Distanciamiento social: Tan necesario como difícil de mantener
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Esta entrada fue escrita de manera colaborativa por el grupo de investigación del Comportamiento Social y Políticas Públicas liderado por María Cecilia Dedios en la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes. Integrantes: María José Castro, Camila Delgadillo, Andrea Noy, María Fernanda Rodriguez, Felipe Ruiz y María José Valencia.
Estamos en un momento difícil e incierto. La pandemia producida por el virus que causa el covid-19 ha obligado a muchos países a implementar cuarentenas y medidas de distanciamiento social para desacelerar el contagio del virus e intentar evitar la saturación del sistema de salud. Dichas medidas (léase #QuédateEnCasa, #CuarentenaPorLaVida) implican cambios profundos en la rutina de las personas en pro del bienestar colectivo, lo que las hace difíciles de implementar y de mantener de forma sostenible.
Antes de ahondar en la evidencia sobre cómo promover la acción colectiva y la cooperación, hay que resaltar que el cumplimiento del distanciamiento social y la cuarentena no son solo una cuestión de responsabilidad individual. Arreglos alternativos como el teletrabajo, las clases virtuales, o el no uso del transporte público no son opciones para muchas personas.
En Colombia, la tasa de informalidad laboral es del 46.6 por ciento. Esto significa que casi la mitad de trabajadores colombianos tienen condiciones laborales deficientes o inestables, tienen trabajos que no pueden ser realizados desde un computador, o viven del día a día.
Por supuesto, no todo el mundo tiene acceso a dispositivos electrónicos, internet, o a un espacio en casa para trabajar. Por lo tanto, es fundamental considerar que el distanciamiento social y la cuarentena no son sostenibles sin un soporte estructural para los que no pueden "decidir" quedarse en casa o evitar el contacto con otras personas.
Ahora bien, la urgencia y la escala de esta pandemia han resultado en la implementación de estrategias diversas (y a veces contradictorias) por parte de los gobiernos alrededor del mundo. Parte del reto es que el manejo de la pandemia no es solo un problema médico; es también un problema social y en particular, de acción colectiva.
La evidencia epidemiológica y de salud pública es clara en que el distanciamiento social, las cuarentenas totales y/o periódicas, y los hábitos estrictos de higiene como el lavado constante de manos, evitar tocarse la cara, desinfectar superficies y objetos son efectivas para prevenir el contagio. El problema es que el éxito de estas estrategias depende de la participación de toda la sociedad. Es decir, se debe lograr la actuación coordinada y cooperativa de cada individuo; como ciudadanos y sin esperar (ni querer!) un Estado que puede controlarlo y monitorearlo todo (*). ¿Son estas estrategias posibles de lograr? ¿y qué tanto se pueden sostener en el tiempo?
Catalizadores de conductas colectivas: Imitación, normas sociales, e identidad
La conducta colectiva no es lo mismo que la media o el agregado de las conductas individuales. La conducta colectiva requiere de una meta en común, así como de la acción coordinada y cooperativa de los individuos, quienes se sienten parte de algo más grande que ellos mismos. La capacidad de actuar y pensar de manera coordinada y cooperativa nos ha dado una ventaja enorme como seres humanos.
La imitación es un importante catalizador de la conducta colectiva. Las personas observamos cuidadosamente lo que los demás hacen, sobre todo en situaciones de alta incertidumbre. Ante la poca información disponible y el miedo que produce el covid-19, la gente se hace más proclive a imitar. Un ejemplo negativo de esto fue la compra desmedida de papel higiénico. Al ver imágenes de cómo este producto desaparecía de los anaqueles y ante la gran incertidumbre, se generó una conducta de imitación que ha llevado a la escasez de este producto en muchas ciudades del mundo.
En el manejo de la crisis, es clave catalizar conductas imitativas que ayuden a mitigar la epidemia. Para eso, las fuentes oficiales deben brindar información veraz y facil de entender sobre qué se debe hacer para evitar el contagio y propagación del virus. Todos tenemos un rol que jugar en esto.
Los medios de comunicación pueden evitar darle protagonismo a las conductas imitativas desinformadas, teniendo en cuenta el efecto dominó que pueden crear frente a la altísima incertidumbre que rodea la situación del coronavirus y la avidez con la que las personas están buscando información (falsa y verdadera). Todos los demás, podemos pensar dos veces qué información compartimos en nuestras redes sociales.
Las normas sociales son otro potente catalizador de la conducta colectiva. Las normas sociales son aquellas reglas de comporamiento tácitas que guían la conducta individual bajo la creencia de que, en su mayoría, mi grupo de referencia se rige por esas normas y espera que los demás también lo hagan. Ver literatura relevante aquí.
La conformidad con la norma social es una forma muy potente de generar conductas colectivas. En Japón, un país con una cultura colectivista y con fuertes normas sociales se ha logrado, por ejemplo, un orden específico para entrar y salir del congestionadísimo transporte público. Esta norma es auto-regulada por la población y resulta de la presión social para hacerlo.
Ojo, que las normas sociales se sostienen porque las personas piensan que los demás las siguen. Por lo tanto, es crucial cómo se comunican las normas sociales pertinentes al manejo de la pandemia. Todos sabemos que debemos #QuedarnosEnCasa, pero que el jueves antes del simulacro de cuarentena en Bogotá 120,000 carros salieron de la ciudad. Sin contexto, esta información sugería que “nadie” estaba siguiendo el acuerdo social de quedarse en casa. Pero si además, se nos comunica que en un fin de semana común este número es de 1 millón 200 mil carros, nos damos cuenta de que es solo una pequeña fracción de personas la que no se adhirió a la norma social.
Tanto las administraciones como los medios pueden ayudar a cristalizar la norma social comunicando claramente que en realidad la mayoría de personas se está quedando en casa, y que la mayoría piensa que es lo correcto. La evidencia en normas sociales indica que esto funciona.
Todos estamos en una curva de aprendizaje muy empinada sobre lo que se debe y no se debe hacer para desacelerar el contagio del virus. Todo ha cambiado muy rápido; hagan el ejercicio mental de pensar en la vida hace solo dos semanas atrás con buses y calles totalmente llenas, dando la mano a todo el mundo, de pronto parece todo antihigiénico y hasta peligroso.
Dada la gran cantidad de información nueva, la implementación de nuevas normas sociales puede valerse de lo que es familiar para las personas. Un buen ejemplo es el “pico y cédula para hacer mercado” implementado en algunas zonas del país. Esta es una estrategia que se ancla en un conocimiento previo de los colombianos en cuanto a la restricción para usar el carro en pro del bien de todos.
Un tercer catalizador de la conducta colectiva es la identidad social. Esta se manifiesta cuando las personas se definen en función a su pertenencia a un grupo. Este grupo puede ser la familia, la religión, un equipo deportivo, o la nacionalidad, entre otros. Una forma potente de movilizar la acción colectiva contra el virus es colectivizar la crisis; enviar el mensaje claro de que todos estamos en el mismo bote y que tenemos una meta en común: desacelerar y ojalá parar esta pandemia.
Un ejemplo es este video donde vemos a oponentes políticos uruguayos uniendo esfuerzos para que el país se sobreponga a la crisis. En Colombia, la identidad de los equipos de fútbol, del ciclismo, o de la resiliencia colombiana frente a los momentos difíciles deberían movilizar la acción colectiva. Más allá de las identidades nacionales, es cada vez más claro que el desafío que enfrentamos es global y que la identidad social que más nos puede movilizar en este momento es la de ser seres humanos.
Pensando en el futuro: sostenibilidad de las medidas
Las medidas de distanciamiento social y cuarentena son muy difíciles de mantener en el mediano y largo plazo. Sin embargo, todo parece indicar que estas medidas van para largo y que posiblemente serán levantadas y reinstauradas de manera intermitente. No hacerlo podría enfrentarnos a escenarios tan complicados como los que viven hoy en día Estados Unidos, Italia y España.
Una percepción del riesgo adecuada por parte de las personas puede ser importante para mantener la adherencia a estas medidas en el tiempo. Una paradoja que presenta la pandemia es que mientras mejor se cumplan las medidas de distanciamiento social y cuarentena, más sobredimensionadas estas se verán.
Si hacemos las cosas bien, no veremos “el peor escenario”. Si algo nos ha enseñado la evidencia sobre prevención de desastres es que para “hacer caso” a las advertencias sobre el riesgo puesto por huracanes, por ejemplo, las personas deben confiar en quien las transmite. Una forma efectiva de incrementar la confianza es una comunicación clara y transparente de la incertidumbre de las predicciones. Dar información completa y de manera abierta, haciendo claro lo que se sabe y lo que es incierto aumenta la confianza del público en la información y los ayuda a evaluar de mejor manera el riesgo y actuar acorde.
El poder evaluar de una manera adecuada el riesgo, nos ayudará a todos a poder mantener en el tiempo las buenas prácticas frente a la epidemia como el lavado constante de manos, las rutinas de desinfección, el abastecimiento consciente de alimentos, y el distanciamiento social. Todas estas medidas, aunque difíciles de adquirir y mantener, son las que nos permitirán aplanar la curva y protegernos a todos, y sobre todo a los más vulnerables entre nosotros.
(*) Para una elaboración excelente de las tensiones entre la vigilancia y la libertad a propósito del covid, ver este artículo de Yuval Noah, historiador, filósofo y autor de "Sapiens: A brief history of human kind".
(**) créditos de la imagen de portada: @marcosbalfagon
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