Marta Lucía Ramírez destapó hoy su carta a la vicepresidencia y, con Camilo Gómez, mandó el mensaje de que se la juega por la paz. Pero esa decisión hace más difícil un acuerdo con el uribismo, trae a la campaña el fantasma de El Caguán y no suma en los puntos débiles de Ramírez.
Marta Lucía Ramírez escoge una fórmula que, más que sumar, le resta
Marta Lucía Ramírez lleva apenas un mes como candidata oficial conservadora. Foto: Juan Pablo Pino |
Marta Lucía Ramírez destapó hoy su carta a la Vicepresidencia y, con Camilo Gómez, mandó el mensaje de que se la juega por la paz. Pero esa decisión hace más difícil un acuerdo con el uribismo, trae a la campaña el fantasma de El Caguán y no le suma votos ni refuerza los puntos débiles de Ramírez.
Gómez no compensa las debilidades de la candidatura, que es una de las cosas que muchas veces se busca en una fórmula. Eso es lo que hicieron, por ejemplo, Pastrana con un liberal académico y costeño como Gustavo Bell, Uribe con un bogotano cercano a las ONG como Pacho Santos o Santos con un sindicalista como Angelino Garzón.
Ramírez ha construido su campaña a punta de carácter, trabajo y perseverancia, pero no es muy conocida (en la más reciente encuesta Gallup solo la conocía el 60 por ciento de los encuestados y en la Polimétrica de Cifras y Conceptos de enero el 43 por ciento), no tiene mucho carisma y tiene pocos votos. Gómez tampoco es conocido, ni carismático ni tiene votos o maquinaria. Encima, los dos son bogotanos.
En la campaña sienten que Gómez tiene el perfil para ser un buen vicepresidente: es armonizador, conciliador, sereno, y eso puede servir para que se convierta en una especie de árbitro en el Gobierno. Además, señalan que como jurista tiene lo que se necesita para hacer una buena reforma a la Justicia. Dos analistas consultados consideran que todo eso, de ser cierto, podría servir una vez en el Gobierno, pero no ahora en campaña, cuando Ramírez necesita crecer en las encuestas.
Su designación puede servir para dos cosas. Una, acercar al conservatismo pastranista, cuya cabeza se había acercado al Centro Democrático en una movida que ha recibido el apoyo de otros conservadores como Álvaro Leyva; otra, para indicar que su campaña no se opone a negociar con las Farc. Aunque ella nunca ha sido opositora de la negociación como tal, sí la ha criticado por falta de transparencia y ha dicho que continuaría el proceso pero con plazos perentorios. Pero lo hace a un costo muy alto: manda el mensaje de que su propuesta de paz tiene la misma cara de la paz de Pastrana.
Camilo Gómez es conocido sobre todo por haber sido Alto Comisionado de Paz de Andrés Pastrana en la etapa final de las fallidas conversaciones de El Caguán. Gómez, junto con Pastrana y con su antecesor en ese cargo, Víctor G. Ricardo, es la cara de ese proceso, que tiene pésima imagen entre la mayoría de los colombianos y que catapultó a Álvaro Uribe a la Presidencia.
Mejor dicho, una cosa es mostrar apoyo al proceso de La Habana y otra hacerlo con el fantasma de El Caguán.
Con la designación de Gómez, Ramírez hace más difícil una posible alianza con el uribismo. Aunque la reunión entre los dos ex presidentes puede haber bajado la agresividad entre pastranistas y uribistas, esa distensión está aún lejos de ser una alianza. Más cuando aparece la sombra de El Caguán, tan criticado por Uribe, y con un perfil tan alto como una fórmula presidencial.
Por eso, la decisión de Ramírez podría quitarle la etiqueta de uribista que algunos le han endilgado (como mostraron las respuestas a nuestra Movida de la semana de hace algunos días), pero al costo de ponerse la de pastranista. Al fin y al cabo ella fue ministra de los dos ex presidentes, pero ahora va en fórmula con uno de los conservadores más cercanos a Andrés Pastrana.
Gómez es de toda la confianza de Pastrana. Fue su secretario privado tanto en la alcaldía de Bogotá como en la Presidencia, hasta cuando reemplazó a Víctor G Ricardo como Alto Comisionado. También fue superintendente de sociedades de César Gaviria.
Ese guiño al ex presidente azul también puede golpear la percepción de Ramírez como candidata anti caciques con la que salió después de la convención conservadora donde derrotó a Roberto Gerlein, a Efraín Cepeda y a otros barones electorales que le apostaban a la reelección. Si bien los grandes parlamentarios azules no están con ella, la figura de Pastrana es la de la vieja política de los delfines y el bipartidismo, no la de la renovación.
La decisión de Ramírez también es un llamado al trapo azul. La selección de sus tres finalistas para ser vicepresidentes, Gómez, el ex canciller Fernando Araújo y el representante David Barguil, mostró que estaba buscando consolidar su posición como candidata conservadora (los tres son de ese partido) y no de una coalición más amplia. Su elección en la convención se logró gracias al apoyo de las bases conservadoras, y tener una fórmula azul es una manera de preservar ese apoyo.
Precisamente Barguil será el jefe de debate de Ramírez. Como viene de la orilla santista de los azules y es cercano a Simón Gaviria, con quién empezó en política en el peñalosismo, el mensaje es que Ramírez va hacia el centro y no hacia la derecha. Además, Barguil cargará sobre sus hombros las relaciones con las regiones, un asunto que es de particular importancia en una llave totalmente bogotana. El lío es que él tampoco es muy conocido fuera de Córdoba y de los círculos de voto de opinión en los que ya conocen a Ramírez.
Aunque en el Consejo Nacional Electoral la decisión sobre la validez de la decisión de la convención conservadora que escogió a Ramírez está enredada pues ésta fue impugnada por varios conservadores encabezados por el senador Gerlein, hoy se supo que sus tres abogados (que incluyen precisamente a Gómez) recusaron a siete de los nueve magistrados por inconveniencia ética, por tratarse de delegados de partidos de la Unidad Nacional. Esos siete magistrados estarían a favor de tumbar la convención conservadora y la candidatura de Ramírez, según han señalado varios medios como El Espectador. Pero La Silla Vacía supo que en la coalición santista han discutido que para Santos puede ser mejor que no se caiga la candidatura.
Juega a su favor que no se caiga la candidatura conservadora, porque el grupo conservador que la apoya seguramente se iría al uribismo antes que al santismo, y eso le podría dar un impulso a Óscar Iván Zuluaga. Y para Santos es mejor enfrentarse a varios candidatos con poca intención de votos que a dos más fuertes.
Además, la presencia de Ramírez paradójicamente le ayuda con los caciques azules. Durante su gobierno, éstos han estado pensando más en su reelección que en la de Santos, pero ahora se están quedando por fuera del bus de la Unidad Nacional y si Santos gana sin ellos, pueden quedarse por fuera del poder por muchos años. Por eso tienen que mostrar que lo apoyaron.
La manera más sencilla, como en el 2010, es que haya candidato presidencial conservador: como con Sanín, si hay más votos azules en las legislativas que en las presidenciales pueden decirle a Santos que esa diferencia se da porque movieron sus maquinarias para apoyarlo a él.
Por eso, dado que los magistrados del Consejo Nacional Electoral son elegidos en representación de los partidos y que los de la Unidad Nacional tienen una representación mayoritaria, no es improbable que Ramírez siga adelante con su candidatura, pero ahora con menos espacio para moverse.
A la derecha, la decisión de Gómez podría quitarle puntos. Para los líderes del Centro Democrático que creen que es mejor sumarse a Ramírez que seguir con Óscar Iván Zuluaga como candidato, la presencia de un pastranista de tiempo completo, que además es una de las caras de El Caguán, no es un sapo fácil de tragar.
Y hacia el centro, si bien la deja mejor posicionada para buscar el voto de quienes creen que sí se debe dialogar con las Farc pero no como se ha hecho en la Habana, trae el fantasma del Caguán y le quita parte de lo que la podía diferenciar de Enrique Peñalosa o del mismo Santos.
Por eso, al final la decisión de ser la primera en anunciar la fórmula presidencial puede terminar en un bajón y no en un impulso. La próxima encuesta lo dirá.