Una ZRC en Bogotá puede ayudar a proteger su estructura ecológica
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A mitad de septiembre de este año, previo a las elecciones locales, un grupo de ambientalistas liderados por Maria Mercedes Maldonado, reuniendo diversas iniciativas en defensa de ecosistemas bogotanos y de las comunidades que los defienden y habitan, propuso un compromiso ambiental a los candidatos. El compromiso consta de 17 puntos, firmados por Claudia López y por Hollman Morris, y por 46 candidatos al Concejo y 15 aspirantes a edil.
El documento es ahora un compromiso que permite a la ciudadanía, sensible a los temas ambientales, hacer veeduría a la alcaldía de Claudia López, quien fue entusiasta en su firma. Hay esperanza de un cambio de visión en lo ambiental. Visión que, durante la alcaldía de Peñalosa, fue cuadriculada y simplista, reducida a parques sintéticos y arborización homogénea. Hay una oportunidad de recuperar una visión distinta de ciudad que entiende que lo ambiental es una estructura dinámica y esencial de su territorio, sin la cual no hay futuro.
La Estructura Ecológica Principal (EEP) es un sistema de áreas protegidas y parques, ecosistemas urbanos y rurales y espacios verdes. Incluye, por ejemplo, los cerros orientales, los humedales, los parques metropolitanos, el área de manejo especial del río Bogotá, la reserva van der Hammen, los cerros de Suba, el parque Entrenubes, entre otros. En una visión más amplia e integral, incluye a la gente que habita esos lugares, que los usa y les da significado.
La EEP es un conector social, cultural y ecológico de Bogotá, que ha estado amenazado históricamente por la urbanización sin freno, el abandono, el desconocimiento, la incomprensión sobre la complejidad de su funcionamiento ecológico, la mirada simplista que ignora la necesidad de una coexistencia entre seres vivos incluso en entornos urbanos también habitados por aves, insectos, roedores, mamíferos.
El compromiso ambiental, que se puede leer aquí, recoge de manera general los principales elementos de la EEP. Es un punto de partida, una base para empezar a reajustar la planeación ambiental de Bogotá entendiendo el territorio en el que está asentada.
Sin embargo, un tema no quedó directamente en los puntos del compromiso, pero se deriva del punto 16 sobre el reconocimiento del papel de la población campesina bogotana en la gestión ambiental y alimentaria. Esa población ha habitado durante varias generaciones la enorme ruralidad bogotana y, especialmente, la cuenca del río Tunjuelo y la región del Sumapaz que incluye ecosistemas altoandinos y el páramo más grande del mundo. Ha convivido con esos ecosistemas, utilizándolos, protegiéndolos, también explotándolos y afectándolos, creando relaciones de afecto, entendiéndolos y estudiándolos, transformándolos. Al hacerlo, el campesinado se ha vuelto parte de esos ecosistemas.
Esa población ha sido marginada de los Planes de Ordenamiento Territorial y de gran parte de los beneficios de las políticas públicas bogotanas, reflejando la tendencia histórica de la ruralidad del país. Por ello, el punto 16 del compromiso busca incluirla en la comprensión de lo ambiental. Porque es ciego asumir que los ecosistemas y las sociedades pueden pensarse separadamente.
La ruralidad y sus ecosistemas están habitados, y cualquier política ambiental debe considerar a su gente. Esto implica entender sus formas de vida, sus angustias, sus alegrías y necesidades, y sus lógicas de ocupación del territorio. Entender sus formas de organización, sus propuestas de uso sostenible de los ecosistemas, sus esfuerzos por reducir su impacto y por aportar a la recuperación de la biodiversidad.
Por eso, fue una sorpresa escuchar a Claudia López decir en septiembre que no aceptaría una Zona de Reserva Campesina (ZRC) en el Sumapaz. Especialmente al considerar que, según Manuel Pérez Martínez, uno de los investigadores más importantes de la ruralidad bogotana, incluso la propuesta de POT de Peñalosa consideraba esta figura como algo viable. Las ZRC, producto de luchas agrarias desde, al menos, los años 30, existentes legalmente desde 1994 gracias a la Ley 160, son una oportunidad de reconocer esas formas de vida, potenciar las iniciativas y propuestas de uso sostenible del territorio, contribuir a la mejora en las condiciones de vida de las personas que habitan ecosistemas clave para salud y el bienestar del territorio bogotano.
Las ZRC son una figura alternativa e innovadora de conservación de ecosistemas y recuperación de la biodiversidad con el liderazgo de la gente que los habita. Son una oportunidad de lograr acuerdos mediante el diálogo entre la institucionalidad y las organizaciones comunitarias para frenar la deforestación y la expansión de la frontera agropecuaria en zonas de amortiguamiento de Parques Nacionales y áreas protegidas, como lo han dicho la FAO y el Instituto Humboldt.
Por ejemplo, en Cabrera, Cundinamarca, también vecina del páramo de Sumapaz y parte de esa gran región, la FAO encontró que la figura de ZRC ha logrado contener la expansión de la frontera agropecuaria y ayuda a proteger el páramo. Ese es un ejemplo clave que Bogotá debería mirar, pues sus experiencias afianzadas desde finales de los 90 demuestran que la vida campesina es compatible con el cuidado de la biodiversidad.
Desconocer el papel del campesinado en el cuidado de los ecosistemas rurales bogotanos y pretender que los que habitan el páramo se dediquen de un día para otro únicamente al ecoturismo y dejen de ser campesinos, es repetir la receta fallida a nivel nacional de delimitar desde un escritorio y esperar que con ello se frene la expansión de la frontera agropecuaria. Además, perpetúa la exclusión y marginalización de esta población a la cual le debemos más de la mitad de los alimentos que consumimos en el país y más del 60% en Bogotá.
En Bogotá podemos adoptar un modelo distinto, aprovechando las propuestas que ya existen desde las organizaciones campesinas del Sumapaz, generando un diálogo amplio con académicos y ambientalistas. Bogotá merece una ZRC que, además de ayudar a proteger el Sumapaz, sea un modelo de innovación colectiva para la construcción de un territorio en el que la cultura campesina pueda seguir existiendo, produciendo alimentos de manera sostenible – por ejemplo, con esquemas agroecológicos y silvopastoriles – en el marco de un paisaje productivo diverso que se integre con la biodiversidad. En el páramo, puede haber una transición paulatina y acordada para la reconversión económica y para la transformación de las formas de producir que han deteriorado el ecosistema, como de hecho lo ha manifestado la Corte Constitucional.
Esa mirada es una alternativa al desalojo violento de esas poblaciones por parte de un Estado que no pudo evitar, y a veces causó, el desplazamiento de familias enteras que fueron asentándose en el Sumapaz y a lo largo del río Tunjuelo, mientras huían de las persistentes violencias desde los años 50 hasta hoy. Claudia López, como alcaldesa, puede apoyar la ZRC del Sumapaz en un homenaje a esas familias y su historia, un reconocimiento a sus esfuerzos y propuestas, y con ello también abrir la posibilidad a otras formas de ver la ruralidad bogotana y su conexión con la ciudad.
Bogotá también es rural y campesina. Su Estructura Ecológica Principal debe incluir a la población campesina, su cultura y sus formas de habitar el territorio.
Ver más:
https://bbtlatam.com/silla-cachaca/la-paz-en-sumapaz-negocios-y-res…
https://sostenibilidad.semana.com/medio-ambiente/articulo/el-sumapaz-ya…
Foto de portada: Semana Sostenible (https://sostenibilidad.semana.com/medio-ambiente/articulo/el-sumapaz-ya… )
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