Tecnocracia, meritocracia y empatía

Tecnocracia, meritocracia y empatía

Entre las cosas que han sucedido durante el Paro Nacional, que inició el 28 de abril y condujo al retiro de la reforma tributaria por parte del presidente Duque, una de las que más me llamó la atención fue la evidente desconexión que existe entre los profesionales de diversas disciplinas y el resto del grupo social. Esta situación no debería volverse a presentar y menos de cara a las futuras reformas, no solo tributarias, sino de otras materias como lo son la de salud, pensión, entre otras. En este sentido, no debería ser cotidiano que en las redes sociales se evidencien comentarios de reconocidos economistas, abogados y politólogos que —desconectados de la realidad social— acusen a los manifestantes de “populistas” o “borregos”, lo que busca excluir, segregar y vomitar a aquel que no es igual a ellos.

Entre las cosas que han sucedido durante el Paro Nacional, que inició el 28 de abril y condujo al retiro de la reforma tributaria por parte del presidente Duque, una de las que más me llamó la atención fue la evidente desconexión que existe entre los profesionales de diversas disciplinas y el resto del grupo social. Esta situación no debería volverse a presentar y menos de cara a las futuras reformas, no solo tributarias, sino de otras materias como lo son la de salud, pensión, entre otras. En este sentido, no debería ser cotidiano que en las redes sociales se evidencien comentarios de reconocidos economistas, abogados y politólogos que —desconectados de la realidad social— acusen a los manifestantes de “populistas” o “borregos”, lo que busca excluir, segregar y vomitar a aquel que no es igual a ellos.

Permítanme explicar esta idea. Young —en su texto “Canibalismo y bulimia” cuya lectura recomiendo— señala como la comunidad se construye a partir de las relaciones cercanas entre los individuos que generan vínculos de respeto y confianza. Estos vínculos conducen al colectivismo, la integración y el trabajo en conjunto, lo que permite que los individuos compartan valores y experiencias comunes. Para que este ideal de comunidad subsista es necesario fundamentarlo en la negación de la existencia de las diferencias y en la idea de inclusión. Por su parte, en la "Modernidad liquida" de Bauman, estas diferencias entre los individuos se hacen cada vez más latentes, en parte, porque las comunidades terminan construyéndose alrededor de la idea de los “iguales”.

Para confirmar esta realidad, se ha construido la idea de la inclusión a través de la meritocracia. Así, se ha señalado que dentro de los grupos sociales los sujetos —sin importar su origen— si trabajan y se esfuerzan pueden transformar su realidad y concretar el imperativo de igualdad. La meritocracia se sustenta, entonces, sobre la idea de que el sistema premia el trabajo, el esfuerzo y el talento, al punto de que termina constituyendo un sistema de ganadores y perdedores, en donde aquel que no logra cambiar su destino es porque no se hizo merecedor de esto. Esta última idea es denominada por Sandel como soberbia meritocrática y trae aparejada una perdida en el lazo de solidaridad, en la medida que los ganadores creen que se han hecho merecedores del éxito y son incapaces de evidenciar como la fortuna y la buena suerte influyeron en ese logro.

Ahora bien, este no es un ataque al sistema meritocrático, pero sí una crítica a la exclusión y segregación que algunos grupos generan sobre el resto de la población. Las sociedades modernas se han construido sobre la tiranía del merito. Esta idea se sustenta en el hecho de que aun con los altos niveles de desigualdad y con las dificultades de movilidad entre los status sociales se sigue repitiendo la idea de que el sujeto es individualmente responsable de su destino. Esto ha conllevado a las sociedades bulímicas —aquellas que se caracterizan por ser antropoémicas— a excluir y mantener por fuera todo aquello que es diferente, es decir, “desviado” y “extraño”.

En el Paro Nacional esta realidad se manifestó desde las disciplinas. No es un secreto que las tecnocracias se han adueñado de la formulación de la legislación y de las políticas públicas, lo que incluye las reformas tributarias. En este sentido, los tecnócratas —dado el conocimiento adquirido— consideran que son los únicos autorizados para discutir, hablar o decidir si las decisiones, de cualquier naturaleza, son correctas o no lo son. Y en este paquete no solo entran los economistas, sino que están los abogados, epidemiólogos, politólogos y todo aquel que tiene un conocimiento debido a su formación profesional y experiencia, por lo que en virtud de ella excluye y ni siquiera escucha las ideas de aquellos que no hacen parte de su circulo.

Un ejemplo de ello es el uso indiscriminado del término “populista”, categoría peyorativa empleada por todo tecnócrata para decirle a la gente del común que “no entiende”, “no comprende”, “que es una discusión fuera de su alcance”. Lo curioso es que parece que son ellos los que no comprenden, los que se desconectaron tanto de la realidad social que no entienden las necesidades del resto de la población y no se preocupan por hacerlo. ¿Por qué no puede opinar sobre la reforma tributaria quien vive con lo mínimo y cualquier aumento en el costo de vida lo perjudica? Se ha desarrollado un lenguaje tan técnico y se está tan sumergido en burbujas de privilegio que se ha olvidado la razón de ser de los procesos educativos y aún más de los de formulación de política pública: aportar al grupo social.

Es hora de que los tecnócratas salgan de las burbujas —esas donde si hay un salario, este llega al fin de mes— discutiendo sobre los problemas del país con quienes tienen agencia y son conocedores del verdadero poder adquisitivo del peso. Es hora de ser empáticos y entender que los “populistas” son también parte de esta sociedad, que tienen preocupaciones que requieren respuestas, pero —sobre todo— que entienden, que reclaman y que piensan por sí mismos.

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