sigue colgado el letrero que exige su liberación y ofrece una recompensa de $20 millones por información. Y el fin de semana se organizó una caravana de motos y bicicletas por su liberación que arrancó en el casco urbano y fue a parar en La Gabarra, en donde Pérez vivía y presidía la asociación de juntas de acción comunal.

La Gabarra es el corregimiento más grande de Tibú e incluye la mayor parte de la frontera de todo departamento. En su territorio hay dos comunidades indígenas Motilón-Barí y una pequeña porción del Parque Nacional Natural Catatumbo Barí.

A diferencia de los nombres de los demás corregimientos de Tibú, su nombre significa algo por fuera del municipio, pero algo doloroso: una masacre en 1999 en la que las AUC asesinaron a 27 personas y desplazaron 115 familias y otra de 2004 en la que el frente 33 de las Farc mató a 50 campesinos que trabajaban como raspachines en una finca de paramilitares. En esa disputa entre guerrilla y paras, se calcula que hubo cerca de 8 mil desplazados de La Gabarra.

Y es que para los grupos armados ilegales, La Gabarra es uno de los corredores estratégicos -quizá el más importante- del Catatumbo, ya que conecta a municipios vecinos como Convención y El Tarra con la zona fronteriza más apartada del departamento.

Ese corredor pasa por veredas como Las Vegas, Santa Isabel, La Plata o Río de Oro, en las que no hay ni Dios ni ley, ni tampoco frontera que valga. Allá, según le contó una de las fuentes a La Silla, hay niños que para llegar a la escuela van en chalupa y durante su recorrido atraviesan territorio venezolano porque si lo hicieran solo por suelo colombiano les llevaría hasta cuatro o cinco horas caminando.

Esa facilidad de cruzar la frontera más la ausencia de la fuerza pública son factores que aprovechan los grupos armados ilegales para el contrabando y para sacar la coca por Venezuela.

Es por esas ventajas el control de La Gabarra ha sido tan apetecido y peleado a sangre. Una lucha que, según todas las fuentes con las que hablamos ganaron las Farc, que hoy lo controlan. A pesar de eso, allí dudan que la concentración se de en La Gabarra.

"Entre las condiciones (para establecer las zonas) dijeron que no podía ser frontera. La Gabarra es toda frontera. Que donde no haya parque natural o reserva indígena. Ambas también tenemos. Que no haya minería ilegal, también hay hacia allá. Que no haya cultivos ilícitos...de eso sí hay y en todo el municipio”, dijo un líder social de la región.

Además, tres fuentes que conocen muy bien la región le dijeron a La Silla que desde hace meses y ante el cese unilateral de las Farc, el EPL estaba empezando a expandirse hacia allí, a donde nunca había podido entrar. Eso dificultaría aún más las condiciones de seguridad de una zona de concentración.

Si no es La Gabarra, todas las fuentes apuntaron a que la concentración sería cerca a la vía entre el pueblo de Tibú y el municipio vecino de El Tarra, donde queda el corregimiento de Pacelli. Allá es más fuerte el ELN pero las Farc también tienen presencia, sobre todo en veredas como Versalles, La Angalia, Miramontes y Mineiros, que son candidatas fuertes a alojar la zona de concentración.

Vía a El Tarra, otra zona de influencia de las Farc

 La Silla cogió la carretera de Tibú a El Tarra al amanecer, acatando una recomendación “No es que usted no pueda salir a esas horas (entre las 9 de la noche y las 5 de la mañana). Es que si sale, ellos (los guerrilleros) no responden por usted”, nos dijo un habitante de la zona.

Desde los primeros kilómetros de recorrido cambia el paisaje. El color de la tierra y las montañas es rojizo. La selva es verde, virgen. Las montañas, inmensas, están adornadas con neblina en las partes más altas. El agua de las quebradas y los caños que van por debajo de la carretera y que con cierta frecuencia en invierno se crecen y tapan la vía, es tan cristalina que se puede ver el suelo.

Durante todo el camino nos acompañó una llovizna que de haber sido fuerte habría vuelto aún más agreste el camino. “Cuando llueve por acá, a los palos les provoca arrancarse”, comentó un habitante del pueblo.

Mientras avanzamos, se ven más casas a orilla de carretera “marcadas” por la insurgencia. “Che Guevara, guerrillero heroico, Farc-Ep” o “Epl, 48 años de lucha” son dos de los graffitti más frecuentes.

A unos 50 minutos de camino, sobre el sector conocido como Tres Curvas, aparece una valla de la Zona de Reserva Campesina del Catatumbo. Ese modelo de organización política y económica para el campo fue el que, en 2013, motivó a los catatumberos a salir a paro, el cual tuvo a Tibú incomunicado durante 52 días.

Uno de los acuerdos a los que llegaron con el Gobierno en ese entonces fue que se declararía oficialmente la zona de reserva campesina, cosa que no ha ocurrido pues aún hay discrepancias sobre qué territorio abarcaría.

Sin embargo, las asociaciones que lideran la iniciativa (Ascamcat y Anzorc) la declararon de hecho desde 2014 y algunas veredas de Tibú como Versalles o La Angalia están incluidas. En la segunda, ahora viven un plan piloto de sustitución de cultivos liderado por Ascamcat.

Al frente de la valla está una pancarta de las Farc, que también avisa dónde inicia el arraigo del frente 33. 

La llegada a Versalles (muy cerca a Filo Gringo, a dónde se dirigía Salud Hernández antes de ser secuestrada) la avisa el cierre de la vía con una pita: es el peaje comunitario.

"Por acá las juntas de acción comunal son organizadas. Aparte de las guerrillas, son ellas las que ejercen autoridad. Los mismos grupos (armados ilegales) les respetan las decisiones. Si no van en contravía a su control, claro está”, nos dijo una de las fuentes con las que hablamos. El peaje para que nos dejaran seguir costó 5 mil pesos.

Justo enfrente, hay otra pancarta de las Farc. Su presencia se empieza a sentir en el ambiente.

Las camionetas como en la que nos transportamos son comunes en el sector. En ellas llegan las delegaciones de organizaciones internacionales y los ‘patrones’ que vienen a comprar la base de la coca.

Los que se mueven allá pueden reconocer a los guerrilleros, algo que no es obvio porque a excepción del EPL andan de civil.

"Ya no son los guerrilleros que hacen retenes y que intimidan con fusil en mano. Pero tienen un modo de vestir que los hace distintos. Los del ELN andan en sudaderas como verdecitas, así como la que tenía puesta Salud Hernández cuando la liberaron. Los de las Farc se ponen pantalones negros con bolsillos a los lados y botas. De camisa usan como buzos pegados al cuerpo”, describió un tibuyano.

Para quedarnos aquí, en una de las veredas más “calientes” de Tibú, todavía es muy temprano, porque hay poca gente y seríamos muy visibles. Seguimos hacia Pacelli.

Antes de llegar pasamos por PC4, una estación de bombeo de Ecopetrol que aparentemente es la única razón por la que hay un puesto militar. “Solamente están ahí para protegerlos a ellos, de resto no salen porque es un peligro no solo para ellos sino para la comunidad”, dijo un tibuyano.

La última vez que el Ejército se movilizó por esa zona fue hace un año, cuando se dañó una maquinaria de Ecopetrol y transportando los repuestos los cogió la noche. Decidieron acampar en Versalles y en Miramontes.

"La comunidad les dijo que por favor se fueran, que no se quedaran la noche ahí, pero no. Se quedaron detrás de la escuela y en la noche se formó la balacera. Por ese incidente hubo un desplazamiento masivo, como 300 personas que dejaron sus casas por varios días”, le contó el personero de Tibú a La Silla.

A las dos horas de camino llegamos a Pacelli, un pequeño poblado de dos manzanas, al que han llegado paisas, costeños y venezolanos detrás de la coca.

Nos recibió otro peaje comunitario y un río tan seco que nadie podría creer que durante la ola invernal de 2012 hizo estragos en la cabecera del corregimiento y sirvió de excusa para que el presidente Juan Manuel Santos visitara esa población, prometiendo una inversión que se materializó en un muro de contención y una red de acueducto.

Aunque esas obras sí se hicieron, en las nueve veredas de Pacelli, en las que no hay luz eléctrica, ni acueducto ni acceso para carros, las cosas siguen igual: gente conviviendo entre la coca y las guerrillas.

Entre los pocos que se resisten a ser productores o raspachines hay 72 cacaoteros que se asociaron para producir y sacar un producto que, en la época en la que Tibú era considerado despensa agrícola del departamento, seguramente hubiese sido muy rentable. Sin embargo hoy con el mal estado de las vías y el contrabando que entra desde Venezuela, a penas les da para sostenerse.

Hablamos con algunos de ellos sobre la zona de normalización y, como en el casco urbano, lo que quieren es inversión social.

"Nosotros nos conformamos como asociación hace unos años cuando llegó un programa de guardabosques del Gobierno. Alcanzamos a ser 150 asociados. Apenas se acabaron las asistencias, quedamos 33. Todos se fueron a sembrar coca. Ahora estamos otra vez fortaleciéndonos porque hemos demostrado que sí se puede, pero seríamos muchos más si el gobierno realmente nos ayudara”, precisó uno de ellos.

Los cacaoteros son un ejemplo, pero no el único, de la organización de los pachelanos.

En 2013 la comunidad conformó un comité de veeduría que impone reglas: las motos no pueden andar a más de 20 km/h, y la guerrilla solo sin uniformes y sin armas.

Es acuerdo entre la misma comunidad, del que los pachelanos con los que hablamos se sienten muy orgullosos, es respetado a cabalidad, incluso por las guerrillas. Si no, la junta de acción comunal cobra una multa de $200 mil e impone trabajo comunitario, como barrer las calles. Y, según cuenta el corregidor (quien representa al municipio en los corregimientos) de Pacelli, al que exceda la velocidad le decomisan la moto por un mes y al que porte armas se la quitan por el mismo tiempo.

Cuando dejamos Pacelli al mediodía, ya empezaban a congregarse alrededor del parque los pachelanos que bajan de las veredas los fines de semana para jugar billar, su único pasatiempo en medio de la selva. Eso y tomar cerveza, que en todo el municipio de Tibú le genera una entrada a las Farc, ya que le cobran un impuesto a los distribuidores.

Bajamos nuevamente a Versalles sobre la una de la tarde y el ambiente era otro. Mucha gente, mucho movimiento. Según nos dijeron dos tibuyanos que se mueven bastante en la región, la vida de la vereda es ese comercio de fines de semana.

Por toda la plata que se mueve con la venta de la base de coca allí (cada kilo sale a $2.400.000, y sumándole el impuesto de las guerrillas son $2.750.000), los precios de productos como arroz o café están por las nubes comparados con los del pueblo de Tibú.

Las cantinas tenían el volumen a todo lo que da con vallenato y carranga, y las mesas de billar estaban llenas de jugadores acompañados de jovencitas.

"Aquí tenemos problemas graves de prostitución. Así como llega mucho venezolano a trabajar de raspachín, también está llegando mucha venezolana a trabajar en las cantinas”, le dijo a La Silla una de las autoridades con las que hablamos.

En Versalles muchos campesinos trabajan muy de cerca con la Asociación de Campesinos del Catatumbo, Ascamcat, que cinco fuentes de Tibú relacionan como la base social de las Farc. “Si no fuera por Ascamcat ya nos hubieran arrancado la mata (de coca)”, dijo uno de los tres habitantes de Versalles que quisieron hablar con nosotros.

El apoyo a Ascamcat, según coincidieron los tres campesinos, se debe a que los ven como la entidad que puede hablar tanto con el Gobierno como con las tres guerrillas que, según uno de ellos, “son otro gobierno”.

El que nos dijo eso es líder veredal, quien nos habló de la esperanza de que la reserva campesina sea una realidad y los hijos de sus hijos puedan vivir de la pesca o del cacao, no de la coca. "En el Catatumbo hay gente trabajadora, pero el Gobierno no ayuda”.

Por recomendación de varias fuentes, no duramos más de dos horas en Versalles. 

Regresamos de Tibú sin una pista contundente de cuál será la vereda en la que se concentrarán las Farc, pero con la certeza de que los tibuyanos esperan que este momento histórico no se quede en prestar un rincón de su territorio para el desarme, sino que esta vez, la tercera, el Gobierno invierta en mejorar las condiciones de vida.
Pero aun si llegan recursos a Tibú, ahí el reto está en que con la desmovilización de las Farc, el ELN o EPL no las reemplacen y por fin haya oportunidades para que la economía tibuyana, a la que el petróleo le da la espalda y la coca la inunda, pueda cambiar.

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