El reto es fortalecer la función social del turismo
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Con la llegada en enero de 2020 de nuevos mandatarios a gobernaciones y alcaldías, con seguridad muchos de los planes de desarrollo locales van a reflejar el entusiasmo que ha suscitado el turismo en años recientes por su potencial para dinamizar los mercados de los distintos rincones del país. Y no es para menos, se proyecta que en 2020 el sector turismo superará al carbón en exportaciones, como ya ocurrió con el banano, café y flores.
Ahora, más allá del potencial del negocio, resulta pertinente hacer un llamado por elevar la discusión con respecto a su función social. ¿El turismo para qué? Una actividad como el turismo no debe limitarse a un asunto de desarrollo económico, debe concebirse como una actividad compleja que, como lo ha documentado ampliamente Naciones Unidas, puede y debe contribuir al logro de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. El turismo responsable y bien gestionado tiene el atributo de generar cadenas de valor generosas y articular asuntos tan diversos como la creación de empleo, la conservación ambiental, la producción y consumo responsables, la seguridad y la generación de alianzas, entre otros asuntos.
A lo largo y ancho del país se evidencia un boom de esta actividad, como lo refleja el aumento en 30% de renovaciones del Registro Nacional de Turismo – RNT entre lo corrido de 2019 y 2018, según reporta el MinCIT. Es indispensable que desde el gobierno, en cumplimiento del Plan Sectorial de Turismo 2018-2022, se aceleren y fortalezcan las acciones para dinamizar el sector con más y mejor infraestructura, capacitación, regulación y promoción de destinos.
Al margen de las buenas perspectivas del sector, resulta también necesario acotar las desbordadas expectativas que muchas comunidades albergan en la obtención de ingresos y superación de problemáticas locales a partir de emprendimientos turísticos. La evidencia ha mostrado que estas no son la respuesta milagrosa que desean emprendedores y mandatarios. Así mismo, es clave propender por conservar e impulsar otras vocaciones productivas que permitan diversificar los mercados locales, y respetar aquellos lugares que no están interesados en abrir las puertas a visitantes.
Sin embargo, se debe advertir que todo proceso que se despliegue en torno al turismo es una oportunidad o punto de partida para propiciar diálogos, acercar actores, desarrollar miradas amplias del territorio e impactar el fortalecimiento de la institucionalidad y ciudadanía. Quien haya trabajado en el mar de complejidades de un país como Colombia, bien sabe que hacerse a espacios de esa naturaleza es una situación que no es sencillo lograr. Contrario a las prevenciones frente a otras industrias, el turismo (la industria sin chimeneas) genera receptividad o al menos disposición de escucha por parte de los grupos de interés presentes en los territorios.
En este orden de ideas, desde la óptica de los hacedores de política pública, se debe considerar el acoplamiento de los diálogos que nacen en torno al turismo a agendas más amplias y que reconozcan la profunda interdependencia del sector de los viajes con el entorno. No es posible posicionar un destino sin garantizar servicios públicos básicos, un contexto seguro, personal calificado y la articulación de proveedores locales. Esto, siempre, anteponiendo el interés local antes que el de los visitantes.
Particularmente si se considera el ciclo de las políticas públicas (1. Definición del problema, 2. Diseño y formulación de la política, 3. Implementación, 4. Monitoreo y evaluación, 5. Retroalimentación ciudadana y rendición de cuentas), el Viceministerio de Turismo o quien haga las veces de actor institucional líder de la intervención, debe actuar más decididamente como articulador de la pluralidad de oferta estatal e involucrar a los demás sectores. Esto conduce no sólo a una mejor gobernanza del territorio, con todo lo que esto implica, sino que garantiza respuestas más acertadas a las necesidades de las comunidades.
En contextos urbanos se puede recoger la misma aproximación. Las iniciativas turísticas pueden ser una herramienta, excusa si se quiere, para poner a conversar y organizar a los vecinos, apropiar espacios, exaltar sus atributos, y promover que terceros se interesen por visitar la zona y aprender sobre sus particularidades. En torno a un proyecto de esta naturaleza hay una oportunidad para abordar diálogos que permitan verificar necesidades de mejoras urbanísticas, involucrar a las autoridades de seguridad y articularlas con las redes ciudadanas, apalancar emprendimientos que impulsen la realización de profesionales que a su vez enriquecen la oferta del destino, entre muchas otras ventanas de oportunidad. Esto es posible sin caer en la temida gentrificación.
En suma, el mensaje a interiorizar es que el turismo es un medio y no un fin en sí mismo. La política pública para el turismo bien diseñada y ejecutada puede ser aprovechada como plataforma de diálogo social, conducir a la generación de ingresos, activar proyectos sostenibles y mejores condiciones de bienestar para las comunidades anfitrionas. En el eje de estos procesos debe haber facilitadores y garantes que involucran a la pluralidad de actores y que comprenden que un destino atractivo es antes que nada un buen vividero para sus habitantes.
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