El Ministro de Ambiente Gabriel Vallejo hará hoy un anuncio en la CMDB en Bucaramanga que el gobierno Santos lleva prometiendo y dilatando desde hace tres años: dónde empieza y termina el páramo de Santurbán. Su decisión, de la que dependerá que empresas como Eco Oro puedan explotar el oro debajo de la montaña y qué pasa con los campesinos, puede ser el caldo de cultivo de muchos nuevos conflictos.
Vallejo puede enredar más la madeja en Santurbán
El Ministro de Ambiente Gabriel Vallejo hará hoy un anuncio en la CDMB en Bucaramanga una decisión que el gobierno Santos llevaba prometiendo y dilatando desde hace tres años: dónde empieza y termina el páramo de Santurbán. Su decisión, de la que dependerá que empresas como Eco Oro puedan explotar el oro debajo de la montaña y qué pasa con los campesinos, puede ser el caldo de cultivo de muchos nuevos conflictos.
La delimitación de este páramo santandereano, que en el Ministerio de Ambiente guardó en total hermetismo, es en el fondo una decisión política. Sobre el papel debería ser técnica, pero en la práctica es imposible: hay mucha gente viviendo allí y muchos intereses que impiden que los mapas científicos entregados por el Instituto Humboldt en septiembre de 2013 -por encargo del gobierno Santos- sean adoptados tal cual.
El problema es que, cualquiera que sea la decisión de Vallejo, el potencial de conflicto es enorme. “Si uno lo mira [el tema] al margen de presiones, la decisión va a perjudicar a alguien: a las mineras grandes, a los pequeños mineros, a los agricultores, a Bucaramanga que recibe su agua de allí y al país con todos sus páramos. Todo el mundo ha estado presionando para que frenen al otro pero no a sí mismo. Eso hace que cualquier decisión pueda armar una pelotera y que las posibilidades de que salga mal sean infinitas”, dice un ex alto funcionario del sector ambiental.
Con un agravante adicional: lo que se haga en Santurbán será la prueba ácida de lo que pasará en los otros 35 complejos de páramo del país, muchos de ellos con problemas similares. Estos son los cuatro escenarios que tiene Vallejo.
Con esta la fórmula Vallejo evitaría al máximo el conflicto social (sobre el que desde el gobernador Richard Aguilar hasta el diario Vanguardia han advertido), pero sería la más complicada desde el punto de vista ambiental.
Hacerlo implicaría tomar la decisión política de viabilizar los proyectos de las tres empresas grandes en la zona -las canadienses Eco Oro y Leyhat y la brasilera AUX- y el trabajo de unos 400 pequeños mineros que llevan dos décadas allí. También significaría recortar el mapa del páramo usando como guía la presencia humana, para no obligar a las comunidades a dejar de cultivar cebolla (ya que la zona de Berlín, claramente dentro del páramo, es la segunda más grande del país) y tener vacas.
Pero también sería la decisión más costosa para este ecosistema de alta montaña, donde nace el agua de la que depende Bucaramanga. Es decir, precisamente la razón por la que se originaron las marchas multitudinarias allí en 2011 contra la minera Greystar Resources, hoy llamada Eco Oro.
Casi todo el agua de la capital santandereana viene de Santurbán: Bosconia, la mayor bocatoma del Acueducto, la recibe de la cuenca del río Suratá (cuyas dos principales fuentes, la quebrada La Baja y el río Vetas, bajan de zonas mineras) y otras dos menores las alimenta el río Tona que baja de una zona paramuna bien conservada.
“No se trata de ver el páramo de una forma simplista y romántica, sino de entender que está en juego el agua de la ciudad”, dice Erwing Rodríguez-Salah, el ex director regional de Fenalco que cofundó el Movimiento Cívico Conciencia Ciudadana que ha impulsado las marchas en la ciudad.
Desde hace unos años se han detectado niveles de contaminación en el agua del Suratá más altos de lo permitido, por lo que Bucaramanga tuvo que comenzar a buscar fuentes alternas. Tona por sí misma no logra satisfacer la demanda de agua, por lo que la calidad del agua que baja desde California y Vetas (las dos áreas mineras de Santurbán) es decisiva.
Lo que se decida en Santurbán tendrá un efecto en todo el país, ya que un 70 por ciento de los colombianos depende del agua del páramo. Al menos once ciudades importantes lo hacen de fuentes que bajan directamente del páramo (Bogotá, Medellín, Tunja, Ibagué, Armenia, Pereira, Manizales, Neiva, Popayán y Pasto) y otras -como Cúcuta- de afluentes de esas cuencas directas.
Es por eso que el Plan de Desarrollo de Santos los declaró ecosistemas estratégicos (con los humedales y los bosques secos) y los blindó contra la minería o la agricultura. La razón es que, con un páramo degradado, disminuye el agua en las cuencas del país y también la que usan las aguas subterráneas para recargarse.
Además, son centrales en reducir los impactos del cambio climático porque cualquier aumento de temperatura en el páramo hace que las plantas paramunas no puedan traducir el agua de la atmósfera en caudal.