¿Es el feminismo el que está de moda o ser una feminista a la moda?

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¿Es la hora del feminismo pop? ¿Nos encontramos ante una trivialización del feminismo? Lo claro es que la moda no incomoda y el feminismo incomoda bastante. Las feministas somos incomodas por antonomasia, así que aquí algunos de mis aportes-gritos de rebeldía.

Al feminismo se le debe poner una gran “ese” al final. Esa letrica ha sido una ganancia tras años de conversaciones, amores y desamores entre las mujeres que, desde nuestras diversidades, nos hemos declarado feministas, y con ello hemos asumido los señalamientos y costos sociales y políticos de tal atrevimiento.

La primera vez que me nombré feminista tenía 15 años, acababa de entrar a la universidad. Descubrí el término “paridad” haciendo un ensayo sobre la participación política de las mujeres, y me di cuenta que había adquirido un concepto que me permitía definir mi inconformidad ante la desigualdad en el poder político. Esa posibilidad de significar algo que sentía injusto cambió mi forma de leer el mundo. Luego mis incomodidades no eran un capricho o una vacilación; conversando con otras jóvenes como yo; en el salón de clase, en la marcha, en la asamblea (donde solo les ponían atención a los varones), colectivicé tales incomodidades, me vi reflejada en los ojos de otras que sentían lo mismo que yo, y allí vibró un sentir de manada, candente, color fuego y chispeante que me hizo sentir bruja y mala. Así me topé yo con el feminismo y no fui nunca más la misma por siempre (el feminismo también puede ser extraño como esa frase).

Diríamos que una llega al feminismo por varios caminos; se lo encontró en la academia y los libros, fue a una reunión de mujeres, escuchó a una compañera, amiga o maestra (no ídola) hablando de eso, o cualquier otro suceso que se lo puso de frente. Luego que una se encuentre con el feminismo no significa que se nombre feminista, por eso algunas dicen “defiendo los derechos de las mujeres, pero no soy feminista”, porque el feminismo da miedo, a hombres y mujeres por igual; a los primeros porque ven tambalear su sistema de privilegios; a las segundas, porque como dijo Ofelia Uribe de Acosta, autora de una voz insurgente, les quita “el perfume de la feminidad”. Entonces nombrarse es un proceso. El feminismo atraviesa el cuerpo, y el nombre y la identidad, y ahí, en efecto, se deconstruye la imposición de una sola forma o idea de feminidad.

Aun cuando no seamos conscientes del concepto o postura ética y política que es el feminismo, lo cierto es que éste se hace concreto en esos actos de rebeldía de las mujeres y en sus incomodidades con un mundo no diseñado para ellas. Cuando en algún momento de la historia, y de su historia, las mujeres han contradicho la norma, han dicho NO, no me lo creo, no es justo, no lo quiero para mi ni lo quiero para otras, ahí se está haciendo cuerpo el feminismo. Nos transforma.

Entonces descubrí que nombrarme feminista no me hacía caerle en gracia a muchos cuantos, y que los compañeros del salón, tan antiimperialistas y progresistas no nos soportaban, que les incomodábamos bastante. De ese tiempo a mis días de “coordinadora de género”, en un lugar de trabajo mixto; a mis días de activista y defensora de derechos humanos, y escritora a medias, y hechicera; ese hecho ha cambiado poco o nada. Entonces ¿Cómo es que nos hicimos tan POPulares? ¿Cómo pasamos de ser las ovejas feministas de la familia, a las cotizadas y deseadas invitadas de cualquier reunión social?

Me planteé estas preguntas porque sé que no soy la única feminista a la que la palabra moda le hace ruido, y que no soy la única que espera mucho más cuando alguien se enuncia feminista y desde allí asume causas, o sin asumirlas difunde opinión e ideas y las apellida feministas. Que no soy la única que cree férreamente que el feminismo es anticapitalista, antimilitarista, antiracista, y muchos antis que han sido tejidos en una lucha que entrecruza calle, academia, brujerío; y con ello teoría, política y praxis. Que espera entonces del feminismo y las feministas; beligerancia, consecuencia, y crédito-deuda con tales ganancias que obtuvieron nuestras ancestras. Y aquí no se vale apelar a la idea de que estoy usando el feministómetro, para desvirtuar lo que afirmo, porque todas estaríamos de acuerdo en que apoyar una intervención militar en Venezuela no sería muy feminista.

Luego el feminismo se puso de moda y con ello ser una feminista a la moda, pero pareciera que a esta afirmación si se le puede contraponer el feministómetro, como argumento para decir que no nos midamos las unas a las otras, que no nos descalifiquemos. ¿Por qué no todas estamos de acuerdo en que promover la industria de la moda, o una estética feminista alineada con la feminidad tradicional, como mensaje único, no es muy feminista? ¿Por qué nos preocupa tanto enunciar que algo NO es feminista? ¿Por qué nos desespera tanto que alguien nos trine una crítica política?

Yo creo que como buenas millenials, nos asusta la imPOPularidad.

Para darle contexto a estas preguntas, debo decir que leí con detenimiento algunos artículos que se publicaron después de la visita de Chimamanda Ngozi a Cartagena, y que se formó un “debate” en redes en torno a la moda, el feminismo, las fotos de Instagram, los vestidos y etc. También seguí la oleada de trinos que apelaron a no criticarnos entre nosotras, como si no estar de acuerdo con una compañera feminista fuera un pecado en el manual de las buenas feministas. Trinos que me hicieron ruido porque entendí que siempre señalaron la “ingenuidad”, “el desconocimiento”, o la “carencia intelectual” de la otra.

Expreso entonces que está bien criticarnos, que está bien ser impopulares, y que está bien que nuestras fotos no siempre gusten. Vi un despliegue de justificaciones que me parecieron desproporcionadas, porque era un debate sin debatientes -en redes-. Al final lo celebré porque me recordó grandes deudas del movimiento feminista, seminuevas o heredadas, que visibilizan clasismo, racismo, estrechez de pensamiento, y sí, trivialización del feminismo, porque pareciera que cualquier cosa es feminismo, y que no podemos no estar de acuerdo, o reaccionar con vehemencia para decir “eso no me parece tan feminista”.  

A mí no me convence la idea de reconocer un “feminismo pop”, por ejemplo, a pesar de que, como anuncié desde el principio, el feminismo sea diverso y plural. Porque me preocupa que eso que se nombra pop, muy en la línea de la lata Campbell, que inauguró el Pop Art, se queda únicamente en el terreno de la estética, y pareciera producido en masa, en las redes, con un tufillo de marketing de compañía. Y si este argumento pareciera demasiado cerrado, aun cuando bajo la cobija del feminismo pop se están moviendo discusiones muy interesantes sobre la sexualidad, el aborto o el acoso; pareciera que se está partiendo de un punto cero, cuando hay todo un movimiento de ancestras detrás que nos abonaron el terreno y nos la dejaron menos difícil, eso por lo menos habría que reconocérselo al movimiento social feminista, no únicamente al activismo legal anglosajón, importado y transliterado a nuestro país para condensarlo en una Sentencia. Como se translitera el feminismo norteamericano, del estilo “club de la lucha feminista”. No, me resisto a creer que el feminismo se volvió un club con membresías. Me resisto a despertarme en una especie de High School gringo feminista, por favor.  

En continuidad, la idea estética que el feminismo pop está reproduciendo, entenderíamos se alinea perfectamente con la industria de la moda, y con un mensaje que privilegia nuevamente el cuerpo blanco, hetero, delgado y fashion. Así como deja la idea que para ser feministas debemos “dominar” en tacón y cartera. Perdón, pero no podemos retroceder tanto, aun cuando a mí también me gustan los tacones, un poquito menos las carteras.

Es decir, los debates del feminismo no nos pueden devolver a ello, ya sabíamos que se podía ser feminista y tener estilo, el propio. Cuando se levantaron críticas fue porque al feminismo pop se le notó el clasismo, pero esto si que duele reconocerlo o entenderlo más allá de “yo sé cuales son mis privilegios”. Ninguna de nosotras quiere ser llamada racista o clasista, o decírselo a las otras. Me costó también, cuando sentí que en espacios feministas me daban órdenes y a las otras no, porque yo venía de la pública, del barrio. Que tenía menos capacidad de negarme a dichas “ordenes” así no lo parecieran, y negociarlo, porque viniendo del lugar de los que sirven, no de los que son servidos, tenía interiorizada la complacencia. Las otras, por su clase; ordenaban tranquilamente, negociaban las labores sin pensarlo tanto, estaban acostumbradas a ello.

Y retomo la idea del High School, porque yo de pequeñita, me imaginaba llegando al colegio con ojos verdes y mona para que me pusieran cuidado. El clasismo y el racismo se sienten en el cuerpo, y es muy difícil verbalizarlo. No quiero que el feminismo le reproduzca a las niñas una idea de feminista ideal para que le pongan cuidado, la que está de moda y por eso no incomoda.  

En consecuencia, me parece que, a algunas feministas de nuestra era, a diferencia de las ancestras o de feministas, estas sí populares, de los barrios o rurales, que no tuvieron que lucharse la palabra, o el reconocimiento de su presencia; el empoderamiento se los ha dado la clase y no el feminismo. No he visto que el privilegio que tienen se nombre de esta forma y se ubique en uno de los lugares de menor acceso a las mujeres: el del poder cuando logramos el empoderamiento. Chévere que sea un efecto de la rebeldía, no tan chévere que sea producto del estar acostumbradas al mando y al reconocimiento.

Finalizo con esto; sí creo que existe un feminismo digital, muy propio de la cuarta ola, si es que en efecto en este país de Suramérica hemos llegado a ella, preocupado por ser influencer y popular. Y me pregunto si vamos a seguir hablando de olas cuando sabemos que esa clasificación eurocéntrica del movimiento feminista es arbitraria, lineal y colonial, usada para describir procesos de lucha de las mujeres, sin contar que también estuvieron y están asociados a la tierra, a las insurgencias, u otros, y que no se acomodan en las demandas de derechos civiles y políticos, derechos sexuales y reproductivos, etcétera. Por eso este tiempo, que sería el de la cuarta ola, sigue siendo difuso, sigue mostrando multiplicidad de luchas ante las cuales no podemos guardar silencio las feministas.

Yo creo que debemos salirnos un poquito de las redes, o dejar de creer que es allí donde está el debate, para promover el Encuentro, el dialogo de saberes. Compartiendo y verbalizándonos sabremos lo que nos conecta y lo que nos diferencia, sabremos lo que debemos reconocer, deconstruir y aprender. Sabemos de qué color es el tejido propio que se une a este tejido colectivo que son los feminismos y que nos tiene orgullosas en la lucha; así impopulares, con o sin cartera, sin tantos likes, porque si de algo me salvó el feminismo fue de la condescendencia.

NI UN PASO ATRÁS HERMANAS.

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Mujeres

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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