Muchas de las víctimas de la masacre de Bojayá, de la toma de Mitú, del secuestro masivo en el Edificio Miraflores de Neiva y del atentado de El Nogal -así como varios congresistas, las esposas de los diputados del Valle, los familiares de militares secuestrados y otras más de mil personas de todo el país- están reunidas hoy en el Centro de Convenciones de Bogotá. Su meta: darle forma al primer movimiento de víctimas de las Farc que pueda, con una voz única y fuerte, expresarle sus preocupaciones al Gobierno sobre el proceso de paz.
Surge un movimiento de víctimas contra las Farc
Más de mil víctimas de las Farc están reunidas en el Centro de Convenciones de Bogotá para darle forma a una red de víctimas que aporte en el proceso de paz con esa guerrilla. Fotografía: Santiago Mesa |
Muchas de las víctimas de la masacre de Bojayá, de la toma de Mitú, del secuestro masivo en el Edificio Miraflores de Neiva y del atentado de El Nogal -así como varios congresistas, las esposas de los diputados del Valle, los familiares de militares secuestrados y otras más de mil personas de todo el país- están reunidas hoy en el Centro de Convenciones de Bogotá. Su meta: darle forma al primer movimiento de víctimas de las Farc que pueda, con una voz única y fuerte, expresarle sus preocupaciones al Gobierno sobre el proceso de paz.
“Las víctimas del Estado y las de los paras están bien organizadas. Eso hace que tengan una voz más potente y, por lo tanto, más legítima”, le dijo a La Silla la senadora liberal Sofía Gaviria, una de las organizadoras del evento de hoy y también de la bancada de congresistas víctimas de las Farc -desde su Partido Liberal hasta el uribismo- que lo están impulsando.
El problema es que, como lo mostró la sonora -y mediática- rechifla al ministro del Interior Juan Fernando Cristo esta mañana, todavía se trata de un grupo muy diverso donde se sientan personas que están favor del proceso de paz como Gaviria y otras abiertamente en contra como la representante uribista María Fernanda Cabal. Pero que, de lograr unirse, podrían ser un contrapeso que le daría mayor legitimidad con las víctimas de la guerrilla que hasta ahora sienten que no han sido tenidas suficientemente en cuenta.
“Este proceso es con las Farc y, si uno quiere un método, tiene que hablar con sus víctimas”, dice Cabal, a quien el senador Armando Benedetti señaló de orquestar la rechifla. (A La Silla le constó personalmente que no estaba en el salón en ese momento, aunque no sabe si lo orquestó desde afuera).
La mañana arrancó tranquilamente en el Centro de Convenciones, tapizado con fotos de militares desaparecidos y secuestrados por las Farc.
El enérgico discurso de Sofía Gaviria -a favor del proceso de paz, pero fuerte en sus exigencias al Gobierno- parecía crear una atmósfera de consenso que facilitaría un acuerdo sobre lo que le pedirían a la mesa de negociación con las Farc en La Habana. Cada vez que se mencionaba el nombre de algunas conocidas víctimas de esta guerrilla, como el general retirado Luis Mendieta o el periodista Herbin Hoyos, los aplausos eran atronadores.
Eso fue hasta que llegó tardíamente el ministro Juan Fernando Cristo, quien no había alcanzó a tomar el micrófono cuando un voz en el fondo del salón comenzó a gritar “¡No! ¡Farsante! ¡Payaso!”.
Cada vez que el ministro -víctima él mismo de un grupo guerrillero (en su caso, el ELN) y padre de la Ley de Víctimas- intentaba hablar, una voz en algún rincón se lo impedía a gritos. Otro hombre salió corriendo hacia el podio, manoteándole a Cristo y frenando a dos metros de éste ante la mirada nerviosa de los escoltas del Ministro. Uno más, víctima de una mina antipersonal, se quitó la prótesis de la pierna y la agitaba en el aire.
De tanto en tanto los reclamos de estos hombres anónimos arrancaban chiflidos de buena parte del auditorio, aunque en general sus alaridos provocadores eran aislados. El resto de las víctimas observaba en silencio la escena, mientras Sofía Gaviria le imploraba a la prensa que no les diera protagonismo.
“Son solo un par. Deberían sacarlos”, murmuró Olga Sanín, una mujer desplazada del Tolima. “Tal vez sería peor. Yo solo vine a escuchar a la gente hablar y ellos no dejan”, le replicó Jhon Castro, sentado a su lado.
El consenso se armó rápidamente de que eran “saboteadores” oportunistas, algo que parece confirmar el diálogo que sostuvo La Silla con uno de ellos.
“¿Soy víctima del conflicto? No sé. Porque como en este país, todo depende de la perspectiva con que se lo mire. Como fui militar durante 26 años, no sé si las heridas que tengo en mi cuerpo sirvan para ser catalogado como víctima o si mi trabajo como militar sirva para calificarme como victimario”, le dijo a La Silla el primer hombre en gritar, que se presentó como el sargento mayor retirado de la Infantería de Marina Luis Orlando Lenis.
El ex militar, vistiendo una camiseta verde militar con el eslogan “No más militares y policías asesinados”, sólo agregó que “conozco a muchas víctimas” y comenzó una larga enumeración de colegas que murieron en manos de las Farc.
El ambiente solo se calmó cuando se fue Cristo. Después de las onces, las cosas volvieron a la normalidad y las víctimas se separaron en cuatro grupos, para esbozar sus propuestas para La Habana siguiendo la misma metodología de los foros que han organizado Naciones Unidas y la Universidad Nacional para recoger insumos de la sociedad civil para cada punto en la agenda de negociación. Solo que este foro lo organizaron las víctimas por su cuenta con algún acompañamiento de la ONU y una pequeña ayuda logística de la Unidad de Víctimas para traer a las 1500 víctimas de todo el país hasta Bogotá.
Durante toda la tarde se sentaron en cuatro mesas, centradas en torno a los cuatro temas que recogerá la bancada de congresistas víctimas y luego el Congreso enviará -en un documento oficial- a la mesa negociadora en Cuba: verdad, justicia, reparación y la garantía de que esos hechos no se repetirán nunca.
Esos son los pilares para que nazca lo que el periodista Herbin Hoyos, otro de sus impulsores, describe como una “federación de grupos de víctimas que hasta ahora iban por su lado”. Es decir, no una colcha de retazos de asociaciones que se encuentran solo de manera coyuntural, sino un grupo de presión con una voz audible y una estrategia a mediano plazo.
“En ese crisol tan variopinto, que es la realidad que tenemos, buscamos ponernos de acuerdo en unos mínimos para que -dentro de un compromiso con el proceso- esa participación sea constructiva. Para no patalear en el pantanero de la tristeza, sino de verdad tener una voz en lo que se discute”, dice Sofía Gaviria, cuyo hermano mayor Guillermo fue secuestrado y asesinado por las Farc siendo gobernador de Antioquia.
Lo difícil es ese “compromiso con el proceso” del que habla la senadora liberal dentro de un grupo heterogéneo donde hay víctimas de acuerdo con los diálogos, víctimas en principio a favor pero dolidas por las posiciones de las Farc con ellas y víctimas totalmente en contra. Donde hay víctimas ya organizadas, como las de la Fundación Víctimas Visibles que lidera Diana Sofía Giraldo o las familias de militares de Asfamipaz, y otras que han venido luchando solas. Donde hay víctimas de alto perfil público, como los ex congresistas secuestrados, y grupos de víctimas sin ninguna visibilidad pública.
Su mayor punto de unión son las patadas por fuera de la mesa de las Farc a sus víctimas: la descalificadora carta en la que acusaron a Clara Rojas de no haber sido secuestrada sino de “insistir tanto (en acompañar a Íngrid Betancourt) que terminó quedándose”, que tuvieron que salir a negar a medias. La aclaración de que sus actos victimizantes han sido errores y no deliberados.
“Ellos siguen teniendo la misma actitud de antes. No ha cambiado para nada desde que están en La Habana. Queremos más unión para exigirles a las Farc que nos reconozcan y al Gobierno que vele por que sea así”, dice el general retirado Luis Mendieta, que era el comandante cuando las Farc se tomaron Mitú en 1998, que hoy es el vocero de los miembros de la fuerza pública secuestrados por la guerrilla y que estuvo en la tercera delegación de víctimas que viajó a La Habana.
La última de esas salidas, su propuesta ayer de hacer un “censo nacional de víctimas” con el Dane, cayó pésimo entre sus damnificados directos. No tanto porque la Unidad de Víctimas tenga ya un registro con 6,9 víctimas oficialmente reconocidas desde 1985, sino porque sienten que detrás de esa propuesta se esconde otra estrategia de las Farc por denigrarlos.
“Con ese nuevo censo pretenden meter todas las víctimas de injusticias socioeconómicas en el país, que son una causa del conflicto y no un victimario. De los 45 millones de colombianos, estaríamos 43 millones. Y de esa manera diluyen y eluden su responsabilidad”, dice Sigifredo López, el único sobreviviente de los once diputados secuestrados por las Farc en Cali en 2002 y luego asesinados en 2009.
En últimas, buscan hacer frente común para cuando las Farc hagan declaraciones públicas hirientes fuera de la mesa (así estén negociando seriamente por dentro), que en últimas son la única imagen con las que se quedan del proceso de paz muchas de sus mínimo dos millones de víctimas identificadas. (O un millón que al menos han reconocido, según el comunicado de esta guerrilla que rescató el columnista Álvaro Sierra)
“En el momento en que estemos reunidos 3 mil -o diez o veinte mil- las Farc verán una masa de las víctimas que han causado. Queremos hacer control político, que es lo único que puede lograr hacerle correctivos al proceso y llevamos propuestas aplicables”, dice el periodista Herbin Hoyos, que fue secuestrado por las Farc en 1994 y que se ganó el Premio Nacional de Paz por su programa radial “Las voces del secuestro”.
Por eso entre sus ideas está que la mesa de diálogos sesione un día en Bogotá, para que -ante la imposibilidad de que todas las víctimas directas de las Farc viajen a La Habana- se puedan reunir sus negociadores con un grupo representativo de la organización naciente. O que su causa la ayuden a visibilizar por fuera del país figuras a las que ya contactaron, como el ex presidente costarricense -y Nobel de Paz- Óscar Arias o el juez español Baltasar Garzón.
Es decir, que se le suba el perfil público a las víctimas de las Farc, como forma de garantizarles que sus derechos a la verdad o la justicia no serán atropellados. Pero también para obligar a esta guerrilla a reconocer frontalmente sus actos, para que -en palabras de Sofía Gaviria- “con contrición real los victimarios pidan perdón a las víctimas y no sean éstas las que tengan que ofrecerlo”, como hizo Constanza Turbay durante el primer viaje de víctimas a La Habana hace dos meses.
Su unión podría elevar la temperatura de algunas discusiones sobre la paz, pero al mismo tiempo le conviene al proceso porque las víctimas directas de las Farc sentirán que tienen mayor juego y porque puede generar un espacio donde las víctimas no se sientan cohibidas y hablen sin resquemores sobre lo que piensen (como cuentan que lo hizo Mendieta en La Habana, para gran disgusto de la guerrilla). También podría ayudar a que, cuando esas críticas aparezcan, no sea el Centro Democrático el único espacio de oposición al proceso y por lo tanto la discusión no gire solo en torno a lo que dice el ex presidente Álvaro Uribe.
Sin embargo, la rechifla a Cristo -que rápidamente pasó a abrir la mayoría de medios nacionales- preocupó a muchos sectores que también están participando en el proceso y que sienten que el espacio puede ser fácilmente ‘tomado’ por saboteadores que se hacen pasar por víctimas interesadas en participar.
Por ahora, por lo menos las víctimas están concentradas en terminar sus propuestas sobre los temas que para ellas son centrales en el proceso con sus victimarios.
Esta historia es parte de una serie sobre la Ley de Víctimas financiada por la Unión Europea y Oxfam.