Postales caleñas de medio sol amarillo

Html

Captura de pantalla 2021-05-04 a la(s) 6.23.37 a. m..png

Te escribo, hijo mío, basado en las preguntas que me has hecho estos días. Tus palabras inocentes son como postales que el día de mañana te ayudaran a comprender lo que vivimos juntos.

Es imposible comprender lo que vivimos en este primero de mayo del 2021 sin conectarlo con el continuo temporal que le da coherencia. Estos últimos cinco días se han vivido con una aceleración tal que los eventos nos inundaron con testimonios de vida y muerte. Este nivel de intensidad -al menos en Cali- nos descolocó de las certitudes instaladas durante el letargo pandémico. 

Por eso, el día de hoy prefiero alejarme de la narración formal y escribir algunos momentos de estos días. No es una idea original; imito a Sandor Krashna, ese camarógrafo ficticio que en San Soleil escribe cartas imaginadas a una narradora igualmente ficticia.                                                             

Te escribo, hijo mío, basado en las preguntas que me has hecho a lo largo de estos días. Creo que tus palabras inocentes de niño son como una especie de postales que el día de mañana te ayudarán a comprender lo que vivimos juntos con tu madre y tu tío, en esos momentos en los que buscamos afanosamente el resguardo de la casa, como también cuando hicimos parte de esa marejada de gente amarilla que inundó la 5 y la Loma de la Cruz este soleado primero de mayo.  

¿Y si ese señor era tan malo porque estaba ahí?

El 28 en la madrugada nos enteramos de que el cabildo universitario de los misak tumbaron la imagen de Belalcázar. Mucha gente se indignó por lo que perciben como una afrenta al patrimonio histórico de la caleñidad. En una pasmosa entrevista escuchamos a un famoso locutor radial plantearle al joven gobernador indígena: “(…) señor Velasco y en algún momento ustedes buscaron hacer las cosas a las buenas, dar un debate civilizado?”. Frente a lo que la autoridad le respondió: "¿Acaso, el Estado colombiano les dio a los pueblos indígenas un debate civilizado en los últimos 500 años de resistencia?"

Ese mismo día la élite caleña se manifestó horrorizada por este hecho. Un excandidato a la alcaldía afirmó: “(...) ¡Cualquier caleño de verdad debe sentir indignación en este momento!”. Mientras que, al día siguiente, un representante a la Cámara demandó a las autoridades indígenas alegando que derribaban la estatua de un "explorador español".

Tanto el Belalcázar colgante de Cali como su efigie fragmentada en Popayán están prestos para ser retirados definitivamente de la historia y, de paso, de su emplazamiento de opresión. Sin embargo, ese pacto entre linaje y dominación parece no estar dispuesto a buscar nuevos significados que nos junten en vez de separarnos. 

Al escuchar que representaba la figura del conquistador para los indígenas, me dijiste con la claridad que solo un niño puede sintetizar: "¿Y si ese señor era tan malo, por qué estaba ahí?" 

No es un debate fácil, de ninguna manera. Lo que para unos es traición, pillaje y desgobierno, para otros es justicia. Pero en todo caso, valdría la pena recordar que la memoria no solo tiene una función conmemorativa o patrimonial. Ahí tenemos el significado contradictorio de un prócer tan querido para la memoria colectiva nacional como Antonio Nariño. Sin embargo, para los nariñenses su figura recuerda la pacificación libertadora de Bolívar y compañía. Entonces el derribo de las estatuas nos recuerda esas discusiones que hemos venido ocultado debajo de la alfombra de la Historia. Estas coyunturas, nos remarcan que la memoria colectiva no solo es multiforme, sino que también es multisituada. No solo importa qué significa, sino dónde y para quién.

Pero afortunadamente no es un debate sin salida. En la medida que podemos elegir lo que queremos recordar, esa plasticidad también nos permite proyectar un lugar hacia donde queremos ir. Entonces, ¿por qué no emplazar significados que nos recuerden lo que nos une por encima de lo que nos divide?

¿Quiénes son los vándalos?

Más tarde en la mañana tu tío salió a la movilización en contra de la reforma tributaria y nosotros nos quedamos en casa. Vos tenías colegio virtual, y nosotros, reuniones de trabajo. 

Mientras tanto, las redes sociales comenzaron a evidenciar que la gente se manifestaba en todos los rincones de la geografía nacional, no solamente en las grandes ciudades, sino en ciudades intermedias. ¿Quién iba a pensar que el florero de Llorente postmoderno sería el costo de una canasta de huevos? Pero en realidad, este malestar ya venía gestándose desde antes, lo que estamos viviendo es la segunda parte de un debate que ya se planteó en el anterior Paro Nacional del 21N de 2019. Esa vez el Gobierno lanzó con bombos y platillos un “Gran Debate Nacional” que ni fue debate ni mucho menos amplio. 

Tu tío no llegaba y los mensajes de supermercados y bancos vandalizados nos preocuparon. Cuando él llegó salimos a recibirlo, bajé abrirle la puerta y al fondo pude observar los vándalos en huida: varias familias, con niños de no más de 7 años cargando bandejas de huevos, paquetes de arroz y lentejas, sus padres apurando el paso llevaban al hombro algún costal de comida que pudieron agarrar. 

Acabamos de almorzar y cuando veíamos las noticias me preguntaste quiénes son esos que nombran todo el tiempo: ¿quiénes son los vándalos? Por supuesto que no todos los que se apropiaron de los alimentos y mercancías en los supermercados, los que destruyeron las estaciones del transporte publico o los que arremetieron contra los bancos corresponden a las familias que vimos pasar frente a la casa. Un recurso muy eficiente para asimilar lo que nos sucede es la generación de una dicotomía perversa entre candorosos marchantes y vándalos infiltrados. 

Sin embargo, antes de efectuar esa tajante división, vale la pena tomar en consideración al menos tres cosas.

Primero, cada vez hay más gente pobre y menos gente rica más rica. Lo anterior significa que la brecha de excluidos y marginados sigue creciendo a un ritmo que la pandemia aceleró de manera vertiginosa. 

Segundo, la bancarrota de varios seguros ideológicos como los de clase, religión, los partidos políticos y la industria, que permitían aceptar la desigualdad como algo natural, están profundizando los procesos de individuación y están incubando un odio creciente en los privilegios del vecino (en Cali, al lado de barrios populares como Siloé se encuentran barrios estrato 5 como San Fernando y todo el mundo con su poder adquisitivo desigual se cruza en los supermercados que fueron blanco de las protestas). 

Tercero, si uniformizamos automáticamente a los excluidos que protestan bajo la categoría de “vándalos” estaríamos haciendo todo al revés: en vez de proponer una vía de integración y disminución de las brechas sociales, lo que estaríamos haciendo es fracturando la sociedad sin posibilidad de retorno, empujando ejércitos enteros de ciudadanos a la ilegalidad y la violencia.   

Claramente, la destrucción de lo publico es una afrenta general para un país con los niveles de pobreza y desempleo a los que hemos escalado en lo últimos tiempos. Sin embargo, es realmente desconcertante que exista un doble rasero para medir el despilfarro social: caeremos en la anarquía y la pobreza en la que ya estamos por cuenta de estas manifestaciones vandálicas, pero, en cambio, cuando se sabotea un referendo contra la corrupción o se malgasta el dinero publico por billones debemos ser comprensivos socialmente y dejar que la ley siga su curso anodino. ¿Cómo nombrar y combatir efectivamente ese vandalismo de cuello blanco? ¿Cómo construir un consenso no polarizante frente a los retos sociales a los que nos enfrentamos con la destrucción implacable del recurso público?

Papi, ¿si salimos a la calle, la Policía nos va a disparar?

Al tercer día de la movilización salimos a darle una vuelta a Lulo —nuestro perrito— y a comprar algunas cosas en el supermercado. La ciudad ya estaba sola y vos, que, como a toda esta generación, te ha tocado convivir la pandemia en medio de noticieros apocalípticos, estabas entre asustado y contento de salir del encierro. Cuando llegamos al Super Inter vimos que todo estaba cerrado. Al fondo, hacia la Quinta con el parque de Banderas, se veía la gente movilizada. El olor a gas lacrimógeno acabó con todas nuestras expectativas de exploración. Nos devolvimos lo más rapido que pudimos.

En la tarde el olor fue más intenso. Tu mamá te hizo una máscara improvisada empapada en vinagre, recordando las vivencias de nuestra época estudiantil en la Universidad Nacional. El remedio no resultó y —más que seguro— te sentiste asustado. Entonces me preguntaste si la Policía nos iba a disparar.  Te dije que no, que ellos no pueden hacer eso. Te expliqué la diferencia entre atacar y defenderse. Pero creo que lo hice más para mí que para ti. 

Al caer la noche los disparos fueron y vinieron, resonando de manera desigual entre las avenidas y los cerros. Las noticias llegaron por WhatsApp, inclementes e intensas como un chubasco valluno. Con tu madre horrorizados vimos los videos. Un niño de 13 años baleado por un policía en moto; una manifestación atacada por rafagazos del Goes, donde se ve cómo quedó la gente herida por el piso; un señor frente a una tienda muerto, acompañado solo de su propia sangre; un audio de una chica que denunció ser agredida sexualmente por un miembro del Esmad. 

Ya estabas dormido cuando escuchamos la rueda de prensa convocada por Facebook por las plataformas de derechos humanos de la ciudad. El balance fue escabroso. Aunque más indignante fue descubrir que en el conjunto de los medios masivos nada se mencionaba de los más de 10 muertos. Luego, quedó en evidencia la odiosa manipulación de RCN sobre un vídeo en el que la gente celebraba el retiro del Esmad y los periodistas lo presentaron como la aceptación popular a la modificación parcial que el presidente proponía al proyecto de la reforma tributaria. 

Nos fuimos a dormir, escuchando afuera a la distancia una que otra bala sonámbula, con la certeza de que la Policía sí le podía disparar a cualquiera. El monopolio legítimo de la violencia no lo tenía el presidente, sino que con brutal eficiencia lo ejercía Álvaro Uribe desde su cuenta de Twitter.

¿Vamos a caminar hasta la casa del presidente?

Nos levantamos temprano el primero de mayo y por fin hacía sol. Con paciencia repasé las imágenes que inundaron mi teléfono, como quien se despierta de una noche repleta de sensaciones que no termina de asimilar. Con afán recurrí al vademécum de la teoría para pensar: ¿cómo lo que vivimos encaja con la experiencia humana plasmada en nuestros autores de cabecera? Cerrando los ojos y haciendo un esfuerzo logré juntar un continuo de vivencias traslúcidas, revisé el diccionario de los sueños, pero no me fue posible hilvanar un sentido ni profético ni racional. 

Superando el susto al covid nos pareció que lo mejor era exorcizar el miedo saliendo a marchar el primero de mayo. Te alistaste feliz y salimos con toda la planificación por escenarios que solo tu mamá es capaz de hacer. Caminábamos cogidos de la mano, entonces me dijiste: “¡Ufff! ¿Y la casa de ese señor Duque es muy lejos? ¿Nos toca caminar hasta allá para que ese señor nos escuche, cierto?  

Caminamos y la tensión natural al pasar por las calles vacías del barrio se fue transformando en una sensación entre tranquila y festiva. Vimos mucha gente vestida con su camiseta de la selección Colombia. Me llamó la atención que se vieron pocos carteles de organizaciones políticas o sindicales. Se trataba en su mayoría de gente que manifestaba su inconformidad como podía. Pasamos por un concierto de punk y llegamos a un trancón inmenso de gente en la Loma de la Cruz; realmente no había por dónde pasar. La gente departía tranquila en medio de arengas y música que sonaba desde lo alto de la loma. Entonces, con tu mamá pensamos que a diferencia del paro anterior —antes del covid— donde la multitud de demandas dificultaron la unidad, esta vez el clamor era solo uno: presidente, retire el proyecto; no lo modifique, no lo reduzca, no lo maquille, simplemente retírelo. 

En la noche el presidente Duque apareció, en una lúgubre emisión rodeado de militares, argumentando obstinadamente que no solo no retiraba el proyecto, sino que recurriría a la asistencia militar en caso que la gente se mantuviera en las calles. Al otro día, mientras todo el mundo hacía filas interminables en los supermercados y se abastecía de gasolina en las estaciones de servicio, empezaba a instalarse un miedo generalizado por anuncios de desabastecimiento. Incluso, se hablaba de que los precursores para potabilizar el agua se acabaron. Es imposible no pensar en un escenario diferente al de nuestros hermanos venezolanos.

Tanto que criticó este gobierno al de su vecino para terminar utilizando técnicas de control social tan parecidas.

Este Gobierno no negocia y en Cali son los militares los que dan las órdenes

Cuando el presidente retiró el proyecto, estábamos haciendo fila para entrar a un supermercado y vimos a la gente celebrar como si la selección Colombia hubiera ganado un partido importante. Esa noche el alcalde de Cali intentó —en un esfuerzo desesperado de retomar el control— liderar el diálogo social en la ciudad. Pero la realidad fue distinta. El alcalde no gobierna; lo hacen los militares. Nos acostamos escuchando disparos por todo lado. Se ha instalado un estado de sitio velado y las noches son augurio de muerte en nuestra ciudad. Llevamos dos noches en las que el Ejército sale con órdenes de disparar. Antier fue en la vía Cali – Palmira. Anoche en Siloé. La ciudad amanece con el llanto de madres que no entienden como les dispararon a sus hijos, todos ellos desarmados. 

Chimamanda Ngozi escribió un magnifico relato de una familia de profesores universitarios (inspirado en la vida de sus padres) de cómo vivieron la estrategia de tierra arrasada en la guerra civil de Nigeria. Lo tituló “Medio sol amarillo” y cuenta cómo se desvertebró el tejido social nigeriano y cómo va cambiando la vida cotidiana del júbilo independista de la República de Biafra a perderlo a manos de la brutalidad militar, todo bajo un silencio que quedó impune. Tu madre se leyó ese libro justo en esos días, cuando la veías preocupada o nerviosa, era que estaba pensando en la proximidad de nuestro propio medio sol amarillo.

Ya no me preguntas qué suena cuando te estás preparando para dormir. Ambos sabemos que se trata de disparos, ambos bajamos la cabeza y esperamos una calma que no llega. 

Este espacio es posible gracias a

Social

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

Compartir
0
Preloader
  • Amigo
  • Lector
  • Usuario

Cargando...

Preloader
  • Los periodistas están prendiendo sus computadores
  • Micrófonos encendidos
  • Estamos cargando últimas noticias