El paro no se entiende si no se entienden las ciudades
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Los días de protesta sostenida que hemos vivido en Bogotá y en otras muchas ciudades de Colombia sugieren una forma emergente de ejercer ciudadanía de parte de los colombianos en las urbes. Esta empezó a hacerse evidente en las protestas masivas que se dieron en muchas ciudades después de los resultados del plebiscito sobre los acuerdos de paz.
Pese a las múltiples dificultades propias de una transición a una sociedad de post-conflicto, las demandas de los ciudadanos de hoy reflejan que, al menos en las ciudades, se está empezando a dejar atrás la sombra guerra.
Ciudadanos que conciben el salir a protestar, a presentar sus demandas, en masa, por días. Y que demandan el respeto al derecho a la protesta, el derecho a la vida de niños y de estudiantes, a una educación de calidad, a salud, por pensiones y salarios y en contra de la corrupción.
Son todas demandas que, al mirar con atención, revelan una ciudadanía que se resiste a aceptar nada de esto como normal y que ya no está pensado en ser nombrada “de izquierda” o “subversiva” por salir a la calle a marchar. Esto se ve representado en la gente que ha salido a las marchas, incluyendo familias enteras, niños, ancianos, y por supuesto, los jóvenes.
Los jóvenes son los que representan más claramente esta nueva ciudadanía urbana que se empieza a mover hacia el post-conflicto.
Esto tiene sentido ya que ellos son una generación que en gran parte, no lleva la carga de la experiencia directa de la guerra. Por el contrario, es la generación que vio la negociación y consecución de los acuerdos con las Farc y que pudo empezar a soñar en serio con un país en paz.
Como profesora universitaria he tenido la suerte de ver de cerca este proceso. Si bien la decisión de salir a las calles no es unánime entre los estudiantes, algo en común es el cuestionamiento serio sobre cómo contribuir a la construcción de una sociedad estable, viable, y donde quepamos todos. Es una exploración de una idea de ciudadanía que concibe un rol activo y de agencia en la sociedad.
Es muy importante notar que estas reflexiones son aplicables para la urbes, ya que es posible decir que en Colombia existen al menos dos juventudes, la rural y la urbana.
Si bien hay convergencias entre ambas, sobre todo en la búsqueda de la construcción de una sociedad en paz, la juventud en áreas rurales aún enfrenta las dinámicas del conflicto, y muchos tienen preocupaciones relacionadas a estas como el reclutamiento forzado, la calidad de la educación primaria y secundaria, el temor a ser estigmatizado y los riesgos de salir a protestar públicamente.
El tema de la juventud en las áreas rurales requiere de otra entrada como esta, pero la comparación ayuda a entender con más claridad cómo la juventud de la ciudad está empezando a desplegar repertorios de acción que reflejan preocupaciones urbanas, de un contexto que empieza a alejarse de la guerra.
A la vez, el gobierno y las autoridades locales parecen estar en una curva de aprendizaje vertiginosa sobre cómo manejar estas expresiones emergentes de ciudadanía.
Las acciones ante el inicio de la protesta, que incluyeron allanamientos, múltiples helicópteros sobrevolando las ciudades, toques de queda y el despliegue desmedido del Esmad son acciones de un gobierno que enmarca la protesta social como un problema de orden público.
Este accionar es coherente con una visión de una sociedad en conflicto, donde el ejercicio de las libertades de los ciudadanos están en permanente tensión con la seguridad y la vida de los mismos.
Si bien el orden público es importante, es también cierto que las protestas han sido, en su gran mayoría, pacíficas. Pese a esto, es claro que los habitantes de las ciudades sienten miedo frente a las protestas, algo que se hizo evidente en las olas de pánico que se generaron al inicio de las mismas, primero en Cali primero y luego en Bogotá.
Esto habla de una sociedad urbana que también está aprendiendo, rápidamente y con tropiezos, a pensar la movilización social como una expresión más de la democracia y no sólo como un ejercicio subversivo o peligroso.
Mientras tanto, las personas en la calle siguen encontrando formas creativas de protestar incluyendo cosas como el #Cacerolazo, el #CacerolazoSinfónico, los jóvenes gritando #TeQueremosESMAD y rechazando de manera clara a vándalos y encapuchados.
Muchas de las conversaciones que se están generando en las calles durante estos días entre los mismos protestantes muestran a las juventudes urbanas descubriendo formas de ejercer su ciudadanía, informándose y tomando posición frente a problemas sociales y haciendo escuchar su voz.
Todo esto, de maneras que hubiesen sido impensables en la Colombia de los 90’s o de los 2000’.
En este proceso, el siguiente paso es tal vez buscar unificar demandas específicas que representen a las mayorías y seguir en el ejercicio de discusión sobre la sociedad que los colombianos quieren construir. Un punto fundamental a considerar es cómo hacer para asegurar avances firmes y sostenidos hacia una sociedad en paz de la mano de esa Colombia rural que aún se la está jugando.
En estos momentos tan importántes y álgidos, de movilización, crítica y crispación, tal vez la barrera más grande es el ejercicio de escuchar y dialogar con ideas opuestas a las propias.
Si bien esto es difícil en cualquier sociedad, se convierte en un ejercicio fundamental en una sociedad que busca transicionar al post-conflicto. Queda por ver si la acción de los ciudadanos en la calle y fuera de ella podrán construir esta agenda común.
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