Lecturas racializadas de la pandemia

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Las ciencias sociales ayudan a entender mejor los patrones raciales y étnicos que aparecieron durante la pandemia: en contra de las tendencias “biologizantes” y “culturalizantes", se interesan en los procesos sociales e históricos de construcción de las desigualdades.

El desarrollo de la pandemia ha evidenciado la importancia de analizar las líneas raciales y étnicas que atraviesan nuestras sociedades, como un asunto fundamental para entender el funcionamiento de las desigualdades y de las diferencias. Preguntarse por los patrones raciales y étnicos del virus implica sencillamente investigar las sobre-afectaciones y las afectaciones específicas de los grupos minoritarios.

El caso de Estados Unidos – caracterizado no solamente por unas tasas muy altas de infección y muerte entre las minorías (afroamericanas, indígenas y latinas en particular) sino también por unas controversias públicas sobre esta situación – ha sido importante para evidenciar la necesidad de incorporar específicamente la cuestión racial en los análisis de la pandemia. Ahora bien, si existe un consenso sobre el hecho de que estas profundas disparidades raciales en el impacto del virus no son el resultado de una coincidencia, los comentaristas están divididos en cuanto a las posibles explicaciones.

1. La “biologización” y la “culturalización” de las diferencias

Para algunos, la mayor vulnerabilidad de las minorías raciales podía explicarse por razones “biológicas”. Las diferencias de afectaciones serían, en esta lógica, el reflejo de una realidad biológica implacable e independiente de los procesos sociales e históricos. Por razones genéticas, algunos grupos raciales serían naturalmente más frágiles ante el coronavirus y otros más resistentes. Estas explicaciones han sido imposibles de demostrar empíricamente y remiten a lo que podríamos llamar “proyecciones fantasiosas”. Como siempre, los que han intentado encontrar diferencias biológicas fundamentales detrás de los grupos que hemos llamado “raciales” han fracasado.

Otros se han alejado de las concepciones “biológicas” de las diferencias raciales para privilegiar aproximaciones “culturalistas”. Es decir que no pretenden identificar una “naturaleza biológica”, sino “patrones culturales” que serían específicos de algunos grupos raciales y étnicos. Las disparidades en las afectaciones del coronavirus se podrían explicar, en esta lógica, como el resultado de una especie de “ineptitud grupal” para adoptar “buenos comportamientos”. Estas explicaciones culturalistas/comportamentalistas son muy frecuentes en el sentido común y no se utilizan únicamente en relación con asuntos de salud. Pretenden explicar los éxitos generales de unos grupos y los fracasos de otros, basándose en el postulado según el cual la desigualdad sería el producto de “malas decisiones”.

Siguiendo una visión de la sociedad como meritocracia, asumen que “trabajar duro” constituye la mejor manera de conseguir la prosperidad. En esta lógica, los que no saben aprovechar las oportunidades sólo pueden culparse a sí mismos. Existen dos versiones de este paradigma (las cuales tienden a entrecruzarse). La primera es individualista y enfatiza la responsabilidad personal de cada uno. La segunda – que me interesa aquí – es culturalista y enfatiza las deficiencias colectivas que tendrían algunos pueblos y culturas. En ambas visiones, se da por sentado que la voluntad (y su contrario: la falta de voluntad) constituyen la clave principal para entender el funcionamiento de las sociedades. En ambas visiones, las víctimas aparecen como las primeras responsables de sus desgracias (social, económica o médica). Así, en el caso de Covid 19, algunas minorías hubieran terminado siendo expuestas a un mayor riesgo por culpa de su comportamiento irresponsable.

2. Unas visiones sociales e históricas de las cuestiones raciales

Es en gran parte contra estas dos tendencias – las visiones “biologizadas” y “culturalizadas” de las diferencias – que las ciencias sociales e históricas piensan las relaciones étnicas y raciales. En vez de asumir que algunos grupos raciales son “biológicamente más fuertes” que otros, o que tienen “mejores comportamientos culturales”, las miradas sociales invitan a analizar las desigualdades raciales como el reflejo de procesos contemporáneos de exclusión que tienen su raíz en una larga historia de discriminación. El desarrollo de una mirada específicamente social e histórica sobre las cuestiones raciales puede generar ciertas reticencias (o, por lo menos, cierta perplejidad) en el espacio público.

Sin embargo, no es nada nueva. Ya en 1899, el sociólogo afroamericano W.E.B. Du Bois publicaba los resultados de una investigación sobre la comunidad negra de Filadelfia, rechazando explícitamente las formas de “biologización” y “culturalización” que prevalecían en la época. Su libro desarrollaba un análisis específicamente sociológico e histórico, demostrando las conexiones claras entre las situaciones de vulnerabilidad que afectaban a muchos afroamericanos y las desigualdades estructurales, tanto presentes como pasadas, que estaban profundamente arraigadas en el funcionamiento de la sociedad y de sus instituciones.

Aplicado al caso contemporáneo del coronavirus, este paradigma nos invita a tener cuidado con las tendencias a explicar el número desproporcionado de infecciones y muertos en las minorías como el reflejo de constituciones biológicas frágiles (“Los indígenas tienen menos defensas y son más vulnerables ante la enfermedad …”) o de problemas de comportamiento (“No actúan de manera adecuada…”). Nos conduce más bien a investigar cómo la discriminación histórica y el racismo estructural contemporáneo han venido moldeando las desigualdades que surgieron en el marco de la pandemia.

De este modo, las relaciones raciales y étnicas deben ser pensadas en su articulación con las otras desigualdades sociales (como en el caso del género mencionado en una columna anterior). Se trata, sencillamente, de reconocer el carácter racializado de la desigualdad, el cual se ha manifestado de manera cada vez más clara a medida que la pandemia ha avanzado en los diferentes continentes: la desigual distribución de las riquezas y las profundas disparidades en el acceso a la salud no evidencian solamente el funcionamiento jerarquizado de una sociedad de clase sino también la persistencia de las desigualdades raciales.

3. El caso colombiano

Como Estados Unidos, Colombia es un país que se ha definido y construido sobre las desigualdades raciales y étnicas. ¿Quién podría negar que, tanto en la colonia como en la mayor parte de la historia republicana, Colombia ha funcionado como una sociedad intencional y sistemáticamente discriminatoria? Incluso después del reconocimiento constitucional de la diversidad en 1991, muchas desigualdades étnico-raciales se han perpetuado, afectando las poblaciones afrocolombianas e indígenas. Si bien la discriminación explícita ha sido declarada ilegal, diversos mecanismos de exclusión siguen estructurando la sociedad colombiana, a menudo de manera invisible y no-problematizada.

Podríamos decir, de hecho, que Colombia ha tenido más dificultades que otras sociedades (incluso la estadounidense) para reconocer y analizar críticamente su pasado discriminatorio. Tanto la institución de la esclavitud que ha marcado la vida de las poblaciones afrocolombianas como los procesos de despojo que han afectado a los pueblos indígenas, por ejemplo, tienden a permanecer invisibles en las “grandes narrativas” que la nación ha construido sobre sí misma.

Es evidente, sin embargo, que esta historia de discriminación sigue teniendo efectos en el presente y que Colombia sigue siendo lo que podríamos llamar una sociedad “racializada”. Aunque se requieren investigaciones más detalladas y contrastadas sobre la situación, varios informes han mostrado que, de manera general, las minorías étnicas y raciales han sido particularmente afectadas por la crisis sanitaria y golpeadas por la crisis socioeconómica que la acompaña.

Desde las comunidades indígenas que viven en regiones relativamente aisladas del Amazonas hasta las poblaciones que han sido desplazadas y relegadas en barrios marginales y hacinados de las ciudades capitales, muchos grupos étnicos han pagado un precio demasiado alto durante el desarrollo de la pandemia. Como lo he mencionado al inicio de este texto, estas sobre-afectaciones no son el producto de diferencias genéticas o de diferencias culturales de “comportamiento”.

Debemos, en este sentido, analizar factores más relevantes desde un punto de vista histórico y social: la autonomía territorial y política, las condiciones materiales de existencia y la independencia económica, la exposición a la contaminación y las condiciones ambientales, las posiciones ocupadas en el mercado laboral y la formalidad del trabajo, el acceso a la atención médica y a los servicios de salud, la continuidad de la discriminación y de los prejuicios en entornos institucionales y mediáticos, las posibilidades de recibir una educación secundaria y universitaria de calidad, etc.

El contexto de la emergencia sanitaria y de la crisis económica está abriendo oportunidades para reflexionar sobre todos estos factores que contribuyen al funcionamiento de lo que podríamos llamar el racismo estructural (o la discriminación “sistémica”). Está abriendo oportunidades para reflexionar sobre la cantidad de obstáculos que muchas personas que pertenecen a grupos minoritarios encuentran cotidianamente en sus vidas y que restringen sus oportunidades de vida de manera predecible.

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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