El ‘cliché’ de la política basada en evidencia
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En una columna pasada increpé la posibilidad de hacer política basada en evidencia (PBE), en particular en el campo educativo. Mi mensaje general en ese momento no era hacer una invitación a abandonar esfuerzos por aprender de lo que hacemos para -intentar- hacerlo mejor. La reflexión que realmente considero valiosa es frente al ‘cómo’ detrás de ese proceso de aprendizaje.
En esta oportunidad quisiera profundizar en esa temática, y para ello traigo a colación una de las discusiones centrales de mi reciente publicación en la revista Colombia Internacional: ¿qué entendemos por evidencia en la evaluación de políticas sociales? Al igual que lo hice en ese espacio, inicio mi argumento con una referencia literaria a novelas policiacas de los años 30. Invito, por tanto, a imaginar el proceso de responder incógnitas en el campo de las políticas públicas a partir del símil de detectives resolviendo crímenes.
El escenario, inspirado en la novela "Death on the Way" de Freeman Wills Crofts, es el siguiente: French es un inspector de policía que investiga el asesinato de Ackerly y sospecha que el culpable es Carey. Al parecer, era la hipótesis, Ackerly había denunciado un fraude empresarial perpetrado por Carey. Al sentirse agobiado por el escarmiento público, este segundo habría optado por quitarse la vida, pero no sin antes cobrarle una venganza mortal a su delator. Para French, las historias coincidían; los motivos también. Además su trabajo de campo, en el que verificó horas y lugares de desplazamiento de ambas partes, incrementaba el grado de certeza de su teoría criminal.
Sin embargo, llegaría aquella mañana en la que French, mientras tomada su primer café del día, se encontró con un anuncio en el períodico que lo dejó atónito: 'Juzgado de la ciudad dicta medida de captura al asesino confeso de Carey'. Es decir, Carey no se quitó la vida: ¡lo asesinaron! Y eso restaba credibilidad al resto de la hipótesis de French. Había que considerar, además, que la jueza distrital tenía fama de ser muy rigurosa en sus conceptos y por ende su conclusión era prácticamente irrefutable. No había mucho que hacer, salvo reiniciar la investigación. La evidencia recogida ya no era evidencia de nada, pues ya no aportaba a escrutar los nuevos escenarios probables del crimen en contra Ackerly.
En mi artículo propongo, como corolario de esta historia, la siguiente consideración: la evidencia como elemento para tomar decisiones sociales no es ni debe ser entendida como un hecho que habla por sí mismo. La evidencia con la que creía contar French de que Carey era el asesino de Ackerly cobraba algún significado solamente dentro de su proceso de razonamiento sobre cómo dos eventos podrían estar relacionados. Esto riñe con algunas malinterpretaciones comunes entre entusiastas de la PBE, como por ejemplo equiparar evidencia con hallazgos de un experimento - como decir la evidencia dice que hacer X funciona-, o suponer que es posible contar con bancos de datos o evidencias prediseñados para ofrecer soluciones relativamente simples a diferentes retos de las políticas públicas.
Lo anterior, como discuto también en mi texto, refleja el influjo de supuestos demasiado simplistas del comportamiento humano en el arquetipo de los experimentos sociales. Angus Deaton, un premio nobel de economía, y Nancy Cartwright, una connotada filósofa de la ciencia, así lo plasman en su aguda crítica a las evaluaciones de impacto. De una forma ciertamente extraña y arbitraria, es como si los evaluadores experimentales asumieran que las personas actúan racionalmente -o como quisiéramos que actuaran- siempre y cuando conozcan la ‘evidencia científica’. Viven en un mundo donde, al parecer, todos somos en promedio el mismo individuo -representativo y racional- omitiendo por tanto el papel de otras fuerzas políticas y culturales en el cambio social.
Un ejemplo cotidiano que se me ocurre para ilustrarlo es el actual debate sobre el retorno a clase en el contexto del covid entre académicos, activistas y gremios de educadores. Mi punto es que, en lugar de iniciar con preguntas tipo "¿por qué persiste cierta resistencia social para iniciar la alternancia?" y buscar evidencias relevantes para abordar, constructivamente, diferentes posibles explicaciones, se tendió por optar por la ruta racionalista: esperar que al citar estudios internacionales sobre riesgos de contagio se despertase la racionalidad en los incrédulos. Es posible que al ignorar algunos llamados legítimos de preocupación hayamos perdido meses valiosos para concretar rutas de acción efectivas.
Al final, sostengo que gran parte de la retórica de la PBE es un cliché. E insisto, no porque crea que no es posible aprender para avanzar. Pero la búsqueda de evidencia sobre la factibilidad de procesos sociales debe responder a razonamientos específicos en diferentes contextos. Ello no resta valor, como puntos de referencia, a otros estudios u experiencias. Sin embargo, en el complejo mundo de los seres humanos necesitamos evidencia de lo que podría funcionar acá, desde lo científico, pero también a partir de una consideración profunda e informada sobre cómo abordar diferentes preferencias -racionales, o no- de la sociedad.
Adenda: Cuándo compartí mi texto en redes sociales recibí un mensaje de un investigador, quien me mencionó que en su tesis de filosofía había abordado una discusión muy similar a la que propuse. Sin duda, la generación de conocimiento es una empresa colectiva. Los invito a consultar su interesante trabajo.
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