La moda es poder feminista
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En días recientes he vuelto a recordar la impresión que tuve cuando vi a Madonna con ese brassier de copas en forma de conos que exageraban sus senos, los hacía ver amenazantes y realzaban una de las partes del cuerpo femenino más relacionadas con la sexualidad. Tengo claro que me generó fascinación e incomodidad al mismo tiempo. Por un lado, lo consideré una declaración de poder y de genio; por el otro, me parecía una capitulación respecto de cierto ideal masculino respecto de las mujeres.
Por muchos años mantuve esa impresión aislada de mi reflexión feminista. La catalogué como una estrictamente relacionada con mi pasión por la música y los videos musicales.
Así mismo, consideré que el feminismo era una teoría que solo me permitía analizar las situaciones más extremas de discriminación y violencia en contra de las mujeres, como la violencia sexual e intrafamiliar.
Con el tiempo, comencé a entender que el feminismo me brindaba una plantilla teórica para organizar una gran variedad de hechos sociales con el fin de entender cómo el sexo y la sexualidad son factores de distribución de poder y derechos en la sociedad. En otras palabras, me di cuenta que Madonna y sus copas de brassier podían ser aproximadas a través de las preguntas propias del feminismo.
Una de las grandes fortunas que me ha traído el feminismo, es que a través de su estudio he podido identificar el papel determinante que juega la cultura popular en la creación, mantenimiento y subversión del sexo y la sexualidad (cómo lo hablamos en este podcast de La Silla Vacía).
Así, me ha permitido deshacerme de cierta pretensión docta que considera lo popular como trivial, o como mero espejo de una sociedad machista que solo puede ser examinada y transformada desde otros frentes con más caché intelectual.
De esta forma, he podido comprender que la cultura pop es algo más que el reflejo de la ordenación social en la que vivimos. En esta, encontramos los medios no solo para reconocer cómo se distribuye el poder entre lo femenino/masculino, heterosexual/homosexual, sino las herramientas para establecer y modificar esos arreglos.
Uno de los medios que ha cautivado más mi atención es la moda. Esto se debe indudablemente a Madonna y a la constatación de que la ropa y los accesorios son partes integrales de nuestro día a día, y de que estos han sido artefactos claves en la delimitación de las fronteras entre la feminidad y masculinidad.
La ropa y la moda no han sido tema central en el pensamiento feminista. Aunque existen excepciones (recomiendo este artículo de Duncan Kennedy), el feminismo ha considerado que la moda solo refleja un orden social que juega en contra de las mujeres y la población LGBT.
Por ejemplo, la reflexión feminista parece haberse centrado en cómo la manera de vestirse se ha utilizado como una forma de entorpecer la investigación y juzgamiento de los delitos de violencia sexual, como un instrumento para realzar la sexualidad de las mujeres que es consumida por los hombres en la publicidad, pornografía y artes visuales, como un código de complacencia utilizado por estas para acomodarse y sobrevivir en una sociedad machista, y como un distractor que no permite ver sus capacidades intelectuales.
Si bien todas estas reflexiones son acertadas, la ropa y los accesorios que llevamos, y las modas que se generan su alrededor son un sistema de signos, significados y objetos que son utilizados en la vida social para construir identidades, estructurar discursos sobre qué significa el sexo y la sexualidad, y posicionar a los individuos respecto del poder que tienen y al que aspiran.
De esta manera, la moda no simplemente se lleva, sino a ella se aspira, se responde, se batalla. La ropa que llevamos es nuestro discurso y con ella construimos una narrativa de lo que somos, el lugar que tenemos en la sociedad y las barreras que queremos mantener y aquellas que pretendemos remover o desplazar. Por esta razón, la moda debe ser uno de nuestros objetos de reflexión si queremos hablar del lugar de la mujer en la sociedad y de su poder.
Una mirada a la historia de la moda permite entender que en el vestido se han inscrito las luchas feministas. No en vano el vestido de las mujeres de clase alta en el siglo XIX les impedía el movimiento, pues su vida estaba destinada a los salones.
La importancia de la moda se puede apreciar también en el cambio que tiene con la entrada masiva de las mujeres en la fuerza laboral en la década de 1960, en la utilización estratégica que hacen de los sastres de dos piezas -falda y chaqueta siguiendo las líneas del masculino – las mujeres que entran a la política en 1980 y en la redefinición que hace Madonna en 1990 de las prendas asociadas a la pornografía en sus videos y conciertos para mandar un mensaje de poder.
Incluso, la utilización del sombrero tipo cubilete por parte de George Sand era un mensaje respecto de su intención de retar la división del espacio público entre sitios apropiados para hombres y para mujeres.
El poder se significa con la moda y a través de llevar o retar la moda se ejerce poder. Aunque no hay nada más frustrante que a una mujer solo se le defina por lo que lleva puesto, cosa que pasa con frecuencia en la política, no por ello podemos pasar por el alto su potencial de subversión de los órdenes de género.
El atuendo es un elemento integral en la construcción de nuestra persona y carácter, y es una especie de comentario respecto de nuestra posición frente a la organización social. Que una mujer lleve una corbata o un hombre una falda, en un contexto donde no se espera que esto suceda, puede ser un comentario sumamente poderoso respecto de la arbitrariedad de lo que se considera como femenino o masculino.
Como feminista me ha parecido fascinante no solo seguir las propuestas de varios de nuestros personajes políticos, hombres como mujeres, sino lo que comunican a través de sus “pintas”. Esto hace parte de su narrativa política, tanto como sus programas de gobierno, hoy aún más que nunca en un contexto en el que las redes sociales nos permiten hacer una curaduría de nuestra imagen (aunque esto conlleva el peligro de la distorsión en manos de la audiencia que consume la información generada en estas).
La ropa no es neutra, ni inofensiva. Lo que nos lleva nos descubre, nos hace comentario social y nos da la posibilidad de retar la distribución de poder. La moda es una de tantas herramientas feministas, como tal, debe ser estudiada por el feminismo, no solo como síntoma de una sociedad machista, sino como una de las tantas fisuras que ponen a temblar la actual organización de los sexos y la sexualidad.
El brassier de Madonna ha sido tan importante en mi quehacer feminista como la lectura del Segundo Sexo de Simone de Beauvoir, pues los dos a su manera son comentarios de inconformidad respecto del ideal femenino hegemónico.
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